Sobre(vivir)

Capítulo 8 - Los sin cerebros -

                                                                                                    Juan

 

El escenario en la avenida de Primat Reig había cambiado drásticamente y en tiempo récord; las personas, un centenario, que pacíficamente estaban manifestando, se encontraron en el medio de su peor pesadilla, las sonrisas desaparecieron, los rostros representaban un profundo terror; las banderas cayeron al suelo cubriéndose de sangre caliente; los gritos de justicias se convirtieron en lamentos de temor y pánico.

Aquella manifestación bloqueaba el tráfico, pero varios coches, aún sin entender lo que estaba pasando, decidieron saltarse las señales de los agentes y alejarse de aquel caos.

Juan, no había arrancado el coche nuevamente, estaba buscando entender lo sucedido; lo único que veía eran personas corriendo.

-¡Ayúdame por favor, abre la puerta! - le gritó una mujer sobre los cuarenta años, cada segundo que pasaba repetía la frase a voz más alta y daba golpes más fuertes a la ventanilla.

Juan no decía nada, su cabeza estaba teniendo cien de pensamientos a la vez y todo el caos le nublaba su lógica y lucidez.

La mujer se echó a llorar, suplicando una ayuda y justo cuando Juan estaba a punto de abrir la puerta, un hombre, mayor, corrió hacia la mujer y le mordió el brazo derecho, en unos segundos se tragó los trozos sangrientos, sucesivamente le mordió el cuello y la señora cayó al suelo; varias personas se echaron encima de ella y comían lo que sobraba de su cuerpo, todo lo que podía haber.

Juan, entonces, impulsivamente, arrancó el coche e intentó salir de la avenida, pero en cuanto consiguió entrar en la primera calle a unos metros de la avenida, se dio cuenta de que la pesadilla ya se estaba extendiendo por toda la ciudad; intentó salir de allí y coger la autovía para volver a casa, pero estaba bloqueada por varios coches probando, también, a escaparse.

Miró a su alrededor, un grupo infinito, porque sí, lo parecía, de personas iban hacia la cola de automóviles; si no conseguía salir de allí había llegado su final.

Miraba cada detalle, fuera de la ventanilla, buscando una solución, fue entonces cuando vio una moto muy cerca de su coche; estaba aparcada en la acera y no parecía abandonada.

Suspiró, cogió sus pertenencias, volvió a suspirar.

-Uno… dos… tres…- gritó, abriendo la puerta del conductor y bajando, se dirigió a la motocicleta; claramente no había llave, pero conocía la técnica para arrancarla sin ella; no penséis mal, pero Juan, cuando salía de fiesta, unas tres veces de seis, perdía las llaves de su antiguo ciclomotor y tuvo que aprender a ponerlo en marcha igualmente.

-Joder, vamos- repitía, viendo que su método estaba fallando. Movió su mirada al enorme grupo que se estaba acercando, dándose cuenta de que avanzaba muy rápido.

-Lo puedo hacer, lo puedo hacer- intentaba motivarse, incluso, movió sus pensamientos a Beethoven y a Bas.

Una gran parte del grupo se separó y anduvo hasta Juan, que aún estaba intentando arrancar el vehículo.

-¡Joder, vamos, sí, así, vamos!- exclamó intentando, por décima vez, conectar los cables y justo cuando estaba a punto de perder las esperanzas, el motor arrancó.

Sonrió, pero su sentimiento de felicidad desapareció deprisa, ya que el grupo estaba a pocos pasos de él; observó la autovía, por allí, no habría podido ir, era obligado a seguir contra corriente.

La moto estaba aparcada al lado de un árbol, con toda la fuerza que tenía, arrancó una rama del arbusto y empezó la marcha; enseguida puso la velocidad al máximo, para evitar que algunos miembros del grupo lo tirase de la moto, con la mano izquierda llevaba la rama; siguió bastantes metros por la acera, hasta que los sin cerebros le bloquearon la salida, frenó de golpe, suspiró, se preparó para usar su pequeña arma de defensa y volvió a acelerar, con la esperanza que su plan funcionase; quería cerrar los ojos, pero no lo podía hacer, con la mano derecha agarraba fuerte el manillar de la motocicleta; a un paso de una parte del grupo empezó a mover la rama para apartarlos de camino y poder pasar y sin saber cómo, lo consiguió.

Cuando se dejó el grupo detrás, tiró la rama y aceleró al máximo para llegar a casa cuanto antes.

La carretera que lo separaba de casa, que conocía ya desde hace muchos años, le parecía completamente otra; gente con maletas que subía al coche, otras tumbadas en el suelo llorando; casas en llamas; los supermercados y las tiendas estaban siendo atracadas por una multitud de personas.

Él seguía su ruta rápidamente, quería llegar a casa y ver a su mejor amigo; rezaba para encontrarlo como lo había dejado: en su cama, al lado del sofá.

Llegó a la entrada de su casa, bajó de la moto y la guardó donde anteriormente tenía su precioso coche; abrió la puerta, la cerradura estaba en buen estado, entró rápidamente y se encerró dentro; miró a su alrededor y no escuchaba ningún ruido, entonces fue cuando llamó a Beethoven; en el salón no estaba, en la cocina tampoco, así subió con cautela las escaleras, el baño estaba vacío, fue entonces cuando llegó a la habitación que encontró su cachorrito comiéndose su camiseta favorita.

Juan cayó en un llanto desesperado, se acercó a su Golden Retriever y lo abrazó fuerte.

-Te amo, mi bebé- le susurró, mientras Beethoven sacó su lengua y le mojó la mejilla.

-Juega con ella- añadió, lanzando su camiseta al lado de la puerta para que su querido amigo fuese a recogerla.

Después de unos minutos miró fuera de la ventana y se dio cuenta de que aún no estaba a salvo, así que empezó a cubrir los cristales con mantas y muebles, para evitar que alguien pudiese romperlas, sucesivamente puso una valla entre la planta baja y la primera, para quedarse seguro en una de las dos, en caso hubieran irrumpido en la casa.




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