Sobreviviendo Con, ¡mi Jefe!.

Capítulo dos: Petra Gonzales.

 

Estaba pensando en alguna forma en la que pudiese deshacerme del cuerpo de Romina luego de matarla cuando mis pensamientos fueron interrumpidos.

—Señorita Gonzáles— me causó gracia la forma en que pronunciaba mi apellido, como si tuviese atascado un gargajo en la garganta.

—Le aseguro que me afeito todos los días.

No sé si fue su voz grave y varonil de locutor de radio romántica lo que hizo que el filtro entre mi cerebro y mi lengua dejara de funcionar por unos segundos. Pero la estaba cagando, en grande.

—¿Qué dijo?.

—No soy la señorita Gonzáles— corregí hablando con agudeza—. Ya lo comunico con ella— caminé hasta el sillón colocando la bocina del teléfono cerca de mis pies para que se escucharan mis pasos—. Es para ti… Gracias Nerea.. Buenas tardes, habla Petra, Petra Gonzáles— afiancé mi tono en “Petra”, rogando para que mi segundo nombre me salvara de la vergüenza. Si, era ridículo, pero no perdía nada intentándolo.

—Señorita Gonzáles, habla Stefan Murphy, su jefe— ya sabía que era mi jefe, no tenía porqué decírmelo. Era una clara muestra de dejar en claro quien mandaba y eso no me agradaba en lo más mínimo.

—Señor Murphy, a qué debo el placer de su llamada— inquirí con seriedad.

—He leído su investigación.

Y toda mi seriedad se fue al caño. 


Por los dientes del ratón Pérez.

¡Mi jefe había leído mi investigación!. 


¡Yijaaa!.

Salté y comencé a bailar la masucamba sin importarme estar como mi mami me trajo al mundo.

No colapses, Nerea. ¡No colapses!. 


Mordí mi puño para aguantar la emoción. ¡Ay, voy a llorar!.

¡Es que ya me veía!, ya me veía dirigiendo la investigación parada frente al barco como Rose en el Titanic pero sin Leonardo Di Caprio.

—Señorita Gonzáles.

—Aquí estoy, aquí estoy. Perdón, digo, lo siento, me perdí ¿me dijo algo?. Me quedé en la parte en que había leído mi investigación.

—Le estaba diciendo que quería verla mañana, en mi casa.

¿Qué?

—¿En su casa? ¿Por qué en su casa?—pregunté sin disimular mi tono a la defensiva. ¿Acaso quería violarme, matarme y luego descuartizarme?.

—¿Algún problema?— antes de responder la pregunta, intenté recordar si mi electrizador aún tenía baterías. 
No iba a ir a esa casa sin un arma en la mano. Era paranoica y culpaba de ello a mi madre y a Investigation Discovery.

—No. No hay ningún problema, Señor Murphy— dije recordando que tenía un par en alguna parte de la zapatera.

—De acuerdo. Entonces nos vemos mañana a las nueve en punto. Pase buena noche.

—Pase buena no— me callé al oír el teléfono descolgado. Me había colgado. Que maleducado.

Su descortesía no opacó mi felicidad. Aquellos seis meses había tenido la ansiedad a flor de piel. Me había preguntado; ¿había hecho lo correcto? ¿Y si mi investigación no era lo suficientemente buena? ¿Y si yo no era lo suficientemente buena?¿Si no llegaba a nada?. Por instante me arrepentí de haberlo enviado, no me creía lo suficientemente talentosa, pero la fe al creer que aquella información era verídica fue lo que me impulsó a arriesgarme.

Recibir la llamada de mi jefe y notar que le había interesado mi trabajo, fue reconfortante.

Me acerqué a la habitación de Romina e intenté abrir la puerta.

—No estarás allí toda tu vida, amiga mía. ¡Cuando salgas te ahorcaré con mis—

—¡Asquerosa!.

—¡La evolución me hizo así, quien soy yo para desafiar a la naturaleza!.

—¡La evolución nos dio el cerebro más inteligente del mundo para crear afeitadoras, úsalas!.

Blanqueé los ojos y sonreí. Romina casi no estaba en el departamento. La mayoría del tiempo estaba en los cruceros, pero cuando llegaba era como tener a mi abuela hipocondríaca de visita. Para una mujer que dejaba la ropa donde se las quitaba, era estresante.

Caminé hasta mi cuarto y abrí la puerta para ir hasta mi gaveta y buscar un bóxer. Me gustaba usar bóxers, eran más cómodos. Salté en la cama y me enrollé como una shawarma.

Me acosté encontrándome feliz y satisfecha con mi vida por primera vez en seis años. Me sentí útil. Estaba agotada físicamente por los tres días en alta mar, pero mi mente estaba activa, no podía conciliar el sueño.

Dormí unas horas y me levanté dos horas antes de la cita. Siempre me pasaba cuando estaba ansiosa. Me vestí con la ropa que más me gustaba, un pantalón suelto color negro, una camisa de tirantes. No me gustaba usar sostén—tampoco es que tuviese mucho que sostener— así que por eso me coloqué un chaleco largo color azul rey. Me coloqué mis botas negras y luego me maquillé un poco las ojeras de panda.

Salí de la habitación y me detuve de golpe al ver a Romina sentada en la isla de la cocina. Dejó de masticar su arepa y me miró espantada. Me acerqué amenazante y tragó grueso.

—¡Mi jefe leyó mi proyectaaa!— salté haciendo que se exaltara. Luego de pasar el susto, me sonrió y me abrazó.

—¡Eso es genial, Nerea!.

—¡Lo sé, lo sé!. Debo irme.

—¿Irte?, ¿ a dónde?, ¿no vas a desayunar antes?.

Negué, estaba demasiado nerviosa. Si comía lo vomitaría todo.

—Comeré luego de la reunión— caminé hasta la esquina de la sala para tomar mi bicicleta—. ¡Deséame suerte!. 
Abrí la puerta con algo de dificultad. Romina me sonrió y sacudió su mano.

—¡Suerte con el papucho!.

Bajé la bicicleta en lo que parecía una lucha interminable entre ella y yo. La gente dejaba las bicicletas afuera sin temor alguno, pero yo venía de un país donde si te descuidaba, te arrancaban los aretes de las orejas y era tan distraída que podía darle el casco al ladrón que me robara la bicicleta y ni siquiera lo notaría. Así que prefería dejarla dentro del departamento. 
Luego de una lucha intensa con el móvil de dos ruedas la monté y pedaleé como si la vida se me fuese en ello. Luego recordé que iban con una hora de ventaja y me lo tomé con calma para ver un poco el paisaje.



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En el texto hay: jefe y empleada, jefemalhumorado, humorydrama

Editado: 10.04.2021

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