Sobre(vivir)

Capítulo 11 - Un querido amigo…-

 

                                     Juan

 

Juan se despertó de sobresalto por unos ruidos a corta distancia de su casa, Beethoven empezó a ladrar, pero rápidamente el hombre le tapó el morro.
-No, no podemos hacer ruido - le susurró Juan, mientras le acariciaba el suave pelo a su amigo.
Quitó su mano de la babosa boca y pareció que lo había entendido, no emitía ningún ruido. 

-Tenemos que ver qué pasa ahí fuera - seguía susurrando, mientras despacio se levantaba y se dirigía a la entrada para ver a través de la mirilla, apoyo su ojo derecho e intentó observar lo que sucedía, aunque ya había caído la noche y tenía que esforzarse: oía los ruidos de los sin cerebros muy cerca de él, no conseguía ver realmente nada, pero, de repente una luz interior de un coche se iluminó.

“Alguien está ahí”, pensó, esforzando la vista para entender quién era.
-¡Juan! - gritaba, sin parar.
“¿Bas?”, se preguntó entre él mismo.
-¡Bas! - exclamó.
-Sí, amigo, sí - respondió él.

-Ahora voy a por ti - afirmó Juan, mientras cogía una maza de béisbol que tenía en una habitación que usaba de almacén.
Estudió cuál era el mejor plan y pensó que salir de garaje era la decisión ideal, por varios motivos: primero, estaba muy cerca del coche de Bas, segundo, era óptimo para mantener la casa más segura. 

-Tú te vas a quedar aquí, si pasa algo, ladra - avisó Juan, mientras abría la puerta del garaje, preparándose para salir.

Respiró hondo y calentó los brazos, “son como pelotas de béisbol”, pensó entre él mismo.
Varios sin cerebros empezaron a andar hacia Juan que estaba completamente preparado; agarró fuerte su maza y empezó a dar golpes secos a la cabeza de cada uno.
-Sal del coche, te cubro, va hacia el garaje - avisó Juan, mientras se acercaba al coche para proteger a su amigo.
-Voy - afirmó Bas, saliendo del vehículo y haciendo exactamente lo que le sugirió Juan.
El joven se quedó unos minutos antes de llegar al garaje, había varios sin cerebros que se acercaban, así tuvo que dar más golpes de lo esperado, pero consiguió salvarse y rápidamente cerró la puerta del garaje a su espalda.
-¡Bas! - exclamó abrazando a su mejor amigo.
-Sabía que te habría encontrado.
-¿Por qué?
-Ni unos zombis pueden contigo.
-Ah, ¿hablas de los sin cerebros? Un juego de niños… - dijo Juan, riendo.
-No tenía dudas - afirmó Bas.

-Ahora vamos, tenemos que mejorar la casa para estar más seguros  - afirmó el joven.

Los dos hombres entraron y Beethoven estaba al lado de la puerta esperando el regreso de su dueño.

-¿Has visto? Está aquí el tío Bas - afirmó Juan, mientras su amigo a cuatro patas hacía saltos de felicidad.
-¿Tienes hambre? - preguntó Juan.

-Hoy entre el susto y todo no comí nada, literalmente.
-Voy a ver qué hay - dijo, mientras andaba hacia la nevera.
-¡Mierda! - exclamó Juan, cuando se dio cuenta de que ya no había electricidad, por lo cual, todos los productos congelados se tenían que cocinar y lo que se encontraban en el frigorífico, comer.
-No te preocupes, no pasa nada, deja las cosas del freezer en el refrigerador y comemos lo que hay.
-Yogur, unas pizzas y cervezas… - enumeró Juan.

-Las birras primero, calientes, luego, están asquerosas.
Ambos se miraron y rieron.
-Tienes razón - afirmó Juan.
-¿Las pizzas la podemos cocinar? - se miró alrededor Bas, buscando los fuegos. -Son eléctricos… - añadió.
-Sí, lo son.
-No pasa nada, vamos haciendo un fuego controlado, si tienes un barril o algo parecido, vamos quemando hojas de papel o cualquier cosa… 

Juan compartió la idea y empezaron la búsqueda.

-Cabrón el que me vendió el fuego eléctrico, joder - afirmó Juan, mientras recolectaban lo necesario para improvisar un horno, o por lo menos, intentarlo.
-Es un vendedor, es su trabajo.

Juan estaba ordenando los papeles que había cogido, pero paró de hacerlo y miró a su amigo.
-Era un vendedor, era su trabajo.
Sebastian no añadió nada, ambos sabían que muy probablemente aquel cabrón había muerto, así como la mayoría de las personas que conocían.
-Estamos juntos, en el bien y en el mal - intentó reanimar la atmósfera.
-Me alegra que estés aquí Bas.
-Y yo.
Después de casi una hora intentando encontrar algo para hacer fuego y otra media hora para encenderlo pudieron cocinar, casi quemar las pizzas y beber unas cuantas cervezas.

-¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos?

-Madre mía, claro, Bas, yo nunca habría pensado que tú pudieses ser mi amigo.
-Y yo tampoco.
-¿Por qué? - preguntó sorprendido Juan.
-Porque eres un mar en tormenta- afirmó Bas.
-Y tú una aburrida sombrilla en la playa - río el amigo.
-Esta sombrilla te hace falta- avisó Sebastian, levantándose y dando una vuelta en sí mismo.

-Y a ti este mar en tormenta - confesó Juan, haciendo la ola con los brazos.
La demás parte de la noche estuvieron recordando todas las salidas locas que hicieron, cuando Juan se había ligado con la novia del vigilante de seguridad de la discoteca y Sebastian tuvo que defenderle en un cuatro contra dos, llegaron a casa por suerte aquella madrugada; Bas mencionó todas las mujeres a la cual Juan había roto el corazón, mientras Juan recalcó las aburridas tardes a la cafetería escuchando música clásica.
Pasaron las horas recordando cuanto eran opuestos el uno del otro y cuanto, jodidamente, encajaban a la perfección, resaltaban las cualidades y los defectos de cada uno, hasta que se quedaron totalmente dormidos en el sofá.

 

Los ladridos de Beethoven despertaron, nuevamente, a Juan.

-¡Coño! Bas- dijo, intentando que su amigo abriese los ojos.
-¿Qué pasa? - preguntó, aún medio dormido.
Pero no le sirvió una respuesta cuando oyó a los sin cerebros intentando abrir la puerta.
-Son muchos, la romperán- avisó Juan. -Tenemos que irnos - avisó.
-Vale, nos llevamos lo que podemos - afirmó Bas.
Juan preparó unas mochilas con ropa, comida y los juguetes favoritos de Beethoven.




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