Solo pido un día más

17.

SAMANTHA

―¿Qué quieres decirme? ―pregunto, cuando tomamos asiento en la cafetería.

―Quisiera hablar de eso después de comer y… en privado ―responde Jeremy, se ve algo agobiado. Yo afirmo con la cabeza, un tanto extrañada―. Quiero saber cómo se conocieron, pero si no quieres decírmelo no hay problema.

―Bueno… ―me remuevo, un poco incómoda―. Fue en la universidad. En el último año. Aunque yo… Bueno, él me gustaba de hace tiempo solo que yo era como invisible para él. O eso creí ―digo, sonriendo―. Recuerdo que…

Le relato todo tal cual lo recuerdo, perdiéndome en aquellas memorias de tal manera que ni siquiera me avergüenza parecer una colegiala hablando de su miembro favorito de alguna boyband de los 90.

—… Y me pidió una cita —culmino, volviendo a tierra y esta vez sí me sonrojo.

―Supongo que la cita sí se dio ―comenta Jeremy, mostrándome apenas una sombra de sonrisa.

―No hubiésemos llegado tan lejos si no ―respondo, encogiéndome de hombros mientras sonrío—. Tres años juntos… Pero bueno, ¿qué me quieres contar? —cambio de tema, pues no quiero mostrarme sentimental.

―¿Podemos ir a tu casa y así hablamos mejor sobre Dylan? ―pregunta él―. Me llevo el papeleo y lo organizamos allá.

No estoy muy segura, pero termino accediendo. Nos levantamos de nuestros puestos y nos encaminamos a su carro. El camino a mi casa es silencioso, uno no incómodo, pero sí pesado. Jeremy se nota bastante tenso y maneja presionando fuertemente sus manos contra el volante. Quiero preguntar qué sucede, pero ya me lo dirá, espero.

Cuando estaciona frente a mi casa, lo escucho suspirar. Nos bajamos del carro y nos adentramos a mi hogar, dejando las bufandas sobre el perchero. La navidad está cada vez más cerca y la nieve ya ha empezado a caer.

―¿Quieres algo de beber? Aún me queda gaseosa ―ofrezco, señalando la cocina.

―Sí, gracias ―responde y me encamino al refrigerador para servir, en dos vasos, un poco de Coca-Cola.

―¿Por qué sientes que Dylan sigue aquí? ―pregunta cuando ya estamos cómodos.

―No lo sé, es un presentimiento. Una sensación. Todo el tiempo me siento vigilada, me dan escalofríos, y no sé si es que todo eso está en mi cabeza y me aferro a ello o de verdad está pasando ―digo y coloco las manos en mi cabeza―. Estoy loca.

Y ahí está, esa sensación de que él está aquí. Lo siento como si estuviese sentado justo a mi lado. Observo a Jeremy pero él no me mira a mí, mira a mi costado y aprieta sus manos en puños. Lo que sea que quiere decir, le asusta y eso me preocupa.

¿Por qué debería tenerme miedo?

―¿Recuerdas que te dije que escapaba de muchas cosas cuando me mudaba? ―pregunta, por lo que afirmo para que continúe―. No puedo librarme de ello, me persigue a todos lados. Empezó a los cinco años… cuando mi hermana murió. Y pensé que era una especie de don al principio, pero se ha vuelto una maldición y ya no quiero este… este…

Sus palabras salen atropelladas y lo tomo de las manos al entender con terror que él también ha perdido a alguien. Eso es lo que le está afectando y me parte el corazón verle así.

―¿De qué hablas, Jer? ¿Qué sucede? No te entiendo.

―Tengo miedo de que… me apartes si te lo digo, pero debo decírtelo. No estás loca, Samantha. No has perdido la cabeza. Él… él sigue aquí ―dice y yo me tenso en mi lugar, sintiendo como el nudo en mi garganta me dificulta respirar―. Es mi don. Yo puedo ver espíritus. Puedo verlo a él.

Mi mano, por instinto, se aleja de la suya y sé que para él ese gesto no pasa desapercibido. Su mirada se alza, permitiéndome ver sus ojos cristalizados… Parece que tiene miedo.

Yo me levanto, tratando de procesar lo que me ha dicho. Peino mi cabello hacia atrás, caminando de un lado a otro sin atreverme a mirarlo.

Nunca he creído en videntes, médiums, ni psíquicos. Nada relacionado a ese tipo de cosas. Las personas vivas no pueden hablar con los muertos. Es imposible. Él solo dice esto para hacerme sentir mejor. Claro, eso es.

Me detengo y le sonrío, por lo que él frunce el ceño.

―No tienes que fingir que ves a Dylan para hacerme sentir menos patética, Jer. Pero… gracias por eso ―digo.

―No, Samantha. Yo en verdad veo a Dylan. Estaba sentado justo a tu lado, solo que te levantaste. Pero él sigue allí ―dice y yo observo el sofá con pánico―. No tienes que temer, Samantha. Él no sería capaz de hacerte daño.

—No, no. ¡No, Jer! —me alejo cuando intenta acercarse—. Detente. ¡Basta con eso, Jeremy! No juegues con mis sentimientos ―maldigo cuando mi voz se rompe―. No te voy a pagar por una sesión para “comunicarme con Dylan”, ¿me entiendes?

―No cobro por esas cosas. Samantha, te estoy diciendo la verdad. Él está aquí y quiere hablarte, quiere…

— ¡Es imposible! —grito, sintiendo que la herida se abre cada vez más y las piernas me fallan—. Es imposible, tú solo estás jugando conmigo… ¡Yo…! ¡No te me acerques! —le pido cuando noto que me quiere levantar del suelo.

—Sam…

—Vete —pido entre dientes y alzo el rostro para mirarlo, con lágrimas rodando por mis mejillas—. Vete, vete y no vuelvas más. ¡Aléjate de mí!




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