DYLAN
― ¿Hoy es el día, entonces? ―pregunto. Jeremy afirma con la cabeza―. Estoy nervioso.
―Lo sé, hasta yo lo estoy. ¿Sabes lo que vas a decirle? ―pregunta.
― Claro que lo sé, solo espero no quedarme en blanco cuando llegue la hora.
―La hora ya ha llegado, Dylan ―me recuerda, palmeando mi hombro.
Lo observo unos segundos y puedo apreciar un toque de tristeza en su mirada. Desvía la vista rápidamente y toma las llaves de su carro.
―Jeremy ―llamo. Él detiene sus movimientos y me observa, encogiéndose de hombros―. Gracias, hermano.
―No estoy listo para esto ―admite.
―Ninguno lo está ―le recuerdo―, pero es el ciclo de la vida, ¿no? Vivimos rodeados de pérdidas, tú mismo lo dijiste. Vas a superar esto.
―Eres mi mejor amigo, Dylan ―dice, mirándome.
Una patada en el estómago duele menos a comparación de lo que veo: sus ojos cristalizados. Me acerco para abrazarlo, palmeando su espalda. El abrazo es fuerte pero se siente terrible porque así son las despedidas.
Tú también eres mi mejor amigo, pienso.
―No me olviden, por favor ―pido cuando nos alejamos.
―Imposible ―ironiza en una broma triste y nos reímos.
Jeremy abre la puerta y nos trepamos a su carro. El viaje a casa de Samantha se hace un poco largo debido al silencio que nos rodea. Observo por la ventana, notando que luce como un buen inicio de fin de semana: está nevando y ya hay decoraciones de Navidad por todas partes. Las personas se ven felices, caminando sin saber que hay muertos en busca de paz que los acompañan.
Luce como un buen día para partir del mundo.
―Llegamos ―anuncia Jeremy, sacándome de mis pensamientos.
La puerta de mi antigua casa se abre apenas salimos. El aire abandona mis pulmones al observar a Samantha. Es tan hermosa incluso con esa tristeza que lleva en el semblante.
―Hola Jer ―saluda y se acerca a abrazarlo. Cuando se alejan, me coloco a su lado y sonrío cuando sus vellos se erizan ante mi presencia―. Hola Dylan.
―Hola cariño ―digo e intento acariciar sus cabellos, pero es un tacto que solo siento yo.
― ¿Iremos al cementerio? ―pregunta Sam, observando a Jeremy.
―Si ella quiere ir allí ―digo al notar que él me mira.
―Solo si tú quieres ―le dice.
—Creo que es el mejor lugar —musita, cabizbaja.
Jeremy maneja hasta el cementerio, no sin antes pasar por unas flores para mí tumba. Al llegar, tomamos asiento en la grama cubierta de nieve y Sam deja las flores en su sitio.
―Yo también tengo algunas cosas que decir ―comienza Samantha―. Pero no sé si quiere empezar Dylan.
Afirmo y Jeremy le dice que sí, ella suspira. La observo un poco mientras pienso en cuánto la amo, en todo lo que hemos vivido y lo que ella significa para mí. El nudo en mi garganta se acrecienta y mis ojos se cristalizan, pero no me permito llorar.
—Son tantas cosas que tengo para decir y no sé por dónde empezar —admito, mis ojos puestos en ella—. Sé que si las cosas fuesen al revés, no podría recuperarme de esto jamás. Eres tú la fuerte de los dos, tal vez por eso me tocaba a mí partir.
Respiro hondo mientras Jeremy habla y noto que sus ojos se cristalizan.
—Lamento mucho todo lo que te he hecho pasar, desde las peleas por celos tontos hasta… esta situación tan trágica. Jamás quise hacerte sufrir, Samantha, quiero que lo tengas presente. Sé que piensas que es tu culpa, pero no es así: fue mi egoísmo, mi orgullo quien nos separó. Sin embargo, mira lo fuerte que es nuestro amor… Aquí sigo, junto a ti. No me arrepiento de nada de lo que viví contigo, solo de haber salido por la puerta sin decirte que te amaba. Porque te amo, amor, y siempre lo haré.
―No quiero que pienses que fue tu culpa, Dylan ―dice Sam, sorbiendo por la nariz.
—Lo es, pero está bien. Prefiero ser yo el que esté en esta situación, no tú. Si tú te fueras y yo me quedara, lo perdería todo.
— ¿Y acaso crees que yo no? Dylan, no tengo nada si no te tengo a ti, ¿no lo entiendes? Si lucho por salir adelante a pesar de todo, es por ti, porque tú no tienes la culpa de nada. Fue un accidente, fue el destino maldito que nos separó. No tú, no yo —las lágrimas empapan sus mejillas y se cubre el rostro, negando con la cabeza—. Yo jamás imaginé que pasaríamos por esto, porque simplemente quería casarme, tener hijos y llegar a viejos juntos. Que llevaras a los niños al colegio y almorzáramos los cuatro juntos en la cafetería de al lado, nos sentaríamos juntos para ayudarlos con las tareas del colegio, podíamos ver maratones de Harry Potter y las comiquitas de Discovery Kids y Disney Junior. Jamás imaginé llegar a casa y dormir sola en nuestra cama, sin un beso de buenas noches y rodearte con mis brazos, pero… ¿ahora qué?
—Ahora vivirás eso, pero con otro amor —musito, sintiendo que me duele cada palabra que digo, pero es la verdad—. Serás feliz, lograrás superar esto. Quiero pedirte que vivas, que consigas al hombre que te dé todo lo que yo no pude. El hombre con el que puedas tener ese futuro que, lamentablemente, no podré compartir contigo. Estoy condenado a estar cerca de ti, pero no me importa. Me iré y seré feliz mientras me recuerdes, mientras sea el relato corto de amor que les cuentes a tus hijos cuando vayan a dormir. Nada de cuentos infantiles ni esas tonterías, cuéntales algo real: nuestra historia.