Adonay y Beatriz
-¡Quiero ver a mamá!- empezó a gritar Beatriz entre un sollozo y otro.
-Cariño, lo sé, yo también, ahora vamos a recogerla, seguramente habrá ido a buscarte- afirmó Adonay, mientras acercaba su mano a la de su pequeña princesa.
Arrancó el coche y volvió a recorrer el camino hacia el colegio, observaba detalladamente cualquier mujer que veía en la carretera, aunque, lamentablemente, la mayoría, ya eran monstruos.
La entrada a la calle que sucesivamente dirija a la escuela de Beatriz estaba cortada por más de cincuenta personas muertas, que andaban buscando desesperadamente humanos.
Adonay sabía que entrar ahí era poner fin tanto a su vida como a la de su hija.
-Papá, por allí no podemos pasar- confesó la niña.
-No cariño, no podemos.
-¿Mamá está entre los monstruos?
-No, cariño, no digas estupideces. - afirmó Adonay, “adónde has ido mi amor”, se repetía en su cabeza, sin tregua.
-Vamos a donde trabaja papá, ¿vale, pequeña?
-Vale y ¿vamos a ver tío Sergio?
-Seguramente.
Adonay se dio prisa y se alejó de aquel callejón repleto de monstruos y empezó a pensar en modificar su conocido camino para llegar al laboratorio.
Las carreteras, en unas pocas horas, habían completamente cambiado el escenario: de las terrazas de los bares saturadas no quedaban ni las sillas; los supermercados habían sido atracados por miles de personas y algunos estaban desapareciendo entre las llamas.
Las tiendas estaban vacías, no quedaban ni las puertas, ni los cristales, incluso, en algunas no quedaba ni el techo.
Adonay pudo observar que muchas personas habían conseguido cerrarse en varios pisos; pensó en aquella mañana, parecía un día cualquiera, para todos, un odioso día cualquiera, pero era el fin y el comienzo de un nuevo mundo.
Lo peor que una persona piensa que le puede pasar es quedarse atrapada en su propia rutina, quedarse estancada, sin poder salir del bucle, pero, realmente eso no es lo peor; lo peor es que te saquen de tu rutina con la fuerza, que te alejen de las personas que amas sin ninguna explicación, que tu día a día cambie de repente y no estás preparado para lo que venga; el fin del mundo parecía cuando cayeron las torres gemelas, cuando cayó la Bolsa de Wall Street, en el 2012, según los Mayas, en el 2020 con la pandemia, pero no, la humanidad había aguantado a caídas en pico económicas, políticas, sociales, pero finalmente llegó, esta vez sí que era el fin del mundo.
Adonay, no dejaba de pensar en el pasado, en todos los momentos más difíciles a nivel mundial y ahora todos aquellos acontecimientos parecían tonterías.
Miró el espejo interior y su pequeña estaba mirando por la ventanilla, tenía la misma mirada seria de su madre: dura, pero al mismo tiempo dulce.
No pudo evitar que le cayese una lágrima por la mejilla, no podía dejar de pensar en Vicky, en donde estaba, que pensaba, si estaba bien, preocupada, necesitaba abrazarla y decirle que todo habría salido bien.
Adonay paró el coche delante de la entrada del gran edificio; miró a su alrededor y vio que varios monstruos vagabundeaba por la zona, los contó, no eran mucho, podía con ellos, pero, a los pocos segundos se dio cuenta de que no llevaba ningún tipo de arma con él.
-¡Adonay!- gritó Jaime, el vigilante de seguridad del laboratorio.
Se dio la vuelta y ahí estaba, en la entrada del edificio, con un cuchillo en la mano.
-Saca tu hija y entrad, yo os cubro- gritó el hombre.
Adonay no pudo evitar sonreír.
-Vamos nena- dijo, abriendo la puerta y cogiendo en los brazos a su hija.
-Corred- decía Jaime, mientras los monstruos se acercaban cada vez más; Adonay cubría los ojos a Bea, no quería que viese la brutalidad y la violencia que era necesario usar.
-¿Estáis bien?- preguntó Jaime, cerrando la puerta con varios muebles.
Adonay le abrazó fuerte, no pudo evitar aguantar las lágrimas, pero, en esa ocasión eran de felicidad, de ver a alguien tan familiar.
-Me alegro verte, te juro- confesó.
-A mi también querido Adonay.
-¿Estás solo?
-No, está la mujer de Sergio, su hijo y algunos trabajadores.
-¿Y Sergio?
-Salió, pero no volvió. Fue a buscar a su mujer, ella vino aquí y le prohibí irse, es muy peligroso.
-Demasiado.
-¿Y Vicky?
-Esperaba encontrarla aquí.
-No, aquí no vino.
Adonay suspiró.
-Seguramente estará bien, es una mujer fuerte e inteligente.
-Lo sé.
-Subimos con los demás, así os daré de comer - afirmó Jaime.
Los tres subieron las escaleras, las mismas que Adonay recorría desde hace ya varios años, las miraba y ya sabía que no eran las mismas.
-¡Beatriz! - exclamó Abraham, el hijo de Sergio.
-Me alegro verte - susurró Alicia, abrazando a Adonay.
-Sergio y Vicky están bien, no tengo dudas- dijo, mientras la mujer seguía en sus brazos.
-Claro.
Beatriz, mientras tanto se había sentado con Ezequiel para jugar con sus peluches, por fin había conseguido que estuviera en un lugar seguro.
Adonay vio a otros compañeros, algunos los conocía solo de vista, con otros se había echado el típico café a las máquinas; se abrazaron entre todos y le llevaron comida, agua y una manta.
Adonay se acercó a la única ventana que no estaba tapada con muebles, entre las cortinas miraba la calle, estaba siempre muy transitada y seguía siéndolo, pero aquellas no eran personas, no eran humanos, ya no lo eran.