~EMMA~
“ES UN PLACER CONOCERTE”
—¿Te encuentras bien, Emma? —hemos parado de bailar. Las miradas inquisitivas de mis dos acompañantes me sacan de mis múltiples pensamientos y suposiciones respecto a él.
¿Cómo será?
No le he visto la cara, solo me he percatado de lo anchos y fuertes que son sus hombros, de los elegantes movimientos que le acompañan, y esa aureola mágica que le persigue solo viéndole de espaldas.
—Tengo que irme. Debo hablar con una persona —antes de que puedan replicar algo, desaparezco del jardín de los rosales y voy hasta la cocina.
—Buenas tardes Rosa, ¿está por aquí Fred? —la cocinera del castillo me mira con su típica y dulce sonrisa, para acto seguido hacer un mohín y señalar la puerta que da a las escaleras de bajada del almacén. Sonrío y bajo por los escalones desgastados de la alacena.
He pasado años aquí. Encerrada entre estas cuatro paredes de piedra pulida sin retocar, con las conservas y especias que se guardan aquí. Y sobre todo, con Fred, el chico más bueno que jamás he podido conocer, mi hermano, el cual tiene solo dos años más que yo. Siempre hemos jugado juntos y compartido nuestros secretos. Hoy más que nunca necesito desahogarme y charlar con él.
—¿Podemos hablar? —las palabras salen de mi boca en un leve, y casi inaudible susurro. Él levanta la mirada, cualquiera diría que le pasa algo, que está enfadado y frustrado; y de decir eso, no se estarían equivocando, pero al mirarle a los ojos color esmeralda heredados de nuestra madre, veo como lo que realmente tiene es tristeza. Una melancolía que no le cabe en el pecho. Ni cuando murió nuestra conejita Lili, cuando tenía nueve años, se puso de este modo.
—Hacía bastante que no bajabas aquí —comentó con un ápice de fastidio, supongo que por haber interrumpido su distanciamiento social, encerrado aquí solo.
—Necesito hablar contigo —me arrodillo frente a él, nos miramos durante un instante y le abrazo fuerte. —, y tú también quieres hablar conmigo.
—¿Qué pasa? —nunca, en mis dieciséis años de vida, había estado tan frío y apático conmigo. No logro entender qué jodido problema tiene, pero sea el que sea, no merezco que me trate como a una extraña.
—Si vas a comportarte como un capullo prefiero no hablar contigo… —su expresión cambió de repente, como si se hubiera acordado de algo.
Sus ojos vuelven a tener esa chispa alegre que le caracteriza y en sus labios se dibuja una cálida sonrisa, que me reconforta. Que me anima, y que me ayuda a ser más valiente y decidirme a contarle lo que acaba de pasar, lo que acabo de ver; y sobre todo, lo que acabo de sentir.
—Perdona, pequeña. ¿De qué quieres hablar? —coloca su mano en mi mejilla y yo me apoyo en ella. Este simple gesto me llena, me reconforta y es lo mejor que puede hacer por mí. Siempre hemos sido así, siempre hemos ido juntos a todos lados.
—Está en el castillo. Estaba con Victoria y Fátima bailando en el patio y me ha parecido verle, Fred, a él.
—¿A quién? No entiendo nada, relájate.
—Al príncipe de Anglosh… —un largo suspiro emana de mis labios. Sus ojos ya no me miran, están fijos en el suelo, en una de las baldosas que lo decoran.
¡Está muy raro!
Desde que nos enteramos de que iban a venir el rey, la reina y el príncipe de Anglosh, está demasiado pensativo. Ausente.
—No es para tanto.
—A lo mejor para ti no, pero para mí si, ¡joder! —me enfada que esté pasando de mí, de lo que siento. —Tengo miedo… —no pretendía que esas justas palabras salieran de mis labios, no quería que me mirara como lo hace ahora, con lástima. Prefiero que me mire con condescendencia, o incluso enfadado por quién sabe qué. Pero que me ponga esa cara consternada, que me tenga lástima, nunca me ha gustado y nunca me gustará. Detesto que sientan eso por mí.
—Perdón —intenta abrazarme de nuevo pero esquivo sus brazos con intención de irme de allí. Debo prepararme para la cena de presentación. —, estoy enfadado porque te tengas que ir en menos de unas semanas de aquí, de tu hogar… —coloco mi mano en su mejilla. A los dos nos da miedo y pena tener que separarnos, y cada uno lo expresa a su manera. Limpia una lágrima que rodaba por mi mejilla y continúa hablando: —No he pensado lo difícil que es esto para ti, lo siento tanto peque.
Dejo un beso en su mejilla y me levanto del frío suelo. Termino de enjuagar unas lagrimas de mis ojos y le miro con mi mejor sonrisa, no me la devuelve pero aún así me voy de la despensa.
La charla con mi hermano ha hecho que me retrase a niveles extremos para la cena. En el castillo son muy puntuales y de seguro ya se han sentado a la mesa. Si allí solo estuviera mi familia no me importaría, me ha pasado otras veces; pero esta precisa noche también están los Anglosh, sus tres miembros presentes en la corte. Corro todo lo rápido que me deja el vestido beige traído desde París. Por suerte, no hay ningún soldado o criada que pueda verme por este pasillo y darle parte a mi madre de como voy de apurada por el castillo.