"La imagen de lo que quiero ser"
Las madrugadas en las calles de Londres siempre habían sido grises, la oscuridad del cielo comenzaba a esfumarse para dar paso a nubes que opacaban un azul que rara vez podía apreciarse a la perfección. La luz de los faroles parecía ya no funcionar por la poca luz natural que cubría los inundados caminos, convirtiendo lo que era una mañana tranquila para quienes aún descansaban en sus casas en un problemático caos de personas poco amables que caminaban apresurados por comenzar su día de nueva cuenta.
Las calles, llenas de alcohólicos peleando con el primer hombre que miraran, trabajadores cansados y hartos de su propia vida pero sin dejar de aprovechar cada oportunidad que tenían para ganar dinero y llevar comida a sus mesas, hombres bien vestidos conversando cordialmente con otros de su clase acompañados de sus esposas que no hacían más que sonreír sin decir ni una palabra, sólo teniendo un trabajo: lucir perfectas, como lo era un trofeo del cual presumir.
Por supuesto que el mismo caos de la ciudad siempre había sido algo molesto para aquel joven con ropas sucias y mucho más grandes que él que se encontraba corriendo mientras sujetaba la boina que tenía puesta para evitar que ésta cayera al suelo y se ensuciara más de lo que ya estaba. Trataba de no llamar la atención más de lo que una persona como él lo haría normalmente para evitarse problemas, todavía recordaba la vez que lo golpearon por silbar mientras hacía las tareas que su abuelo Raymond le había asignado y por supuesto, no quería repetir esa golpiza otra vez.
Entró a una panadería aún cerrada y el olor a pan recién hecho inundó sus fosas nasales, librándolo del asqueroso hedor a basura y humo de cigarrillos de afuera, lo primero que hizo fue caminar hasta la cocina en donde se encontró a su jefe, o más bien, a su abuelo, a punto de dejar caer un pesado costal de harina, Merritt rápidamente corrió a auxiliarlo, pues la cara roja que tenía el anciano era como si no estuviera respirando y a duras penas pudiera levantar el costal.
Ayudó a levantarlo hasta acomodarlo en una pequeña mesa de madera, Raymond exhaló cansado y cuando pudo recuperar por completo el aire se sentó desanimado en la silla junto a la puerta.
—Uf, ya estoy demasiado viejo para esto —bromeó secándose el sudor de la frente con el trapo que colgaba de sus hombro.
Merritt se rió.
—No diga eso, usted aún es muy joven —susurró tratando de subirle el ánimo a su abuelo, aunque la mayoría de lo que dijera fuera una mentira—. Pero como ya le he dicho antes, sabe que también puedo hacerme cargo del trabajo pesado aquí.
Su abuelo lo miró con una desconfianza que ofendió al joven.
—Oh no, no, son sólo costales de harina, puedo hacerme cargo de ello solo, además, estás muy flacucho como para cargarlos sin vomitar —dijo, mirándolo de pies a cabeza, dándose cuenta de la mala cara de Merritt y cambió el tema de inmediato—. Mejor ve a cambiarte, ya sabes que podríamos tener problemas si alguien te ve vestido así.
Merritt bufó y volvió a sonreír, asintió repetidas veces y se dirigió al baño para ponerse otra camisa limpia de tela delgada y de manga larga, la misma que lo esperaba doblada todos los días, se puso un pantalón gris que su abuela Flora le había regalado y abrochó su cinturón lo más ajustado posible, se quitó la boina y la acomodó perfectamente junto con el resto de su ropa sucia y se acomodó un delantal que cubría casi todo su cuerpo.
Se miró al espejo y sonrió.
Su gran cantidad de pecas eran lo que más resaltaban de su rostro redondo, mismas que desde siempre habían sido un problema para él desde que nació y que, a pesar de ser obligado en repetidas ocasiones a cubrirlas, le gustaban; el color café de sus ojos, que tampoco le favorecían mucho, le gustaban, y su piel tan pálida que siempre había sido una razón para ser objeto de burla también lo hacía, a pesar de todo eso, el verse así, con una camisa enorme y acomodada debajo de su pantalón sólo lo hacían pensar una cosa: que era hermoso.
Claro que su cuerpo tan delgado también resultaba un problema, y su falta de fuerza se le hacía problemático cada vez que tenía una pelea que él, por supuesto, no había comenzado.
Salió con una gran sonrisa, lavó sus manos para ayudar a su abuelo a llevar piezas de pan a la entrada y acomodarlas en las vitrinas y las repisas para dar comienzo a su día de trabajo, obviamente Merritt no tenía permitido acercarse demasiado a la cocina y mucho menos tratar de hacer pan como Raymond pues, un chico de clase tan baja como él, que tenía que trabajar para ganarse unas cuantas monedas al día no era alguien de confianza para hacer lo que sería la comida de alguien más.
Cuando terminó de hacer su pequeña tarea de la mañana, se limitó a dar una pequeña limpieza por el resto del lugar, barrer el piso de madera de la cocina, limpiar los hornos y quitar los restos de harina de las mesas, además de lavar la gran cantidad de utensilios que el tan desorganizado anciano solía utilizar todos los días.
—Ten, seguramente no has comido nada y no quiero que te desmayes a la mitad de la calle como la última vez —Su abuelo le lanzó una pieza de pan y Merritt la atrapó, al principio, como siempre, iba a negarse a comerlo, pero el hambre que tenía por abstenerse a comer más de lo usual no le permitían negarse a un poco de comida.
Seguro la culpa aparecería unos minutos después de habérselo terminado, pero en ese momento no le importaba, no era alguien que podía darse el lujo de comer las cantidades de comida que quisiera, y el hecho de subir, aunque sea un poco de peso, le hacía querer vomitar lo que sea que se haya comido en el día. Sin pensarlo por más tiempo, dio la primera mordida y no pudo evitar sacar un suspiro, decepcionado. Pero, ¿qué importaba?, después de todo, no era como que alguien se daría cuenta que había comido de más por una simple pieza de pan, ¿o sí?