Maira se despertó de un respingo. No se debió por no estar acostumbrada a dormir en otros lugares que no fuera su hogar, sino porque escuchó un fuerte ruido desde afuera.
Se levantó y se asomó a la ventana para saber qué era: se trataba del hombre con el que hablaron cuando iban de camino a la posada; estaba cortando unos troncos y ajuntándolos. Maira recordó que él iba hacerle ese trabajo a la recepcionista, solo no creyó que lo iba a hacer tan cerca de ellos.
Mientras se frotaba los ojos, miró con disgusto el reloj que estaba en la mesa: iban a ser las diez de la noche.
De pronto, tuvo un poco de envidia que Edgar fuera una persona que tenía el sueño pesado como para haberse despertado por aquél ruido. Ella quería dormir, pero supo que no lo conseguiría mientras escuchara aquellos ruidosos cortes. Trató de no darle importancia, no hasta que, después de unos cortos minutos, oyera un grito desgarrador proveniente de afuera y, con seguridad, del hombre.
Maira se levantó de la cama tan rápido como pudo, yendo hacia la ventana para comprobar si se trataba del hombre que liberó aquel grito, lo cual, fue cierto.
El corazón de Maira latía desbocadamente, apenas podía respirar por el susto que la cubrió de pies a cabeza. Volteó para despertar a Edgar, pero no quería asustarlo con lanzarle de un tirón lo sucedido, y mucho menos por su problema del corazón, por lo que solo se puso su chaqueta, su pantalón y salió de su habitación para auxiliar al señor por si estaba en algún aprieto. Estaba por tocar la puerta de su amigo Gunter, pero decidió por no hacerlo y continuar con su camino. Sin embargo, se detuvo cuando escuchó abrirse la puerta de la habitación de Gunter.
— ¿Maira? —Era el mismo Gunter—. ¿Adónde vas?
—No me llames loca, pero escuché gritar al hombre que vimos en el camino. Voy a ayudarlo —dijo Maira con prontitud.
—Espera —Gunter detuvo a Maira cuando salió corriendo a toda prisa hacia las escaleras, entrando de nuevo hacia su habitación para ponerse su chaqueta, sus botas y vaqueros, saliendo después—. Iré contigo.
Maira asintió, y ambos salieron deprisa hacia afuera. El frío era abismal. Maira rogó haberse puesto algo que no fuera una simple blusa, pero por lo repentino que todo ocurrió, no le quedó de otra que cruzar sus brazos y esconder las manos en sus axilas.
Los dos estaban pisando el mismo lugar en el que estaba el hombre. Curiosamente, no había nada, nada de nada en cualquier lado que mirase, no estaba el sujeto, ni mucho menos hubo rastros de su repentina desaparición, ni siquiera el hacha, tampoco pisadas.
La cabeza de Maira empezó a dolerle demasiado, llegó al borde de la frustración y desesperación, y más por la forma en cómo Gunter la veía.
—Él estaba aquí… ¡Él estaba aquí! —protestó Maira, mirando al suelo—. ¡Lo juro! ¡Escuché cómo gritó!
—Maira… ¿estás segura que lo oíste? Yo no escuché nada.
— ¡Sí! ¡Yo lo oí! Lo vi cuando me desperté, y cuando me volví a dormir y escuché su grito, ya no estaba. Hablo enserio, Gunter.
Gunter intentó asimilar las palabras de su amiga Maira ya que no había pruebas de lo que decía, ni él había escuchado el supuesto grito del que ella hablaba, pensó incluso que pudo haber sido una pesadilla y ella creyó que era real.
No obstante, para calmar la situación y hacer que Maira no perdiera más la cabeza, Gunter caminó por los alrededores sin separarse mucho de Maira. No avistó al hombre ni nada fuera de lo normal, sino después de unos pocos segundos. La tierra en la que estaba dejaba en clara evidencia que algo se llevó largamente de arrastre al hombre; era como si trató de aferrarse con las uñas lo más que podía.
—Maira. Mira lo que encontré.
Cuando ella llegó a él, quedó atónita.
—Algo arrastró a lo que sea que se llevó en esa dirección.
Inmediatamente, Maira siguió el camino, y frenó en seco cuando vio algo horrible. Cuando creía que encontraría el responsable del ataque, o al menos la víctima, simplemente no dio con nada. Se atrevió a revisar un poco más la zona, sin embargo, eso la condenó a que no solo contemplaría el hacha del hombre, sino también, un largo camino con sangre.
—Dios… —Maira no podía cerrar la boca, por más que tratase.
—Maira. ¿Dónde estás? —Gunter no oyó respuesta, pero tampoco es que le fue complicado hallarla. Y cuando la encontró, se abismó tras ver el camino ensangrentado, helándosele la sangre junto con la piel. Ninguno de los dos podía moverse por el terror que los abrigaba, pero cuando ambos escucharon de repente los numerosos gritos de miedo en todo el pueblo, sus cuerpos sintieron la necesidad de correr a toda prisa hacia la posada.
—No podemos quedarnos aquí. ¡Hay que regresar, ya! —dijo Gunter, tomando la mano de Maira y corriendo a toda prisa.
Con tantos gritos de personas que no paraban de oír, junto con otros más que en eco sonaban grotescos y extraños, supieron inmediatamente que no eran animales, sino otra cosa mucho peor.
Cuando los dos tomaron el callejón que trasladaba a la posada de nuevo, frenaron sus pasos al ver que algo cayó casi encima de ellos. Maira se quedó detrás de Gunter, completamente asustada. Gunter tapó a su amiga con el brazo de forma instintiva.