Miraba los dibujos una y otra vez mientras una sonrisa triste se posaba en su rostro por milésima vez en el día.
Cuatro años. Cuatro años y sentía el incidente como si fuera ayer. Cada día pasaba por el parque con su skate creyendo así poder volver a verla; sentir su presencia.
Contemplar su sonrisa, aquel sonrojo que tanto le gustaba y aquella genuina timidez que lo hizo caer por ella.
Pero no. No iba a volver.
Cada día era un martirio, no podía dejar de culparse de que si tan solo hubiera insistido un poco más, si tan solo le hubiera preguntado a qué se refería con aquella pregunta, habría evitado todo eso y aún podría tenerla a su lado.
Pero no pudo hacer nada.
Justo cuando lágrimas asomaban por sus ojos, a sus oídos llegó el sonido para nada extraño de un niño andando en su skate. Y alzó la vista.
Y lo vio. Dos palabras:
Un camión.
Esa tarde una tragedia ocurrió. Un niño lloraba desde el suelo viendo la enorme mancha de sangre y sintiendo ardor en su rodilla derecha. Pero más que nada, ningún vecino podría olvidar aquella vista de un chico, prácticamente un héroe, muriendo de una forma muy cruel y dolorosa.
Porque incluso en sus últimos momentos, él esperaba verla.
Pero no pasó.
Pronto, sus ojos perdieron aquel brillo. Jungkook había abandonado este mundo.
A una esquina de la pista, rozando levemente con la vereda del parque, podía verse aquel cuaderno o libreta. Los dibujos que nunca nadie pudo comprender, finalmente estaban completos.
Y es que tal vez, aquella pizca de rojo sangre era lo que necesitaban.
Una obra de arte que solo la raza humana era capaz de comprender.