Sobreviviendo Con, ¡mi Jefe!.

Capítulo cinco: consumida por el mar.

Llevé mi mano al bolsillo derecho del bléiser, saqué mi electrificadora y la pegué en su cuello, activándola sin remordimiento alguno.

—¡AHG-AHG-AHG-AHG!— gritó temblando como pez fuera del agua, le di unas tres descargas sonriendo como niña con juguete nuevo y luego me aparté.

Cuadré mis hombros, como siempre hacía cuando estaba a la defensiva.

—¡Maldita Loca!— se encorvó para llevarse la mano al cuello y quejarse del dolor, me dio una mirada furibunda que fue devuelta con la misma, y hasta mayor, intensidad.

—Voy a firmar— expuse con la nariz dilatada,  retrocedí hasta la puerta sin darle la espalda. Aúne estaba recomponiendo de la descarga eléctrica—. Me dijo que no era rencoroso, así que espero que no se lo haya tomado a personal— tomé el pomo de la puerta—, infeliz— se irguió para acercarse a mí. Me puse en guardia y blandí mi electrificadora como si fuese una samurai haciendo que diera marcha atrás en el acto—. Más le vale que en todo el viaje mantenga la distancia conmigo, o no me haré responsable de mis actos, soy cinta blanca con tres franjas amarilla, casi llegué al amarillo y si eso no le atemoriza también practico Tae-bo — cerré la puerta y salí corriendo de allí.

Subí las escaleras, tropecé unas cuantas veces hasta llegar a proa y ver el tempestuoso mar. Las olas que golpeaban el barco mojaban el costoso traje que traía puesto, arruinaron mi alisado y mi maquillaje, estaba tan devastada por fuera como lo estaba por dentro. Bajé la cabeza y comencé a llorar silenciosamente de tanta impotencia que golpeaba incesante mi corazón.

Un año y medio, ¡Un año y medio lejos de mi familia!. Dejé de pasar tiempo con ellos para trabajar en la empresa de un miserable que ni siquiera me había tomado en cuenta e hizo de las suyas. No le importaba nada más que él, mientras yo, yo tenía que conformarme con tener el “honor” de trabajar en su empresa y “gozar” de sus beneficios por una investigación que me había costado tanto.

Lo peor del caso, era que no podía hacer nada. Él podía tronar los dedos y destruir en un parpadeo todo lo que a mí y a mi hermano nos había costado años construir.

Entonces, ¿debía dejar al lado todas mis noches de insomnio, todas mis jaquecas y frustraciones al sentir que iba por el camino equivocado?. 

Si. Debía olvidar todo aquello y resignarme porque de lo contrario, arruinaría un proyecto al que también le había puesto el corazón.

No quería dinero ni beneficios,  quería apoyo, comprensión, que pudiésemos resolver el problema juntos, ¡no ser parte de él!. Estábamos acabando—con pequeñas acciones— nuestro planeta y cuando surgía una forma de ayudarlo, encontrábamos la manera de voltear la cosa a nuestro favor y empeorar la situación. 

Esta bien, supongamos que no lo juzgo por ser un desalmado y quitarme la investigación pero, ¿era necesario jugar con mis ilusiones?¿Era justo aquello?.

¿Por qué era tan difícil hacer cosas buena?. 

Siempre creí que todo mi arduo trabajo daría frutos alguna vez, que el mismo planeta me ayudaría a salvarlo, ya saben, me guiaría y conspiraría a mi favor. Pero por lo visto el planeta tenia conductas suicidas porque no me ayudó en nada.

Estaba muy deprimida y molesta.

¿Qué iba a decirle a mi familia? ¿Qué todo por lo que me había esforzado se me había sido arrebatado porque andaba en las nubes como siempre y no pude ver las señales?.Stefen Murphy me había subido a la cima y me había hecho tocar las nubes para luego enraizarme en la tierra y evitar que tomara vuelo.

Me sujeté del barandal al ver que el barco subía violentamente y sollocé. Eran demasiado sentimientos negativos invadiéndome al mismo tiempo sin compasión alguna. 

Alguien me colocó un impermeable y luego me tapó la cabeza con la capucha, me giré para observar al doctor Dinozzo sonreírme con una ternura que me encogió el corazón.

—Puede resfriarse, señorita— aquel anciano de cabello blanco me recordaba a la mano derecha del capitán garfio, eran muy similares. Sus ojos llenos de gentileza al igual que su sonrisa.

—Muchas gracias— dije cobijándome en la chaqueta. Sorbí mi nariz y limpié mis lágrimas sonriéndole para que no notara mi lagrimeo—. ¿Dónde estamos exactamente?.

—Estamos en el mar del diablo.

—¡¿Qué?!.

Lo que faltaba.

Comencé a dudar seriamente de la posibilidad de ser el guardia romano que le dio latigazos a Jesucristo o Sadam Husein.

