Betsy caminó a mi lado sin pronunciar una sola palabra. La máxima luminosidad que ofrecía el pequeño pueblo en el que residíamos fue quedando atrás mientras nos acercábamos a mi casa, que lindaba con el bosque. Los sonidos provenientes de los pinares llegaban a mis oídos sin perturbarme. Mi amiga en cambio observaba a todas direcciones, como si en su reciente viaje hubiera olvidado toda una vida de compartir territorio con la naturaleza. Sentí el corazón estremecerse en mi pecho cuando descubrí que Betsy había estado llorando en el camino.
Cuando llegamos a casa ya eran más de las doce, y como era costumbre, toda mi familia estaba durmiendo. Nadie se había percatado de mi cumpleaños, pero aquello no me llamó la atención. Subimos las escaleras y cuando llegamos a la habitación enseguida me quité la ropa de salir. Me coloqué un pantalón suelto y una remera percudida de Guns and Roses. Betsy se quitó el calzado y colocó un CD en el reproductor que había sobre el escritorio, donde también reposaba una computadora legendaria, ya inservible.
—Feliz cumpleaños —me dijo luego de un rato. El reloj marcaba las 00:12.
—Gracias —contesté recostándome sobre el sillón que usaba para leer. Lo que más me gustaba en el mundo era abrir el ventanal cuando llegaba el atardecer y dejar que toda la habitación se llenara del aroma proveniente del bosque. Los libros eran perfectos acompañantes para esos momentos.
El silencio se convirtió en tensión. Entonces recordé el cumpleaños anterior mientras encendía un cigarrillo. Todo adentro comenzó a doler. Quería tomar un puñado de pastillas y dormir por siempre. Las fotos clavadas en la madera me sonrieron. Una antigua versión de mí misma que ya no reconocía, acompañada por una Betsy y una Maggie revoltosa, que apoyaba la lengua sobre mi pómulo izquierdo.
Cerré los ojos y viajé a ese día. Fue mi cumpleaños número dieciséis. Las tres habíamos pasado toda la noche sin dormir, escuchando música a todo volumen y comiendo pochoclos. Maggie insistió en jugar al Ouija y terminamos las tres acurrucadas bajo la frazada, después de que la lámpara de la habitación comenzara a titilar.
Al amanecer nos acercamos al lago, situado a varias calles de distancia. Llevamos una bolsa de provisiones y devoramos todo mientras observamos el cielo mortecino. Maggie nos pidió que peguemos anuncios en la escuela para formar una banda de Rock femenina. Al principio nos negamos, pero con el paso de las horas tomamos valor, y a la semana siguiente ya habíamos juntado más de diez candidatas. Pero ni Betsy ni yo volvimos a encontrarnos con nuestros instrumentos hasta casi medio año más tarde, ya que Maggie falleció algunas semanas después del día de mi cumpleaños, luego de un juramento que nos mantendría unidas por siempre.
— ¡Greta! ¡Greta! —la voz de Betsy me trajo de regreso de mis cavilaciones—. ¿En qué piensas? Te ves fatal.
—No es nada —le aseguré. El cigarrillo se había consumido sobre el cenicero. Encendí otro.
—Hay algo que debo decirte —prosiguió Betsy, sentándose sobre la cama que estaba frente al sillón.
—Lo sé —contesté sin apartar la vista de las maderas del placard, donde habíamos grabado nuestros nombres—. Te conozco demasiado, sé que escondes una pésima noticia.
—No es tan malo —me animó Betsy—. Sólo me preocupa que estés bien. ¿Lo estarás?
Me puse de pie cuando escuché esas palabras. La cabeza me empezó a doler.
— ¿Por qué lo haces? —protesté—. No tienes... No tienes que marcharte tú también. No es justo conmigo, ni con la banda...
—Te dije que era una posibilidad —explicó mi amiga acercándose más a mí.
—No tienes que irte —supliqué dando un puñetazo a la pared—. No tienes que hacerlo, por favor, no lo hagas...
—Gre... No puedo seguir viviendo aquí —murmuró Betsy—. En cada sitio al que voy recuerdo a Maggie. La psicóloga estuvo de acuerdo, dijo que es momento de avanzar. No puedo permitir que mi vida se estanque.
— ¡Al diablo tu maldita psicóloga, Betsabé! —me tiré el cabello para atrás y lo apreté contra la nuca—. No puedo creer que perdí a mis dos mejores amigas en menos de un año. No lo entiendo...
—No me has perdido —Betsy se acercó en un intento de tomarme por los brazos, pero me tiré en la cama, hecha un ovillo—. Sólo estaré a un vuelo de distancia. Debo empezar a sanar, Gre, o terminaré volviéndome loca.
—Lo cierto es que empiezo a creer que no te conozco —aquel reproche sonó como fuego entre mis labios—. Así como tampoco conocí a Maggie.
—Ninguna de las dos lo hubiera pensado nunca —contestó Betsy reprimiendo sus lagrimas. Sentí que había llegado demasiado lejos en mi acusación—. Es evidente nunca llegamos a conocer ese lado de Maggie. De haberlo sabido la hubiéramos ayudado.
—Pero no lo hicimos —contesté tajante—. Y ahora ya es tarde. Todos en la escuela lo sabían menos nosotras dos, ¿no te parece extraño?
—Ya basta —Betsy se levantó y se acercó a la puerta—. Si sigues con esto me iré. Prefiero pasar la noche en casa de mi hermano antes que sufrir otra crisis.
—Lo siento —también me puse de pie—. Me lastima dejar de verte todos los días, eso es todo.
—Descuida —fue la respuesta cortante de Betsy—. Ambas estaremos bien.
Editado: 02.05.2020