socioantropologia

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Algunas cosas comestibles son ig­noradas y otras son consideradas tabú. Los ta­búes alimenticios pueden tener tal arraigo en una sociedad que el mero pensamiento de co­mer alimentos prohibidos puede hacer que las personas se sientan enfermas. Un hindú vege­tariano se sentiría así con respecto a la carne, y un americano pasaría por lo mismo ante la idea de comer carne de perro, aun cuando és­ta es una práctica común en muchas partes del mundo.

El canibalismo es probablemente la prác­tica de alimentación humana que suscita más horror en nuestra cultura. Aun cuando en muchas sociedades donde se practica el cani­balismo, éste tiene lugar únicamente bajo condiciones especiales y en contextos rituales; han existido muy pocas sociedades en las que la carne humana se haya considerado senci­llamente como otra fuente de proteína ani­mal. En sociedades donde el canibalismo es un fuerte tabú rara vez se supera. Hay dos fa­mosos casos de canibalismo en sociedades oc­cidentales; el de la expedición Donner Pass que quedó atrapada en una tormenta de nie­ve en el invierno de 1846-47, cuando cruzaba las montañas de Sierra Nevada, y el caso re­ciente del equipo de fútbol sudamericano cu­yo avión se estrelló en los Andes. Estas dos ex­cepciones y el furor que generaron, comprue­ban la regla. Muchos individuos se han en­contrado en circunstancias igualmente deses­peradas y no han recurrido a alimentarse de la carne de sus compañeros muertos.

Los antropólogos han intentado compren­der algunos hábitos alimenticios aparente­mente irracionales, en términos de su signifi­cación adaptativa a largo plazo. Ya hemos mencionado el tabú hindú sobre la carne co­mo una adaptación ecológica. También es posible que exista un componente biológico en la abstinencia de ciertos alimentos. La aversión de los chinos a la leche puede relacionarse con el hecho de que la lactasa, una enzima que interviene en la digestión del azú­car lactosa en la leche, deja de producirse en muchas poblaciones mongoloides después del destete. Como resultado, no se puede digerir el azúcar en la leche y el uso de ésta y de los productos lácteos provoca frecuentemente molestias intestinales. Dados nuestros conoci­mientos hasta este momento, parece seguro afirmar que es primordialmente la cultura la que canaliza el hambre de tal modo que úni­camente algunas sustancias comestibles y no otras puedan satisfacerlo.

Prácticas sexuales

Si bien el componente cultural en los hábitos alimenticios es algo que se comprende fácil­mente, en el caso de los hábitos sexuales no lo es. De todos los tipos de comportamiento hu­mano, la actividad sexual es la que más pro­bablemente se considere como algo que se hace "naturalmente". Sin embargo, una perspectiva transcultural de las prácticas sexuales nos dice que todo aspecto de la actividad sexual huma­na está conformado por la cultura y es influenciado por el aprendizaje.

La cultura conforma las respuestas habi­tuales de diferentes personas a diferentes par­tes del cuerpo. Lo que se considera erótico en algunas culturas, evoca indiferencia o disgus­to en otras. El besarse, por ejemplo, no es algo que se practique en muchas sociedades. Los tahitianos lo han aprendido de los europeos; antes de este contacto cultural, empezaban a tener intimidad sexual olfateándose. Los pa­trones de las actividades sociales y sexuales preliminares a la relación sexual, difieren igualmente entre varias culturas. Los habi­tantes de las islas Trobríand, como describe Malinowski, "se inspeccionan mutuamente el pelo en busca de piojos y se los comen... para los nativos ésta es una ocupación natural y agradable entre dos personas que se quieren" (1929). Esto nos puede parecer repugnante. Para los habitantes de las islas Trobriand, el habito europeo de muchachos y muchachas que van de ala de campo con una mochila con comida fue igualmente repugnante, aun cuando es una costumbre perfectamente aceptable entre ellos que los muchachos y las muchachas consigan juntos alimento silvestre, como una actividad preliminar a la actividad sexual.

La persona que se considera como una pa­reja sexual apropiada es algo que también va­ria en todo el mundo. Nuestros sentimientos sobre la actividad homosexual no son compar­tidos por todas las culturas. En algunas so­ciedades, un periodo de relaciones homosexuales obligatorias forma parte del entrenamiento del hombre adolescente de quien se espera que, cuando adulto, haga un matrimonio he­terosexual, cosa que aparentemente hace (van Baal, 1966). En algunas otras culturas, como sucede en partes de Tahiti, las prácticas ho­mosexuales casi nunca tuvieron lugar hasta que fueron introducidas por los europeos. En estas culturas, la actividad homosexual no se considera particularmente vergonzosa o anormal, como sucede en gran medida en Estados Unidos; en lugar de ello, se la considera como una actividad que no tiene mucho sentido si están cerca miembros del sexo opuesto. Las edades en las que se supone que empieza y termina la respuesta sexual, las formas en que las personas se hacen atractivas para el sexo opuesto, la importancia de la actividad sexual en la vida humana, todos estos factores están conformados y regulados por la cultura, y afectan la respuesta y el comportamiento sexuales. Debido parcialmente a que la antro­pología creció en una época en que la sexuali­dad era un tópico prohibido y en parte a la di­ficultad para observar la actividad sexual, las descripciones etnográficas ignoran frecuente­mente este tópico. La información con la que verdaderamente contamos, es suficiente para mostrar los grandes contrastes existentes en diferentes sociedades.  Una comparación exclusivamente entre dos culturas, la irlande­sa de la isla de mis Beag y la polinesia de la isla de Mangaia, que son los extremos opuestos de un Continum sobre el comportamiento sexual, deja clara la función de la cultura en esta área de la vida.



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En el texto hay: pereza, cutura, dormir

Editado: 17.02.2022

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