Enciendo las luces al llegar a casa, sabiendo que mi tía no volverá hasta el lunes. Tuvo un paseo en su trabajo. Jason carga el alcohol que compramos y nos acomodamos en el sofá.
Empezamos a beber en el taxi y al principio me pareció asqueroso. Con cada sorbo que doy es menos desagradable. Y menos me importa todo lo ocurrido esta noche.
—¡Nunca más iré a una fiesta de cumpleaños! —declaro, elevando mi lata de cerveza para que Jason brinde conmigo.
Empiezo a reírme del leve sonrojo en sus mejillas. Su cara de ebrio es muy divertida. Tiene una expresión de idiota con sueño.
—¡Ríete ahora porque mañana te sentirás horrible! —asegura, abriendo otra cerveza.
—Me sentiré horrible, aunque no tome... ¡Mi vida como la conocía se fue a la mierda! —vuelvo a brindar, chocando mi lata con la suya.
Su sonrojo se vuelve más evidente y señala con nerviosismo hacia mis piernas.
Estoy hincada sobre el sillón y el vestido se me ha subido más de la cuenta.
—¡Este maldito vestido! Como si quisiera parecerme a Karen —lucho con la tela hasta que logro deshacerme de él y lo arrojo por los aires.
Cae sobre un estante, botando un florero que se quiebra sonoramente.
—No te has tomado ni dos cervezas y ya te quitaste la ropa —Vuelve a pasarme su chaqueta—. Que no se te ocurra beber si no estoy cerca.
—¿Quieres volver a verme desnuda?... Pervertido...
—No —afirma con seriedad—, pero tampoco quiero que alguien más lo haga.
Me pongo la chaqueta sólo porque es muy cómoda y vuelvo a coger mi cerveza, que ya se me hace deliciosa.
—No te preocupes... Ningún hombre querrá verme desnuda porque soy horrible.
—Sí... Claro —murmura, desviando la vista.
Y eso está bien para mí. No quiero volver a enamorarme nunca más en la vida.
—Oye... ¿Dónde está tu otro zapato? ¿Lo tiraste por ahí? —pregunta de pronto.
Empieza a buscar por el suelo. ¿A quién le importa un horrible zapato que combinaba con ese vestido espantoso?
De pronto, levanta mis piernas y caigo de espaldas sobre el sillón, salpicándome cerveza en la cara.
—¡Mierda! Tienes un pie sucio. El puto zapato pudo quedarse en el auto... Debimos haberlo quemado —se lamenta.
Lo único que hay que quemar es ese vestido que huele al asqueroso de Roy. Lo cojo del suelo y corro hasta la cocina, donde tomo una caja de fósforos.
—Isabel ¿Qué vas a hacer?
Rio nerviosamente, arrojando el vestido a la tina y le chorreo un poco de mi cerveza encima.
—Esta noche, es el funeral de Isabel Ardila —declaro con solemnidad, dejando caer un fósforo sobre el vestido, que empieza a arder al instante.
—Yo no puedo quemar cosas, pero tú sí —se queja, abriendo la ventana.
Observo las resplandecientes llamas y siento que no es suficiente.
—¡Hey, espera! —dice Jason cuando su chaqueta cae a mis pies y lanzo el brasier a la pila funeraria.
Sus maldiciones son como sagradas oraciones en este momento tan místico de purificación.
No es sólo ropa la que arde, son también mis sentimientos, mi corazón destrozado y todos los recuerdos que, de otro modo, no me dejarán continuar.
Mis bragas no tardan en unirse a las llamas.
—Mañana, una nueva Isabel resurgirá de las cenizas...
Vuelvo a sentir la chaqueta sobre mis hombros.
De pronto, la lata de cerveza que había dejado en el borde de la tina cae dentro y las llamas crecen el triple de su tamaño, alcanzando la cortina de baño que había movido hacia el rincón. Retrocedo asustada y Jason abre rápido la ducha, acabando abruptamente con mi funeral vikingo.
El baño se llena de un humo negro y con aroma plástico y penetrante.
—El único que morirá aquí soy yo cuando tu tía me cuelgue de las bolas.
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Editado: 27.10.2020