Sobrevivientes de la Muerte (death Survivors)

7 - El Museo Earth Away

7

 

 

El Museo Earth Away

 

 

Jay escapaba del lago de la muerte en el que estaba ahogándose cuando empezó a esprintar hacia El Museo Earth Away.

Fue lo más rápido que pudo hacia la entrada. La puerta no cedía. Jay chasqueó por el resultado. Atrás de él, oyó con claridad los gritos de esos monstruos yendo tras él. Si para él le resultó un desafío lidiar con uno o dos criaturas de esas, una horda sería como atreverse a desafiar a la muerte sin nada a mano, y aunque tuviese una, quedar vivo era cuestión de suerte.

Y aunque no se enfrentó a ellas, obtuvo la suerte que necesitaba para escapar: Jay encontró una forma de huida cuando corrió por el lado derecho del museo, avistando que había una escalera que trasladaba hacia el tejado.

 El apuro y el temor que lo inundaba hasta la cabeza, le hicieron subir a toda prisa, y seguido de ello, subió la escalera metálica; no lo creyó posible, pero optó por prevenir tras pensar que esas criaturas podían ascender usando la escalera.

Después, se dirigió a una ventana que tenía forma cúpula; no había otra forma de entrar al museo. Para su sorpresa, estaba abierta, y había una cuerda por el que se podía sujetar y descender hasta abajo.

— ¿Qué hace esta cuerda aquí? —preguntó Jay, pero dejó la pregunta para otro momento cuando escuchó los gritos de los monstruos abajo, bajando por la cuerda.

Era un experto en ello; lo hizo saber montones de veces en la clase de Educación Física.

—No recuerdo que el museo fuera así de grande —espetó Jay mientras descendía por la cuerda.

La claridad del museo era escasa. La presencia de la luna era la única fuente de luz que tenía el museo. No obstante, Jay no se quejaba por la oscuridad. La situación terrorífica que se hallaba afuera era mil veces peor que un lugar  oscuro.

Los pies de Jay tocaron el suelo. Comprobó su alrededor y abajo. No percibió nada, ni criaturas ni personas.

Sacó el revólver. La rabia consumió su cuerpo: tenía pocas balas. Sonrió.

—Lastimosamente, suicidarse no es una opción para personas como yo —bromeó Jay, empuñando después el mango del arma.

Jay caminó a paso lento. Aunque no detectó nada por el lugar, no confiaba en el lugar como para andar por allí libremente.

En un descuido, su pie falló al envolverse con una alfombra, haciendo que casi lo aplastara una gran escultura egipcia.

Su pecho no dejaba de retumbar. Le costó calmarse.

—Puta madre… ¿Puedes tener más cuidado para la próxima, Jay Hawkins? —se susurró él así mismo.

Luego, meneó la cabeza, respiró hondo para entrar en razón y volver a ponerse de pie.

Continuó su camino. Todo seguía calmó. No había señales de que hubiese sobrevivientes en el lugar todavía, ni de muertos. Solo la nada.

Al llegar a las exhibiciones de algunos objetos egipcios, los oídos de Jay detectaron un aterrador sonido, no tan lejos de él.

Subió más aún su guardia y caminó hacia el sonido, empuñando y apuntando con el arma. Su postura le garantizaba dar un buen disparo a lo que sea que le disparara; no quería desperdiciar las balas.

Jay deseó tener una linterna, sin embargo, no era excusa para no tener los ojos bien abiertos como fuera posible; le preocupaba que algún monstruo estuviese camuflado en la oscuridad y lo atacara por la espalda.

Ya cerca de donde provino el sonido, Jay tuvo que detener sus pasos: alguien le puso un arma en su espalda.

¿Cómo rayos pudo pasar? No escuché ni un paso, dijo Jay dentro de él, apretando los dientes.

—Alto ahí —amenazó un hombre, con voz severa y llena de carácter—. No muevas ni un solo músculo o la pagarás caro. —Había un acento ruso en sus palabras, según Jay.

Jay se sintió entre la espada y la pared; tampoco era la primera vez que le sucedía eso.

No quiso voltear y ver quién era el amenazante. La vida le enseñó perfectamente que ante algo así, hay que estar en total calma, así anduviese en la cuerda floja.

—Arroje el arma —ordenó el mismo hombre.

Jay obedeció, estaba por lanzar el arma. Sin embargo, no lo hizo: tenía un truco bajo la manga. Usó la guardia baja del hombre a su favor para darse la vuelta rápidamente y apartarle el arma, golpeándolo para derribarlo.

No se la dejó fácil, el hombre sabía defenderse bastante bien. Aunque, Jay resultó vencedor al tirarlo al suelo.

— ¿Desde cuándo los universitarios saben defensa personal? —soltó el hombre ruso, adolorido.

Cuando Jay tomó el arma para apuntar a su enemigo, volvió a ser detenido cuando una mujer salió detrás de él.

—Yo no haría eso si fuera tú, niño —dijo una extraña mujer, con el mismo acento ruso del hombre—. A diferencia de él, yo no lo pienso dos veces al jalar del gatillo.

Jay volvió a estar entre la espada y la pared nuevamente. Su posición no le permitía salir del momento en el que estaba. Si giraba o se lanzaba, o simplemente hacía cualquier cosa, iba a tener un disparo claro; la mujer lo tenía bien apuntado.



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En el texto hay: monstruos, muerte, survival horror

Editado: 11.01.2022

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