—Ni siquiera Alfred entra, el mismo Todd se encarga de limpiar —dice Dick, explicando lo celoso que es Jason con su privacidad.
Con sus secretos, pienso mientras caminamos por un pasillo y voy vestida nuevamente con mi ropa. Ha quedado con un agradable aroma a suavizante y tomo nota mental de preguntarle algún día a Alfred cuál es el que utiliza.
—Si sabe que te dejé entrar, me matará.
Si es que algún día regresa, escucho desde un remoto lugar en mi interior y aprieto los ojos con fuerza, negando.
—Será nuestro secreto —lo tranquilizo, acariciándole la mejilla.
Él sonríe y sujetándome del mentón, me besa. Es un beso demandante y apasionado. Siento sus dedos jugueteando en mi cabello y pronto la puerta a mi espalda. Pega su cuerpo al mío y correspondo su beso lo mejor que puedo en mi actual estado de confusión.
Él no se detiene y respiro por fin, sin dejar de besarlo. Al fin lo logré.
Su otro brazo rodea mi cintura, aumentando nuestra cercanía. Me aferra con fuerza, profundizando su beso y se siente como si fuera una despedida.
Cuando se aparta, me mira con ternura, sujetando mi rostro entre sus lindas manos. Pega su frente a la mía.
—Eres la chica más deliciosa a la que he besado, nunca lo olvides.
Definitivamente es una despedida.
—No lo olvidaré —prometo, viéndolo irse y dejándome sola en aquel pasillo con muros de madera caoba, alumbrados por la tenue luz del atardecer que se cuela por la ventana del final.
Suspiro, tomando el pomo de la puerta.
Por un momento, mi ingenuo e iluso corazón se agita al creer que Jason está adentro y que Dick me lo ha estado ocultado.
Es una dulce mentira que se desvanece en cuanto abro la puerta y veo la habitación vacía.
Inhalo y llega a mí un débil vestigio de su aroma, que pronto se desvanecerá del todo si no vuelve.
E inevitablemente acabaré por olvidarlo. No quiero hacerlo.
Cierro la puerta tras de mí y apoyándome en ella, dejo salir mi amargo llanto. Lo dejo salir todo hasta que se me acaban las lágrimas.
Ya he llorado demasiado, dejando que mi torpe corazón tome el control y sólo he obtenido el dolor más absoluto. Necesito que mi cerebro recupere su trono y su poder, por mí y por Jason. Él no necesita a una chiquilla sentimental, él necesita a su sabelotodo.
Voy a encontrarte, Jason, aunque sea lo último que haga, lo juro como que me llamo Isabel Ardila, detective privada.
—Bien, Isabel, piensa. Usa el maravilloso cerebro que la vida te dio, fruto de millones de años de evolución.
Concentrada, dirijo mi aguda vista a todo lo que me rodea. La habitación es muy similar a la de Dick. No hay mucha personalización en la decoración, pero tampoco es que Jason sea muy extrovertido con sus gustos. En su escritorio hay un computador. Reviso los cajones, nada que me llame la atención.
En el librero a un costado hay varios libros sobre armas de fuego. No sabía que le gustaran.
Necesito pensar como Jason, ponerme en sus zapatos y recrear sus pasos, así llegaré a él.
Si yo dudara de la realidad, como Jason hace, tendría un diario para llevar un registro de todo lo que no cuadra o para analizar en los momentos de mayor lucidez, pero claro, yo soy mucho más meticulosa que mi Watson.
No, no puedo menospreciarlo, él es bastante listo y dentro de sus rarezas, opera con cierta lógica. Él debe llevar un registro y si no se lo ha llevado consigo ¿dónde lo guardaría?
El mejor escondite es a simple vista, pienso, mirando el librero. Me tomaría mucho tiempo revisar todos los libros uno por uno. Debe ser algo más simple, los chicos son simples.
¿Dónde escondería un chico algo que no quiere que nadie más vea?
Recuerdo una ocasión en que mi tía encontró unas revistas para adultos escondidas en el cuarto de Donny. Estaban debajo de su colchón.
Me apresuro a levantarlo y sonrío con satisfacción.
—¡Elemental, mi querido Jason! Los chicos son muy simples.
Allí, oculto cómodamente hay un cuaderno de cubierta negra, que tomo emocionada.
Sólo espero que no sea porno.
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Editado: 27.10.2020