—Hemos venido a pescar inmensos atunes de aleta azul. 

Lo miré horrorizada—¡¿Acaso no han escuchado las historias de este mar?!. ¡Ese hombre nos ha traído a nuestra propia muerte!.

El doctor sonrió—. Pensé que era un riesgo que usted quería llevar, Señorita Gonzales— me observo reflexivo, tratando de estudiarme—. Leí su tesis. Más allá de la investigación, la vehemencia y el entusiasmo con el que se expresaba, me sorprendieron. Me recordó a mí cuando era joven; sediento de aventuras y riesgo— dijo mirando el mar anhelante—. Pero ahora que la veo, noto que ha pasado demasiado tiempo trabajando en una empresa... Mis dudas acerca de si usted verdaderamente había aceptado ceder los derechos, han sido disipadas.

Se fue dejándome sin palabras y bufé sin ánimos de querer aclararle las cosas al doctor. No tenía caso hacerlo.

Observé el océano con respeto, era brusco y violento. Los nombres que le daban a estas aguas pasaron por mi mente una y otra vez.

El mar del diablo.

El triángulo del Dragón.

Cementerio de barcos pesqueros.

Islas llenas de demonios que comen pescadores.

Ciudades sumergidas.

El triángulo de las Bermudas Japonés.

Hábitat de animales prehistórico.

Donde el tiempo se detiene.


Tragué con dificultad.

Quería vivir aventuras, sí, pero podíamos empezar poco a poquito, como los niños; primero con protectores y cuatro rueditas, no con una motocicleta de calavera con aros de fuego. Aquello era demasiado. Aún tenía que digerir todo lo que me había pasado en menos de cuarenta y ocho horas. 

Observé la pista de aterrizaje con unas inmensas ganas de huir, me sentía asfixiada en ese barco. Casi sufrí un infarto al ver que el helicóptero no estaba. Aquello significaba que los socios se habían ido de urgencia por alguna razón. 

—¡LOS RADARES Y LAS BRÚJULAS NO ESTÁN FUNCIONANDO!—Gritó el capitán desde la ventana.

Puedo jurar que mi corazón dejó de latir por breves instantes.

Habíamos entrado en el triángulo.

Universo, dime qué te hice y lo resolvemos hablando, ¿por que la violencia? ¿por qué el maltrato?.

—¡TENEMOS A UNO! ¡TENEMOS A UNO!—gritó uno de los pescadores que cargaba un impermeable naranja.

Los hombres comenzaron a correr hacia estribor ignorando los gritos del capitán. 

Mi mirada viajaba de un lado a otro. La adrenalina nuevamente comenzó a correr por mi torrente sanguíneo y corrí— resbalando dos veces— hacia el lugar donde tenían al pez.

—¡DISPAREN LA LANZA! ¡NO LO DEJEN IR!— gritó el hombre que sostenía la parte superior de la cuerda metálica. No podía ver con claridad debido a todo el agua salada que me caía en el rostro. El barco que se dejaba llevar por las furiosas olas tampoco me ayudaba mucho—. ¡DIOS MÍO, JAMÁS HABIA VISTO UNO TAN GRANDE!— me acerqué a el barandal para observarlo con el corazón en la boca.

—Mierda— murmuré impactada.

Era un hermoso espécimen de aleta azul que comenzó a luchar ferozmente por ser liberado, sus color azul metálico resaltaba entre las oscuras aguas como el hierro pulido. 

El pez en forma de torpedo retorció sus aletas dorsales con fuerza intentando deshacerse del agarre. Por más que intenté ver el final del pez, no lo conseguí. Habían seis hombres intentando sostenerlo a duras penas.

Ese no era un atún de aleta azul. Era un monstruoso atún gigante.

Dio un giro para tratar de liberarse mostrando una pequeña parte del lado inferior de su cuerpo de color blanco plateado y noté de inmediato que era un adulto en edad reproductiva.

—¡DEBBEN DEJARLO IR!— le grité a los hombres—.¡ESTÁ EN ETAPA REPRODUCTIVA!.

—¡MEJOR AÚN!— gritó el hombre que estaba a punto de lanzar la lanza, el del impermeable naranja.

Nunca vi como pescaban a los atunes. Me mantenía en la oficina del barco hasta que lo enganchaban y lo alzaban, era allí cuando salía e iba a estudiarlos para ver si su carne estaba en óptimas condiciones.

Verlo luchando, verlo zarandearse sin rendirse, removió algo en mi interior, incluso sentí que me estaba mirando a los ojos pidiendo misericordia.

Aquellos peces estaban en un estado delicado de peligroso  de extinción, y yo no ayudaría a bajar más la balanza.



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En el texto hay: jefe y empleada, jefemalhumorado, humorydrama

Editado: 10.04.2021

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