En la actualidad...
—¿Vas a terminar con tu sándwich?
—No te es suficiente con tres que te has comido.
El chico la miró feo y siguió viendo su mapa, tres sándwich no fueron suficiente; sin embargo, era cierto, debería de dejar de comer.
Era un día tranquilo en el castillo del cazador, estaban desayunando cuando un hombre regordete entra al comedor para darle un anuncio a Lurenia, quien en ese momento era la encargada del lugar, mientras su padre estaba en descanso.
La mayoría estaban atentos a qué diría el mensajero, pero Ayrica solo quería irse del lugar, al igual que su madre, tenía un mismo carácter. Todo el tiempo andaba callada, le gustaba la soledad y opinaba solo cuando ella quería. Le gustaba el sarcasmo y era muy buena en ello.
A lado estaba su mellizo, Azazel, el cual era lo contrario a ella, le gustaba ser sociable y era bastante atento con todo, eso le irritaba mucho porque siempre la comparaban con él, era normal.
Después de la trágica muerte de Adael y Danel, Lurenia tomó a los bebés y los crio como si fueran de ella, les dio de comer, los educó y les enseñó todo lo que ella sabía, el resto lo dejó al criterio de ellos. A medida que fueron creciendo, fueron reconocidos por ser excelentes en el campo de batalla, eran la mano derecha de su madre adoptiva, lo que ella pedía, ambos lo cumplían, eran maquinas asesinas y buenos hijos. Bueno lo de máquinas asesinas, quizás era mucho, pero no se podía negar el hecho que eran masacradores. El cazador siempre hablaba de lo bueno que eran sus nietos, era un orgullo y en donde iba decía que sus nietos era lo mejor que le pudo pasar.
Se suponía que sus atributos reales, de un solna se esfumaron cuando su madre biología hizo el traspaso de sangre.
Azazel era el mayor y siempre estaba al mando, cuidaba de su hermana todo el tiempo. Su habilidad con las espadas y cuchillos eran magnificas, podía desgarrar el cuello sigilosamente. Era rubio, de ojos claros y alto, era evidente que ser hijo del sol te hacia ser perfecto, hermoso y deseable, era una de sus bendiciones, todo un roba corazones y un chico con una personalidad casi igual a su hermana.
Ayrica era la más chica pero la más fuerte, sigilosa como su madre y fuerte como su abuelo, fueron cosas que la diferenciaba de las otras mujeres. Es ágil con el arco y flecha, los cuales pueden llegar muy lejos y dar en el lugar que ella escoja, es sangrienta. No era como su hermano, como hija orgullosa de la luna, era de tez blanca como esta y su cabello marrón era lo más hermoso, largo y liso. Su estatura media permitía moverse fácilmente al momento de cazar o pelear, tenía buenos atributos y eso la hacía deseable.
Después de una larga charla, la morena se levanta de su asiento y se va sin hacer mucho ruido, detrás de ella va su mano derecha, Zeth, un joven moreno de ojos claros, el cual seguía a Ayrica para todos lados, era su sombra y su mejor amigo.
—No es necesario que me sigas, Zeth —replicó ella al caminar por el pasillo. Este rodeaba un pequeño parque, el cual estaba en el centro del castillo.
—Ajá, si no lo hago tu madre me cortará el cuello, aparte que escuchar al gordo dar noticias de muertes de los caníbales no es algo que a mí me siente bien. Se supone que acabamos de comer para que vengan con cosas de gente degenerada.
—Sí, olvida el tema y concentrémonos en practicar, en cualquier momento llegará mi abuelo de sus vacaciones y me preguntará que tanto hice, evaluará mis habilidades y si no lo hago bien... —sacude la cabeza ligeramente y suspira tomando su arco y flecha. Su abuelo era estricto en esa parte y podía castigarla de algún modo, ella sabía que no era el biológico, pero tenía todo el derecho a corregirla—. Necesito más flechas con punta fina.
Ya en el lugar de práctica, un campo lo bastante grande, Ayrica se acomoda para dar el tiro al blanco; ella estaba a una distancia de 90 metros, lo suficiente para dar a su objetivo.
—Tendría que ponerme en contacto con Jiss, últimamente lo he visto ocupado con las herraduras del ejercito del rey Gris, bueno, los caballos —comenta Zeth observando a su amiga concentrada—. ¿Para cuándo las quieres? Puedo conseguirte unas, pero tendrás que esperar una semana ya que estás no son legales dentro del reino.
El tiro de Ayrica era perfecto, tenía un ojo de halcón cuando se trataba de apuntar con flechas, era su pasión y su dedicación era grande.
—Lo que sea, la cuestión es que sea buena y si es de buena calidad, mejor —en ese preciso momento llego Azazel con su espada, la cual clavo en el suelo y suspiro al ver a su hermana tirar más flechas.
—Mamá quiere que vuelvas, hay algo importante que debes saber —le suelta sin mirarla—. Vamos antes que nos mande a buscar con el grandote de su guardaespaldas.
No dudo en dejar lo que estaba haciendo y los tres regresaron al pequeño castillo, al llegar, se fueron directamente al salón principal, ahí estaba la empoderada Lurenia, a pesar de los años, se conservaba joven, hermosa y tenía ese toque frío, despiadado, que hacían que la respetarán.
—Madre, estoy aquí —dijo Ayrica con una pequeña reverencia, respeto era otra cosa que les enseño Lurenia.
—Ya que están ambos, prepárense que iremos a la capital —pronuncio sin ánimos, la capital era el lugar que más odiaba Lurenia, le traía malos recuerdos y lo peor, estaba lo que alguna vez llamo su amor, "el rey Gris" —. Iremos a primera hora de mañana, la reina Xenia nos invita a su palacio mientras que el rey y su hijo están de caza, en modo de agradecimiento por todo lo que hemos hecho por el reino.
—¿Es obligatorio ir? —soltó Ayrica, conocía muy bien a su madre y estaba segura de que no quería ir, porque ya estaban cómodos en casa.
—Sí, es obligatorio, no hay que rechazar la oferta de la reina, así que vayan a alistar lo necesario y por favor, mañana a ambos los quiero ver que se comporten. No dirán groserías, no insultaran a nadie, no hablen con nadie, ni mucho menos se pongan de curiosos, ya se cómo son, no hagan que los castigue.