Ella gruñó, le dolía la parte de atrás de su cabeza, había sido un fuerte golpe. Cuando la luz golpeó nuevamente sus ojos, parpadeó varias veces por la incomodidad que le producia. Sentía una ligera brisa chocar con sus cabellos de oros, y sus manos estaban atadas con algo, una soga quizás. No recordaba mucho lo que había sucedido, todo había pasado tan rápido. Abrió sus ojos lentamente, acostumbrada a la claridad una vez más, observó un camino entre extensas montañas, ella sentada sobre un carruaje acompañada de varios prisioneros más.
—Al fin has despertado.— El hombre rubio frente a ella le sonrió levemente, era joven, y como un Nordic sus ojos eran claros. Vestía con una armadura de malla cubierta con una piel azul en sus hombros y parte del abdomen. —No pareces ser un prisionero comun. Debiste caer en esa emboscada imperial como nosotros y ese ladrón de allí.— Azotó su cabeza en la dirección de un sujeto castaño a su lado, cuya diferencia era su vestimenta.
—¡Por qué sucede esto!, si no hubieran llegado habria robado ese caballo y ya estaria camino a Hammerfell. Tu y yo no deberíamos estar aquí. ¡Es a ellos a los que quiere el imperio!. Malditos Stormcloaks, Skyrim estaba bien hasta que llegaron ustedes.— El hombre estaba desesperado, sus gestos y continuos gritos lo demostraban. Miraba tratando de reconocer el camino por donde los llevaban, pero para él era imposible reconocerlo. Sus ojos cayeron sobre otro sujeto en el carruaje, otro Nordic rubio de ojos azules, con una barba descuidada. A diferencia de ellos, este tenía incluso su boca amordazada. Algo que le llamo la atención. —¿Y que pasa con él?
—Cuida ese tono, estas hablando del mismísimo Ulfric Stormcloak. — el rubio exclamó con orgullo. Causando una ligera sorpresa en el sujeto.
—¿Ulfric?, ¿el líder de la rebelión?. ¡Oh dioses, si te han capturado!.— Miró al cielo aterrorizado, la presencia del líder de la rebelión sólo le traía un mal presagio. —¿A dónde nos llevan?
Lo que antes era un fondo, ahora era un lugar, el carruaje se había adentrado en una ciudad algo pequeña, protegida con grandes murallas de piedras que la protegía de bandidos. El hombre rubio sonrió a la llegada al lugar.
—Esto es Helgen. Solía llevarme muy bien con una chica de aquí, me preguntó si Milod aún hará esa aguamiel con frutos de enebro. De niño las torres Imperiales me hacían sentir.... seguro.
La joven observaba como todos comenzaban a salir de sus hogares, dirigiéndose a la plaza del pueblo. Había sido un fatídico día el cual escogió para marcharse de casa. ¿Cómo podoa haber terminado aquí, con ellos?
—¿Quien es ese?— Ella preguntó, un hombre moreno con cabellos canosos miraba a los prisioneros fríamente, sentado sobre un caballo mientras a su lado hablaba una Altmer.
—¿Ese?. Es Tulio, General Imperial, ¿que estará haciendo aquí?— El rubio notó la presencia de la mujer a su lado, y su respuesta no fue la mejor. —Y los Thalmor lo acompañan, seguro que han tenido algo que ver. ¡Malditos elfos!
El sujeto de cabellera castaña miró al cielo una vez más, su esperanza había desaparecido por completo. —Oh Mara, Zenithar, Stendarr, Julianos, Talos, Arkay, Dibela, Kynareth, Akatosh, divinos ayudadme por favor.
—No creo que los dioses vallan a darnos otra oportunidad.— Río el rubio justo cuando el carruaje se detuvo. El castaño se estremeció por su tono.
—¿Que sucede?¿Por qué nos detenemos?
—¿Tu que crees?. Fin del trayecto.— concluyó la joven.
—¡No!. Por favor.
—¡Enfréntate a la muerte con algo de valor, ladrón!
Los prisioneros caminaron lentamente hasta detenerse frente a dos soldados Imperiales, uno de ellos traía unas hojas en sus manos. El hombre rubio bufó. —Al Imperio le encanta sus malditas listas.
—¡Dile que están cometiendo un error.! No estábamos contigo.
El ladrón lloró y rogó, pero el rubio solo le sonreía. La joven sabía que por mucho que lo intentaran no podían escapar de su destino, el Imperio no los dejaría ir así de fácil. Uno de los soldados Imperiales vestía con una gran armadura imperial de plata, con una placa de dragón dorado pegada en su pecho. Este hombre tomó la lista y se acercó más a los soldados.
—Caminad uno a uno al tajo.— Revisó su listado, trazando en el aire una línea con una pluma. —Ulfric Jarl de Windhelm.— El hombre amordazado no tembló, finalizando la mención de su nombre, con orgullo camino hasta el grupo que se formaba al rededor del tajo, na había arrepentimientos en él.
—¡Ha sido un honor Jarl Ulfric!— El rubio de atrás exclamó con orgullo.
El soldado Imperial suspiró, bajo su mirada y tachó el nombre de Ulfric en la lista, pasando al siguiente. —Ralof de Riverwood.— Era el hombre rubio, levantó su rostro con arrogancia, dejándole una última mirada de superioridad al soldado Imperial, pero en el fondo, muy en el fondo había decepción. El Soldado Imperial pareció ahogarse con su saliva cuando los ojos claros de Ralof cayeron sobre los suyos. Sin embargo no impidió continuar su labor, tachó su nombre y prosiguió. —Lokir de Rorikstead.
Fue el prisionero, este a diferencia del resto, se alteró. —¡No! ¡No pueden hacerme esto! ¡Yo no soy un rebelde!.— salió corriendo hacia la salida, buscando escapar se su muerte, su destino.
—¡Detente!— Gritó el soldado Imperial. Pero el prosiguió. La mujer a su lado suspiró con cansancio, se giró rápidamente, viendo como corría aquel ladrón.
—¡Arqueros!— Una sola orden bastó para que una flecha atravesara el cráneo del ladrón, tumbandolo al suelo inerte. La mujer se giró nuevamente hacía la joven prisionera, y le habló algo molesta. —¿Alguien más tiene ganas de discutir?— Ella negó en silencio, no tenía caso hacerlo.
El soldado bajó su mirada una vez más, tachó el nombre de Lokir y buscó el de ella, pero no estaba. Debía ser un error, buscó el el listado de los otros prisioneros, pero no estaba el de ella, solo habían soldados Stormcloak, tampoco la cuenta daba, tenían que haber treinta prisioneros, los números le daban al treinta y uno. —Espera. ¿Tu quien eres?.