Sobreviviendo Con, ¡mi Jefe!.

Capítulo tres: invitame a tu cama

Me sentía tan expuesta. Yo no era sí. No me atemorizaba con los hombres. ¡De verdad!. ¡Era yo quien les causaba temor!. No soy un pan dulce; me gusta hacer las cosas por mí misma, no me gusta que me digan que hacer, detesto ser cuestionada y si tengo una conversación con alguien y se pasa de listo, rápidamente lo mando a la mierda.

“A ningún hombre le gusta las mujeres más inteligentes y fuerte que ellos, mucho menos que sean tan independientes como tú lo eres, Nere. Eso los espanta”.

Eso me había respondido mi madre cuando me acerqué llorando a ella, preguntándole por qué razón ningún chico se fijaba en mí y cuando lo hacía, se alejaban después de conocerme o nos volvíamos buenos amigos.  Y aunque su momento quise cambiar, terminé aceptándome y me gustaba, me gustaba que los hombres me respetaran y no me vieran como una futura conquista,  disfrutaba fulminarlos con la mirada y hacer que se encogieran en sus asientos al sonreírle con coquetería y luego mandarlos al diablo, me encantaba tener el control de mis sentimientos y de cualquier situación.

Pero mi jefe…

Bastaba solo una mirada suya para que quisiese ocultarme bajo una roca y no verlo. No sabía si era por su tamaño, su mirada, su voz, su aspecto de Vikingo o su presencia.

Pensándolo bien, era por todo eso junto.

Eso no me gustaba, quería largarme de allí lo más pronto posible y seguirlo viendo cada 364 días.

Me hizo un ademán para que caminase frente a él y lo hice cohibida.

¿Por qué debía caminar delante de él si no sé dónde queda el comedor? ¿Quiere verme el trasero?. ¿Cómo debería caminar? No. ¿Cómo se camina?.

Una mujer—supuse era la empleada— se apiadó de mí y me guio. Luego de caminar como si tuviese un palo metido en medio de mi trasero hacia el lado oeste de la casa, subí los tres escalones largos que daban al comedor junto con ella. Fue cuando recordé— o el ardor me hizo recordar— que me había golpeado la rodilla. Mi pantalón estaba roto y tenía una pequeña curita. Para cuando alcé la mirada mi jefe ya había tomado asiento en la cabecera de la mesa rectangular de vidrio templado. Me hizo un ademán para que tomara asiento y lo hice, en la otra esquina, muy alejada de él. Observó mi acción y la ignoró mientras tomaba la comida que su empleada le brindaba.

—A esa distancia no podremos conversar adecuadamente, señorita Gonzales. Siéntese a mi lado, no muerdo— dijo mientras tomaba los cubiertos. ¿Eso había sido una broma? Porque no me dio nadita de risa. Nadita.

Me levanté y caminé lentamente hacia él. Me senté en la silla que estaba justo a su lado, en la parte derecha y le sonreí. Para mi colapso mental y— júzgueme el que quiera pero no lo negaré— vaginal, me sonrió. 
¡Por el doctor que me vio nacer! ¡¿Qué hice yo pare merecer semejante honor?!. Si era guapo luciendo como el amargado calamardo, ¡ya podrán imaginarse verlo sonriendo!. Sentí que me daría un infartazo en todos lados.

—Que-que ver-vergüenza con-con usted.

¡¿Ahora qué me pasaba?!. Me faltaba decirle “eso es to- eso es to- ¡eso es todo amigos!”.  Señor, era tan patética. Es que si mi mamá estuviese aquí me vería decepcionada por dejar que mis bóxers se mojaran de solo ver esa sonrisa perlada.

—¿Por el desayuno?. No se preocupe, yo tampoco acostumbro a desayunar tan temprano, de hecho, en mis planes estaba invitarla.

Invítame a tu cama.

¿Quéeee?.

Ahí estaba de nuevo, esa parte de mi cerebro que no podía controlar y que siempre aparecía en la noche para rezar invocaciones de demonios en contra de mi voluntad, ahora estaba haciendo que pensara en cosas indecentes.

—Gracias.

No pude decir nada más. Yo, la mujer que no estudiaba para sus exposiciones desde que estaba en segundo grado, la que había ganado concursos de poesía, declamación y debate.

No pude. Decir. Más. Nada.

La señora que le había servido la comida a mi jefe regresó con un plato para mí. Mi estómago rugió violentamente al ver la comida y observé espantada a mi jefe, pero este, o bien era sordo o se hizo, porque seguió comiendo de su caldo.

Comencé a comer. Estaba delicioso, pensé en pedirle la receta a la señora, eso claro, si no moría antes de un infarto. Estábamos en un completo e incómodo silencio. Luego de comer y que recogieran los platos, la mirada de mi jefe nuevamente se posó en esta humilde servidora y casi devuelvo toda la sopa.

Entrelazó sus grandes manos en la mesa y ladeó su cabeza sonriéndome —¡Oh sonriéndome!— tan encantadoramente.

—Hablemos de su investigación. Antes que nada, permítame felicitarla— hice uso de todo mi poco autocontrol para sonreír y no saltar de la silla debido a la emoción—. Es muy interesante su hipótesis, y osada. Proponer que los atunes han modificado sus rutas migratorias…

—Los animales tienden a cambiar sus comportamientos naturales cuando una fuerza externa causa un impacto, o cambio, en su entorno, Señor Murphy— expuse con fluidez. Me sentía segura hablando de esto, estaba en mi terreno—. Debido a la sobrepesca de atunes de aleta azul y a la pesca de sus propios alimentos, era cuestión de tiempo para que cambiaran sus rutas migratorias. Si bien van hacia el mediterráneo, apunto a que los atunes de aleta azul modifican su ruta migratoria hacia las islas de indonesia cuando pasan por japón, cerca del triángulo del dragón, en las islas de indonesia desovan y hacen que sus crías se desarrollen en un ambiente seguro y a salvo. Hay islas vírgenes, arrecifes llenos de peces y una temperatura adecuada para ellos, así que es lo más probable. Además, tengo la corazonada de que aquellos que lo hacen son los más fuertes y grandes, por lo fuerte que son las corrientes entre el océano pacífico y el índico. Pero son solo hipótesis, necesito investigar un poco más para corroborarlas.

Alzó sus cejas, la comisura de sus labios se ladeó en un intento de sonrisa complacida, juraría que había visto un brillo de malicia bailando en sus ojos pero luego me dije que habían sido cosas mías. Tonta de mí que no le hice caso a mis presentimientos.



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En el texto hay: jefe y empleada, jefemalhumorado, humorydrama

Editado: 10.04.2021

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