Sobre(vivir)

Capítulo 3 - Sol y Giacomo -

Sol agarraba fuerte la mano a su pareja, Giacomo. 

-¿Qué pasa?- preguntó él dándose cuenta de que en ella había algún miedo escondido.

-Y si…

-No, no te preocupes, seguramente ese certificado valdrá.

-No es oficial, aún - afirmó ella con un tono de voz desolador.

-Lo será pronto, para mí lo es desde ya hace mucho tiempo - confesó Giacomo sonriendo.

-Te amo- se acercó a él y le dio un suave beso en sus labios rosados.

Giacomo, un italiano de veinticinco años, cansado de su vida en Italia, decidió mudarse a unos pocos kilómetros a las afueras de la ciudad de Valencia; llegó y unos pocos meses después conoció a Sol, una valenciana alegre y extrovertida; habían pasado ya cinco años desde sus primeras miradas y finalmente habían conseguido alquilarse un piso juntos, en un pueblo de playa como le gustaba a ambos. 

Sus padres están muy orgullosos de él: “espero os establecéis bien, así tendré un nieto, por fin”, le comentaba varias veces su madre cuando le llamaba durante la semana.

Él detrás de la pantalla sonreía, “algún día”, decía, pero sabía que nunca habría llegado el momento; aún no había querido contar el pasado de Sol, no quería arruinar a sus padres el cuento Disney que se habían creado para él.

Sol andaba a su lado, los rayos de sol detrás de las nubes reflejaban el color dorado de su pelo largo y rizado. Giacomo la miraba con admiración; vestía con un bonito vestido floral rojo y blanco. Le había dicho que era mejor no ponerse los tacones porque le habrían dolido los pies, como era típico, pero no le hizo caso. Su parte cabezona y decidida era una característica que Giacomo amó desde la primera cita.

-¿Qué miras? - le preguntó Sol.

-Al final te pusiste los tacones.

-Claro.

-Te dolerán los pies.

-Igual sí, igual no, no te lo haré saber, no quiero que me lo reproches - afirmó ella, sacando la lengua en signo de ofensa.

-De verdad que eres…-

-De todas formas dejé las zapatillas en el coche, por si acaso, no te preocupes.

-Yo no me preocupo, eres mayorcita ya- confirmó él, poniéndose serio.

-Ey- dijo ella parándose delante de él, obligando así a parar el paso.

-¿Qué?- sonrió, mientras sus manos se acercaban a sus caderas.

-Te amo- susurró ella.

-Y yo, más que nunca- respondió Giacomo, mientras con un movimiento rápido la acercó a sí mismo.

-Puff, ¡cuanta gente hay!- exclamó sorprendida Sol, interrumpiendo aquel momento romántico. 

-Espero no pasar todo mi día de descanso aquí, joder - avisó Giacomo con un tono de voz molesto.

-Buenos días, ¿tiene cita usted?- preguntó el chico a un señor mayor que estaba a pocos metros de la entrada del ayuntamiento.

-Sí, todos tenemos, se han atrasado, problemas de internet, por suerte esas nuevas tecnologías tendrían que acelerar los tiempos- afirmó irónico el hombre.

-Pues nada, hay que esperar mi amor- afirmó Sol, cogiendo en mano los varios documentos que tenían que aportar aquel día.

-DNI, contrato de alquiler, recibo de luz, pasaporte…- susurraba Sol.

-Espero poderlo hacer, así presento la nueva documentación para realizar el trámite de Sanidad.

-En un futuro, cercano o lejano, los ovnis tendrán menos dificultad con todo ese papeleo que tú.

-Sí, puedes decirlo alto y fuerte- comentó Giacomo.

Después de una media hora ya era el turno de la pareja.

Contentos de no haber tenido que esperar demasiado tiempo se acercaron a una de las mesas asignadas por el trámite a realizar.

-Buenos días, necesitamos empadronarnos- afirmó Sol.

-Claro, a ver la documentación.

Los chicos enseñaron todo lo que tenían, unas diez hojas como mínimo, Sol se las dio con las manos que temblaban.

-Vale, a ver, Giacomo Francesci-

-Franceschi- corrigió él, aunque ya estaba acostumbrado a su nuevo apellido según el pueblo español.

-Vale, pasáme la tarjeta verde y el pasaporte- Giacomo le dio todo y la administrativa empezó a teclear algo al ordenador.

-Vale, necesito que ambas personas estén presentes- afirmó.

-Así es- contestó Giacomo extrañado.

-¿Y Santiago?- preguntó la señora.

En aquel momento el rostro de Sol cambió color y su sonrisa desapareció al instante.

-Soy yo- afirmó. -Me dieron un certificado provisional- confesó avergonzada.

-Tiene que ser original.

-¿Qué cambia?- preguntó Giacomo, intentando mantener la calma.

-Nunca se sabe- la mujer le estaba mirando de la cabeza a los pies. -Podría arrepentirse- añadió, mirando fijamente en los ojos a la joven.

-¿Arrepentirse?, ¡¿de qué coño se va a arrepentir?!- exclamó con mucha furia Giacomo.

Exactamente en aquel momento los ordenadores se apagaron como así las luces, incluso las de emergencia. Nadie estaba entendiendo que pasaba, pero se escuchaban varias voces quejándose. 

 




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