Gabriela
—No, no y no —contesto ante las opciones que me brinda, lo hago divertida, con el objetivo de que se retracte y continúe siendo mi doctor.
—Gabe… —llama mi atención.
—Ninguno me da la confianza suficiente —Me escondo en mis hombros y solo blanquea los ojos.
—Ella, la conozco demasiado bien y es muy buena profesional, su ética es impecable —recomienda y tengo muchos motivos para negarme.
—No, mírala, es hermosa, tiene los pechos que yo no tengo y hasta el cabello —Señalo mi cabeza, dado que recientemente volví a raparme—, deberías enamorarte de ella —sugiero y su rostro se frunce de inmediato.
—Te he visto en tu peor momento, Gabe.
—Hasta cuando no pesaba nada y podías ver a través de mi piel —interrumpo, lo disfruto.
—Sí, lo recuerdo muy bien —En esta ocasión sonríe— y no me importa, pero yéndonos por el lado bueno —Se acerca a mi cabeza y deja un beso—, no necesitaré espejos, puedo reflejarme aquí —bromea y de inmediato desato mis carcajadas.
Él es de las pocas personas que ha estado conmigo desde el principio, es el único con el que me siento libre de ser quien soy. Me hace sentir cómoda, de verdad aprecio su compañía.
—Eres un tonto, Marcus —Lo empujo o eso intento, pero nada más consigo que me acerque más a su cuerpo.
—¿Ya decidiste? —pregunta en un tono mucho más serio.
—Ella, pero a la primera mirada de lástima que le dé a alguno de los pacientes o a mí, la despido —advierto, ya que el gesto que más nos afecta en esta situación es ese: ver lástima en los ojos de otras personas.
—Es buena, en cambio, tú —Me sujeta con fuerza de la cintura para que no escape, al igual que cada consulta—eres lo contrario —acusa y siento algo de debilidad por el tono que emplea al hablar.
Mis piernas ejercen presión la una sobre la otra, puesto que sentir este deseo así de intenso, después de tanto tiempo, no está bien.
—Júrame que no harás lo mismo —pide y sonrío con algo de descaro—, Gabe… —Me observa fijamente y percibo sus ganas de maldecir.
—No prometo nada —pongo a prueba su capacidad de soportarme.
—Santo cielo —pega un grito mirando al techo.
—Relájate, si no es ella, pues buscamos a otro y a otro, hasta que vuelvas conmigo —revelo mi plan.
—¿Sabes…? —niega y desvía su mirada— Mejor cenemos —sugiere dándose por vencido.
—Salgamos —propongo—, conozco un restaurante, va a encantarte —aseguro.
—No uso la ropa correcta para ir a un lugar como ese —Se excusa.
—Eso no importa, yo no voy a cambiarme, iré así —señalo mis jeans de mezclilla desgastados y mi camisa un poco grande.
—De acuerdo —acepta, no pone demasiada resistencia.
—Ya regreso —Me separo.
Abandono la sala para dirigirme a mi habitación. Corro lo hago con afán, más al ascender por las escaleras. Ingreso y de inmediato voy a mi armario, tomo unas cuantas pelucas y regreso para hacerle frente.
—¿Cómo me prefieres? —averiguo— ¿Rubia, castaña, morena o roja pasión? —bromeo enseñándole cada uno de los cabellos— O si tienes alguna fantasía, te tengo el violeta —La agito, me contoneo de un lado a otro y solo se divierte.
—Por mí, ninguna, pero como no saldrás de aquí sin alguna… tararatan —pone un poco de suspenso a la situación—: roja pasión —decide en medio de risas.
—Ya regreso, voy por mis zapatos —aviso marchándome en una nueva oportunidad.
(…)
—¿En serio, Gabe? —Me detiene justo cuando intento entrar al restaurante— Etiqueta —señala el lugar y a las personas que visten de traje.
—Está bien, conozco al dueño, al chef, al mesero y hasta al lavaplatos, también al que saca la basura —Le resto importancia a sus palabras referentes al código de vestimenta—. Vamos —sujetó su mano y le aliento a avanzar.
—Gabe —saluda con emoción David. Se encuentra detrás del mostrador y por la expresión que percibo divertida en su rostro, cree haber visto un fantasma—. ¿A qué le debemos el placer de que nos honres con tu presencia? —exagera abandonando su lugar y acercándose a abrazar para luego depositar un beso en mi frente.
—No hagas eso, Jean —pido, dado que no hace más que generarme vergüenza.
—Ya aprecio el honor —señala a Marcus, lo hace divertido y este solo se llena de incomodidad, puesto que comienza a desordenar su cabello.
—No hagas eso —pido puesto que por el matiz de su voz podría ser despedido.
—Buena noche, me llamo David —cambia a un tono más varonil y Marcus solo acepta su mano.
—Doctor Steven… digo, Marcus —corrige apenado, observando sin entender lo que pasa por la mente de este hombre, pero muy pronto lo descubrirá.
—Gracias por sacarla de la cueva —dice deshaciendo su agarre.
—Ella me sacó a mí —sonríe, dado que es cierto.
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Editado: 12.01.2024