Un bebé cuando nace, está en el lecho de sus padres acompañado con la calidez, amor y seguridad que estos le brindan.
Creciendo día a día con las caricias de su madre al despertar, dándole alegría y ternura alrededor de su corazón.
Sintiéndose protegido al saber que nadie podría herirlo gracias a ellos.
Un bebé cuando nace, no es enviado a kilómetros de distancia por orden de su padre.
Al cuidado de su mayordomo de confianza junto con su colega.
Creciendo día a día con el peso del egoísmo y rechazo de su padre, el desprecio de su madre en su última visita cuando tenía ocho años, y preguntándose qué fue lo que hizo mal para que tuviera eso en su rostro a la edad de trece años.
Entonces, su corazón se cierra.
No permite que nadie entre y crea barreras.
La primera vez que había salido al exterior salió mal, entonces decide que es suficiente.
A los doce años, conoce el arte, y a sus quince comienza a ganar reputación, ya no utiliza el dinero de su padre. Pero lo que sí utiliza es una máscara.
A los veinte ya tiene su vida por resolverse, tiene el dinero suficiente para vivir cómodamente pero eso no le interesa.
De todos modos, no puede ir a ningún lado.
De un momento a otro, llega alguien.
Comienza a sentir.
Poco a poco la deja entrar.
Sin saber sus barreras caen.
Sus emociones son un desorden.
Trata de alejarse pero es imposible.
Comienza a espiarla mientras ella está distraída.
Disfruta sus gestos y actitudes hacia las cosas que se encuentran en el lugar.
Entonces, se da cuenta.
Trata de huir.
De alejarse de los sentimientos que dejó salir.
Pero llega esa carta, esa maldita carta que saca lo peor de él.
Explota.
Y se da cuenta que estaba delante de ella.
Se siente agobiado.
Tiene miedo.
Miedo de que ella conozca esa parte.
… de que le tema.
***
Stefan.
Rápidamente llegué a mi habitación para resguardarme entre las cuatro paredes.
No esperaba que siguiera insistiendo, no me interesaba lo que contenían esas cartas. Solo quería que parara.
Tome el primer objeto y lo lance contra la pared para tratar de calmar mis emociones. Lo había arruinado todo.
Desde el primer momento supe que sería difícil para mí ocultar esta parte de mí, lo mantuve a raya pero era imposible si se trataba de él.
Fue su culpa que yo pasara por esto en primer lugar.
Llevé mis manos a mi cabello tratando de resolver este laberinto de emociones, no sabía si estaba enojado, rabioso o tan solo frustrado. Mi cabello estaba desordenado al tratar de entender qué pasaba.
Tome el cuadro que se encontraba encima de la cómoda y cuando estaba a punto de lanzarlo, pude escuchar pisadas. Se sentían cada vez más cerca, pude escuchar como se silenciaron.
Me acerqué al orificio del picaporte, era ella. Lo supe por el vestido turquesa que llevaba esta mañana.
Pero nunca llegó el llamado a la puerta.
Solo se quedó ahí, para solo volver por donde había venido.
Un sentimiento de tristeza me inunda al ver que no llamó.
Solo pude pensar en una cosa, la razón por la que ella estaba aquí.
No le interesaba como me sentía, solo estaba aquí para cumplir con la parte del trato.
Me alejé de la puerta y caminé hasta el atril que se encontraba tapado con una manta, con cuidado destape la pintura en la que trabajaba.
Comencé a dar trazos, poco a poco iba dándole vida al lienzo vacío.
Podía sentir como me liberaba a medida que jugaba con las transiciones de la luz y la perspectiva de cómo sería la imagen principal. En un parpadeo, mis manos estaban cubiertas de carboncillo, pintura y extasiado por muchas sensaciones al ver cómo avanzaba la obra.
Si así se vería el sentimiento ¿Cómo se verían las emociones? Aún no quería averiguarlo.
***
Después de limpiarme y cambiarme por ropa que no estuviera cubierta de pintura, fui hasta la habitación de Ada a disculparme por mi actitud de hoy. Fui grosero cuando ella solo quería tranquilizarme, pero al no encontrarla fui directo al salón. Tampoco se encontraba en ese lugar, solo me quedaba un lugar seguro de donde se podría encontrar.
Me dirigí hasta la puerta y salí al jardín, el clima no estaba lo suficientemente frío pero si era capaz de poder darte un resfriado.
Ella se encontraba en una de las bancas, su cabello estaba suelto y la brisa jugaba con este, usaba un camisón color plata junto con un abrigo del mismo tono. Su mirada estaba perdida mientras observaba la luna, como si esta pudiera escuchar sus secretos más ocultos y fuera su única confidente.
Poco a poco fui acercándome a ella, con el menor ruido posible, cuando estaba a pocos centímetros de ella. Se escuchó el estruendo de un vaso, provocando que ella se sobresaltara y pegara un fuerte grito.
Maldita sea.
Había empujado al estupido vaso con mi pie. ¿Y lo peor de todo? Moje mis zapatos.
Ella me miró sorprendida pero a los segundos al saber que era yo, volteo su mirada como si nada hubiera pasado.
¿Este es el momento donde tengo que disculparme? No, aquí voy.
Solo discúlpate. Algo rápido y conciso, no tan seco de palabras pero tampoco debo parecer muy cursi.
Bien, lo tengo.
—Lo lamento.
Ella volteó a verme, no dijo palabra alguna.
¿Habrá escuchado bien? Tal vez debería repetirlo.
—Lamento lo de esta tarde-tomé una de las flores que se encontraban en el lugar—. Por favor acéptala a modo de disculpa por mi actitud de esta tarde.
Solo se quedó observándome desde donde estaba, la luz de la luna caía sobre ella iluminando su mirada. No decía ni una palabra, y para ser sincero comenzaba a darme un poco de miedo.