Estoy en el paradero cuando recuerdo que me he olvidado de unos libros que necesito para la tarea. Debo regresar y veo como se va el autobús, ahora llegaré tarde.
Los libros están apilados en una repisa al fondo del salón.
—¿Se te quedó algo?
El chico nuevo sigue aquí, apoyado junto a una ventana.
—Sí.
—¿Por qué no me sorprende?
—Lo mismo digo.
Me observa, con el ceño fruncido.
—¿Qué insinúas?
Deja su lugar, avanzando hacia mí. Me intimida bastante, pero no se lo dejaré saber.
—Que a veces eres muy odioso.
Listo, se lo dije y no me arrepiento. Espero en calma a que se enfade más, pero su dura expresión se diluye y termina riendo.
—¿Odioso?... ¿Qué persona de tu edad en este siglo usa esa palabra? Eres muy rara.
—Yo... ¡Yo hablo como se me da la gana!
—Hablas como una vieja —se burla.
¿Vieja? ¿Yo? Esto es el colmo, este chico se está pasando.
—¡Eres... eres un...!
—Vamos. Insúltame de verdad.
Su impecable sonrisa me enfada todavía más, pero no le daré en el gusto. Voy por los libros.
—¿Qué pasa? ¿No te atreves a decir malas palabras?
Lo ignoro, intentando guardar los libros en mi bolso. Para mi mala suerte, el cierre se tranca.
—¿O es que la señorita perfección no se sabe ninguna?
Por mucho que lo intento, con una mano se me hace más difícil. Afirmo el bolso con mi pierna y jalo el cierre con tanta ira que termino con el deslizador en la mano. Ni modo, tendré que llevarme los libros con el brazo bueno.
—¿Ahora tampoco soy digno de que me hables? —dice, interponiéndose en mi camino.
Intento esquivarlo, pero vuelve a bloquearme el paso. Estoy demasiado molesta como para asustarme.
—Sólo déjame en paz, se me hará tarde.
—Y si no quiero ¿Qué vas a hacer?
Su tono provocador me hace sentir extraña. Lo correcto es que me produzca rechazo, pero genera algo más, una sensación inquietante.
—Pedírtelo por favor.
Parece decepcionado.
—¿Y si aun así no quiero?
—Si esperas que me enfade y te grite o te lance los libros por la cabeza, eso no pasará. Yo no soy así y si no me dejas pasar, tendré que gritar pidiendo ayuda y te meterás en problemas.
—Como si eso me importara.
Se quita del medio y por fin puedo salir.
—¡Eres una aburrida! —me grita desde el interior del salón.
No me importa, yo no estoy para entretener a nadie y menos a un desquiciado como él que probablemente sigue aquí porque está castigado. Las marcas que vi en sus nudillos lo delatan, aunque no supimos de ningún altercado.
Probablemente lo amenazó para que no hablara, pero lo pillaron igual.
Una loca idea cruza mi cabeza y la descarto por ridícula. Es imposible que golpeara a Wally, no tendría motivos. Me siento paranoica al suponer que pudo hacerlo por lo que me pasó, pero no puedo evitarlo, fue lo primero en lo que pensé.
El labio de Wally partido + los nudillos del nuevo lastimados = Isabel perdiendo un tornillo.
Vuelvo al paradero y mi cuerpo empieza a temblar. Es ahora cuando el miedo de tener a ese chico tan cerca y con una actitud tan desafiante, se apodera de mí.
Sólo espero que el autobús pase pronto y que pueda hacerlo parar sin poder usar ninguno de mis brazos.
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Editado: 27.10.2020