En el fondo de este gran salón resuenan entre sus paredes una canción lenta y romántica; está en español y nosotros nos mesemos lentamente al ritmo de cada golpe de la batería que da en alguna de sus partes.
Entiendo de alguna manera lo que dice la canción, años de práctica cantando música latina hace que entiendas ciertas cosas cuando se trata del español. No digo que lo domino, pero sé que es muy romántica y claramente suena a una declaración.
Trato de ordenarme que debo disfrutar el momento, que debo concentrarme en nosotros y de crear recuerdos para toda la vida; pero algo en mi mente me impide disfrutar por completo porque es como si de cierta manera supusiera que podría pasar algo.
Como dije, suena a una declaración.
El ambiente romántico, la manera en la que chico Brown toma con firmeza mi cintura y delicadeza mi mano para hacerme mover al ritmo de sus pasos es algo hipnótico que me hace preguntarme de dónde rayos sacó el don de bailar al ritmo del amor porque se tiene que estar enamorado para dominar el ritmo del amor. Se tiene que sentir algo en el corazón más allá del cariño para que logres moverte de esa manera.
Ser veloz cuando la canción lo quiere y ser lento cuando así lo desea la misma.
Es hipnótica la manera en la que nos hace movernos y cómo logra cantar de una manera muy graciosa la canción, una que me hace sonreír por el detalle que está teniendo conmigo.
La canción claro que era hermosa hacia que me transportara a un mundo en donde parece que solo existíamos nosotros dos y cualquier pensamiento que pudiera pasar por mi cabeza cada tanto se esfumaba y hacia que concentrara en él. En ese momento no lo sabía, pero se podía oler un final o puede que un comienzo.
Pronto la canción se terminaría y cuando estaba a nada de alejarme en mi oído susurró.
—Por favor, amor —nos hizo girar — una pieza más.