3 años antes…
Estacioné el auto frente a Loverbids Café, un lindo establecimiento decorado con mini cupidos, corazones y fotografías a blanco y negro de parejas. El ambiente cálido lo brindaba la madera y las luces amarillas, era el lugar perfecto para una primera cita.
Me bajé para abrirle la puerta a Samantha, quien miraba la entrada de aquel lugar con curiosidad, y extendí mi mano. Ella la aceptó, mostrando una sonrisa tímida, y el solo hecho de mi piel tocando la suya mandó unas extrañas corrientes eléctricas.
Casi podía sentir los chispazos a nuestro alrededor.
Nos adentramos al lugar y en mi cabeza no paraba de preguntarme cómo era que no la había visto antes. Apenas Leonard nos la presentó, capturó toda mi atención con el brillo que desprendía.
Bonita, tímida, pero un poco mordaz también. Me pareció encantadora y sabía que me iba a costar mantenerme lejos cuando todo el resto de la semana estuvo incrustada en mi cabeza.
Además, desde entonces no había lugar donde no me percatara de su presencia. Nos saludábamos a distancia a través de los pasillos llenos de estudiantes cada vez que cambiábamos de clase, incluso en el estacionamiento. A veces compartía almuerzos con nosotros, otras veces sabía que se encerraba en la biblioteca.
Hasta que un día no lo soporté más y me atreví a unirme en su pequeño espacio. Ella me aceptó gustosa y eso me hizo muy feliz.
Así como estar aquí, en mi lugar favorito, con ella.
Tomamos asientos y esta vez el mirar las bonitas fotografías no capturaba tanto mi atención como ella, quien sí observaba el lugar con un brillo de emoción en los ojos.
—Las fotografías son hermosas —admitió y entonces sus ojos se encontraron con los míos, aquel bosque verde en el que no me importaba perderme—. ¿Qué sucede?
«Mierda, me había pillado observándola como un acosador» me quejé, avergonzado.
—Nada, nada —carraspeé antes de darle la razón—. Lo son. Es por lo que más me gusta venir aquí. Y bueno, los postres.
La mesera se acercó, acabando con mi bochornoso momento y realizamos nuestro pedido. Samantha pidió una hamburguesa de pollo con jugo de naranja, además de papas fritas y salsa mostaza extra aparte.
Yo pedí casi lo mismo, solo que en vez de jugo pedí Coca-Cola.
—Entonces… ¿cuántos idiomas estás estudiando? —pregunté, recargando mi cabeza de mi mano, apoyando el codo de la mesa.
—Pues portugués, italiano y español —respondió, sonriendo—. Pero quiero hacer cursos de otros idiomas como francés y alemán, sobre todo el alemán.
— ¿Ah, sí? ¿Y eso?
—Amo todo lo referente a Alemania, su cultura, sus paisajes, sus costumbres, incluso su historia. Mi sueño hecho realidad sería viajar para allá y conocer —respondió con tanta emoción en su mirada que no pude evitar pensar en que me encantaría estar presente cuando su meta se cumpla.
La mesera nos trajo nuestra comida y Samantha hizo un mohín cuando vio la kétchup junto a las papas fritas. Me la tendió y tomó uno de los palitos de papa para mojarlos en la mostaza y comérselo con gusto.
— ¿Acaso no te gusta la kétchup? —Pregunté y ella afirmó, arrugando la frente—. Una cosa más que agregar a la lista de cosas que te hacen especiales.
— ¿Especial? Soy única e inigualable, cariño —se burló de mí y reprimí una sonrisa, mordiéndome el labio.
—Eso me gustó.
— ¿Qué cosa? —preguntó, acercando el pitillo a su boca para probar el jugo.
—Escucharte llamarme cariño —admití y dejó de sorber, abriendo sus ojos con evidente sorpresa y desvió la mirada, avergonzada por completo.
Volvió a posar sus ojos, esta vez con timidez, en mí y sonrió sin poder ocultar sus dientes.
—Bien, cuéntame tú ahora cuál es tu sueño —preguntó, desviando el tema de conversación.
—Mm —lo medité, pues nunca me había hecho aquella pregunta—. No lo sé, la verdad. Me gusta vivir el ahora, así que una de mis metas sería graduarme.
—Bah, qué aburrido. ¡Venga! Tiene que haber algo.
—Bueno, sí hay algo… —musité, encogiéndome un poco de hombros—. Me gusta mucho el matrimonio de mis padres, ¿sabes? Así que me encantaría poder formar una familia tan leal, fuerte y auténtica como la de ellos.
Se quedó en silencio por unos segundos, observándome y tuve que desviar la mirada con vergüenza. Era un sueño tonto, tal vez, pero (aunque no lo admitiera en voz alta) me gustaba el romance. Uno verdadero.
Creía en el amor, lo había visto hacer acto de presencia durante mis 23 años de vida.
—Vaya, eso fue muy bonito y ahora todo tiene sentido —murmuró, trayéndome de vuelta a la realidad.
— ¿Cómo así?
—Pues, eres muy atento, observador y caballeroso, me atrevería decir que eres detallista inclusive. Eso solo viene de una buena crianza y buen ejemplo. También me pasa con mis padres, me hacen creer en el amor.
—Creo que les caerías bien a los míos —bromeé porque me gustaba hacerla avergonzar y me acerqué para probar mi gaseosa.