Adonay y Beatriz
La noche ya estaba cayendo, el cielo estaba cambiando tonalidades, de un precioso naranja a un azul oscuro, la luna ya había sustituido el sol, la naturaleza estaba siguiendo su rutina, como si nada hubiese cambiado en el mundo.
Adonay estaba al lado de su hija, cantándole la canción de las buenas noches, la misma de todos los días.
-Mamá la canta mejor - sinceró la pequeña.
-Ya lo sé cariño, cuando mamá regrese volverá a cantarla.
-Entonces le esperaré - afirmó, dándose la vuelta en un costado.
-Cariño… - no sabía qué tenía que decir, era difícil esconder a su hija que su madre había desaparecido, aún no podía aceptarlo.
-Buenas noches, cariño - concluyó, dándole un beso en la frente.
Los adultos, aquella noche, estaban reunidos para hablar sobre el futuro más cercano, organización de la comida, de las vigilancias, de la seguridad, en total eran unas diez personas, quizá era un alto porcentaje de la gente que se había salvado en la ciudad, ya no existían asuntos insignificantes y los importantes tenían el cuádruple de valor, una vida era difícil de mantener, pero incluso con un soplo se podía perder.
-No hay comida para muchos días más - afirmó Jaime.
-¿Cuántos días? - preguntó Alberto, uno de los contables de la empresa.
-Para mañana, quizá pasado mañana.
-Los quizás no nos sirven, Jaime - afirmó el joven.
-Lo sé, pero es lo que hay, nada es cierto.
Cayó un silencio profundo, entre miradas asustadas, suspiros afligidos.
-Esto significa que saldremos - dijo Adonay.
-¿Estás loco? - preguntó Alicia, mientras negaba con la cabeza.
-No dejaré a Beatriz sin comida.
-¿Prefieres dejarle sin padre? - preguntó la mujer.
Volvió a caer el silencio, pero esta vez era más pesado y agotador.
-Perdón, no quería decir eso - afirmó Alicia, intentando arreglar su comentario infeliz.
-Sí que querías decirlo, es peligroso, lo sé, pero no hay otra opción - comentó Adonay.
-Yo saldré con él - afirmó Jaime.
-Y yo- dijo Alberto.
-Los demás deberían quedarse y proteger el lugar y las demás personas - avisó el vigilante.
Adonay observó a su hija, estaba durmiendo, su rostro estaba relajado, Vicky le cogió las manos y le susurró: -Beatriz va a estar bien, le cuidaré como si fuese mi hija, te lo prometo.
Adonay le miró y le abrazó agradeciéndole.
-Vamos a descansar, mañana saldremos a las primeras horas de sol- afirmó Alberto.
Durante la noche Adonay intentó descansar al lado de su pequeña, pero muchos pensamientos tormentosos le obstaculizaron el sueño, pensaba en su mujer, en Sergio, en cómo sucedió todo y una sensación de culpa le daba acidez al estómago, si había llegado el fin del mundo era porque alguien había entrado en su laboratorio, una persona había robado informaciones top secret y peligrosas; se miraba a su alrededor pensando si había sido alguien que conocía, una persona de confianza, pero lo dudaba mucho, Adonay aún creía en la bondad de las personas, no podía imaginarse que alguien pudiese ser tan cruel.
-¿Dónde vas? - preguntó Beatriz, mientras su padre se estaba cambiando de ropa.
-Saldré a comprar comida.
-¿Y los monstruos?
-No pasa nada con ellos, no me harán nada.
-Pero es muy pronto.
-Ya lo sé cariño, pero voy juntos a Alberto y Jaime y tenemos que coger varias cosas, somos muchos.
-Ya. ¿Vas a volver, verdad?
-Obvio, ¿cuántas veces he ido a por comida?
-Pocas.
Adonay sonrió. -Ya, iba más mamá.
-Pero cuando ibas tú siempre volvías.
-Y esta vez también.
-Igual …- dijo Bea, mientras su rostro se iluminaba.
-¿Qué?
-Igual mamá fue a comprar y, ya que no pudo volver a casa no sabía adónde ir - explicó.
-Igual la veo y se viene conmigo.
-Claro.
-Te quiero cariño, nos vemos luego - le saludó Adonay abrazándole.
-Papi.
-Dime.
-¿Puedes cogerme unas chuches?
-No sé si…
-Las que encuentre, las de cola ya se habrán acabado, son las favoritas de todos.
Adonay sonrió y alcanzó a los demás.
-¿Armas? - preguntó Alberto haciendo el inventario de los objetos de cada uno.
-Sí - afirmó Jaime.
-Vale, parece que tenemos todo, podemos salir - concluyó Alberto.
Los tres hombres bajaron las escaleras y la salida del edificio ya resultaba algo ardua, pero no había otra solución.
-Son doce, cuatro cada uno -explicó Albe.
-Podemos - afirmó Adonay.
-Vamos - dijo Jaime, mientras abría la puerta.
-Nos dirigiremos antes al supermercado más cercano, a ver si ha quedado algo, es por la derecha, Adonay, irás primero, nosotros te cubriremos la espalda.
-Buena idea, Albe.
Los tres se prepararon según el plan, Adonay iba delante, golpeando a la cabeza con un hacha, aún no sabía que hacía una herramienta así en unos laboratorios, pero tampoco tenía importancia, era útil, poco más importaban los detalles.
Por detrás tenían Alberto con unas tijeras afiladas y Jaime con su porra.
-¡Voy a entrar! - exclamó Adonay a los demás, mientras pasaba la puerta del supermercado, ya había entrado varias veces en aquella tienda, pero era irreconocible: las cajas estaban abiertas, había algunos billetes y varias monedas en el suelo.
-¿Por qué la gente roba dinero si ya ni existe la economía? - preguntó Jaime.
-Eso es lo que pensamos - afirmó Alberto, sin explicar su comentario.
-¡Albe! - gritó Adonay, mientras con su arma golpeaba un monstruo a su espalda.
-Joder, faltaba poco, gracias Ad - dijo Alberto, mientras su cara recuperaba color.
-Mantengamos los ojos bien abiertos, no nos separemos, puede pasar de todo - confesó Jaime.
Y así hicieron, paseaban por los pasillos, buscando cualquier alimento o líquido, pero, lamentablemente las estanterías estaban vacías, pudieron encontrar un paquete de pasta debajo de un estante, dos latas de tomates triturado.
-Falta solo el queso - afirmó Jaime, probando a sacar unas sonrisas, pero su intento falló. -Perdón - dijo.
-¡El queso está aquí!- exclamó Albe sacando una bolsita de queso de la nevera.
Entonces fue cuando los tres sonrieron.
-Necesito ver si hay chuches - confesó Adonay acercándose al pasillo de los dulces, claramente ya no quedaba nada.
-Ya pensaremos que decirle a Beatriz - avisó Alberto, viendo la cara desconsolada de su amigo.