De mi bolso saco un pañuelo y limpio mis lágrimas. Ya no quiero llorar más por Jason. Se supone que el amor debería hacerme feliz, pero desde que descubrí mis sentimientos por él, no ha habido más que sufrimiento.
Excepto en el muelle, por unos cuantos minutos.
¿Unos minutos de felicidad valen días y días de agonía?
Creo que debería intentar mantener la cabeza fría y replanteármelo, no puedo ni quiero seguir así.
El rugido de una motocicleta acercándose por detrás me sobresalta y pronto siento un golpecito en el vidrio de la ventana.
Es él.
—¿Qué le pasa a ese chico? —pregunta el taxista, acelerando.
Mi corazón late cada vez más rápido.
Jason también acelera y vuelve a mi ventana, haciéndome gestos para que baje.
Es un irracional ¿Qué es lo que pretende?
Niego con mi cabeza y cuando pienso que se ha rendido, vuelve a acelerar hasta llegar a la ventana del conductor. Su mano se acerca a la ventanilla, pero no alcanza a tocarla.
Su mano se mantiene suspendida en el aire y su cabeza inclinada, mirando al conductor a través de su casco rojo.
Todo pasa en segundos que son de agónica irrealidad. Su mano se aleja de la ventana y su cuerpo se tambalea, perdiendo el balance. El chirrido de la motocicleta arrastrándose contra el asfalto invade el automóvil, en medio de las chispas del metal herido.
Lo adelantamos y él queda atrás, tendido en el suelo.
—¡Pare, por favor!
El taxista se detiene y bajo corriendo.
La motocicleta humea y el olor a los neumáticos quemados me causa picor en la garganta y los ojos. Jason está consciente e intenta levantar la moto, que le está aplastando una pierna. Cuando lo consigue, se quita el casco y lo arroja con furia.
La expresión de su rostro es sobrecogedora y caigo de rodillas junto a él.
Lloro más que antes.
—¿Por qué haces estas cosas? —pregunto con una voz apenas audible.
Pudo lastimarse gravemente.
Él me mira unos segundos, luego sus ojos se desvían a alguien tras de mí. El taxista ha llegado a nuestro lado.
—¿Estás bien, chico? —le pregunta.
Y Jason, con el rostro lleno de una enloquecedora mezcla de ira y horror, no contesta. Su boca se abre y tiembla, incapaz de hablar. Apoyo la mano en su hombro, asustada y tan rápido como un parpadeo, una pistola ha aparecido en la suya. Le apunta al taxista.
Ni siquiera lo pienso y me abalanzo sobre él, levantándole las manos para alejarlas de su blanco. Forcejeamos hasta que un atronador sonido corta el aire, como un trueno a ras del suelo. Al sonido del disparo, que resuena largamente en la oscuridad de la noche, le sigue un doloroso pitido.
Me llevo las manos a los oídos, segura de haber quedado sorda. Por lo menos el taxista logró escapar.
Jason mira incrédulo el auto alejarse hasta que se pierde de vista. Parece desconsolado.
Junto al pitido, suena en mi cabeza la voz de Roy, advirtiéndome que me cuidara de él. Cuanta razón tenía, pienso mirando la pistola, todavía humeante en su mano igual que la moto.
—¡Maldición! ¡Maldición! —brama él, golpeando el suelo.
Se oye muy lejos.
Y se siente igualmente distante y extraño.
Iba a matar al taxista. Él estaba dispuesto a matar a alguien con sus propias manos.
¿Quién es esta persona?
Acabo de darme cuenta de que no lo conozco en absoluto.
Y tengo miedo de conocerlo.
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Editado: 27.10.2020