El invierno había llegado de golpe, cubriendo las montañas con una capa gruesa de nieve blanca. La cabaña, con su techo inclinado y su estructura de madera robusta, parecía un refugio aún más seguro y acogedor en medio del paisaje helado. Cada día comenzaba con la misma rutina: encender el fuego, preparar café caliente y verificar las trampas que había colocado alrededor del perímetro.
Una mañana, después de una tormenta de nieve particularmente intensa, salí a revisar los alrededores. La nieve crujía bajo mis botas y el aire frío mordía mi piel. A pesar del frío, sentí una calma serena, como si la nieve hubiera amortiguado el mundo y sus problemas.
Mientras recorría el perímetro, noté algo extraño. Había huellas en la nieve, frescas y claramente humanas. Las seguí con cautela, manteniendo el rifle preparado. Las huellas se dirigían hacia un denso grupo de árboles a unos cien metros de mi cabaña. Mi mente comenzó a correr con posibilidades: ¿era Mark nuevamente? ¿O alguien más?
Al acercarme al grupo de árboles, las huellas se detuvieron abruptamente. Observé el área con atención, buscando cualquier signo de movimiento. El bosque estaba silencioso, el tipo de silencio que solo ocurre después de una nevada. Sentí una inquietud creciente, como si alguien estuviera observándome.
De repente, un destello de movimiento a mi izquierda llamó mi atención. Me giré rápidamente, apuntando el rifle, pero no vi nada. La nieve caída de las ramas de un árbol cercano era la única señal de que algo había estado allí. Mi corazón latía con fuerza, y respiré hondo para calmarme. Sabía que no podía permitirme ser descuidado.
Regresé a la cabaña con una mezcla de frustración y preocupación. Las huellas eran un recordatorio de que, incluso en este aislamiento, no estaba solo. La sensación de ser observado persistía, y decidí aumentar la seguridad alrededor de mi refugio. Revisé las trampas, asegurándome de que estuvieran bien colocadas, y añadí algunas nuevas para cubrir más terreno.
Esa noche, mientras el viento aullaba fuera y la nieve seguía cayendo, me senté junto al fuego con una taza de café caliente. La presencia de las huellas y la sombra en el bosque me tenían en vilo. No podía evitar pensar en quién podría estar acechando en la nieve y qué intenciones podría tener.
Decidí escribir en mi cuaderno nuevamente, tratando de poner en palabras la inquietud que sentía. Las palabras fluyeron, describiendo la escena de las huellas y la sensación de ser observado. Escribir se había convertido en una forma de lidiar con mis emociones, de procesar los eventos del día.
Mientras escribía, escuché un ruido fuera de la cabaña, un crujido suave en la nieve. Me levanté rápidamente, apagando la lámpara de aceite para no ser visto. Me acerqué a la ventana y miré hacia fuera, pero no vi nada más que la nieve cayendo suavemente y el reflejo del fuego en la ventana.
El ruido continuó, acercándose lentamente. Agarré el rifle y me moví en silencio hacia la puerta, tratando de hacer el menor ruido posible. Mi respiración se volvió más lenta, y mis sentidos se agudizaron. Abrí la puerta ligeramente, lo suficiente para mirar hacia fuera sin exponerme demasiado.
La silueta de una figura se movía lentamente entre los árboles, acercándose a la cabaña. No era una sombra rápida y furtiva, sino un movimiento deliberado y calculado. Apunté con cuidado, tratando de ver quién o qué era.
—¡Alto! —grité, con la voz firme pero baja. La figura se detuvo y levantó las manos en señal de paz.
—¡No dispares! ¡Soy yo, Mark! —respondió una voz conocida.
Bajé el rifle un poco, pero mantuve mi guardia alta. Salí de la cabaña, todavía alerta.
—¿Qué estás haciendo aquí, Mark? Pensé que habías terminado tu investigación —dije, acercándome lentamente.
Mark bajó las manos y dio un paso adelante, su rostro visible a la luz de la luna.
—Necesitaba hablar contigo. Hay algo importante que debes saber —dijo, con una urgencia en su voz que no había visto antes.
Lo invité a entrar en la cabaña, y cerré la puerta tras él. Nos sentamos junto al fuego, y Mark comenzó a explicar su presencia.
—Mientras explorábamos, encontramos algo extraño en las formaciones rocosas. No puedo explicar mucho aquí, pero necesitas saber que no estamos solos en estas montañas. Hay otros que están interesados en este lugar, y no todos tienen buenas intenciones —dijo, su voz llena de preocupación.
La información de Mark añadió una nueva capa de inquietud a mi ya perturbada paz. Sabía que estas montañas guardaban secretos, pero no esperaba que los fantasmas de mi pasado se mezclaran con los misterios del presente. La sensación de que algo más grande se estaba desarrollando en el fondo se hizo más fuerte.
Con la revelación de Mark, supe que mi tiempo de aislamiento pacífico estaba llegando a su fin. Las sombras en la nieve eran solo el comienzo de algo mucho más oscuro y complejo. La tranquilidad de las montañas había sido rota, y ahora debía prepararme para enfrentar lo que viniera.
Esa noche, mientras Mark dormía en un rincón de la cabaña, me quedé despierto, observando las llamas del fuego. Las preguntas giraban en mi mente: ¿quiénes eran los otros en las montañas? ¿Y qué secretos ocultaban las rocas? Sabía que debía encontrar respuestas, y pronto.
El amanecer bañó las montañas con una luz dorada, pero no disipó la inquietud que sentía. Mark se despertó temprano y, después de un desayuno rápido, se sentó conmigo para discutir más sobre su hallazgo. La expresión en su rostro era seria y preocupada.