Sentía el corazón en la garganta ante cada paso que daba y fue peor cuando vi que se había percatada de mi presencia.
Me abordó un sentimiento inhumano, encantado por su belleza. La cascada de rizos dorados que caía grácil a su espalda y su ropa tan casual que aún así no evitaba que la viera como la más magnífica princesa.
Todo se congeló en cuanto me sonrió.