Solo tu y yo a escondidas del mundo

Capítulo 1

Llegada a Cala del Viento
El autobús avanzaba serpenteando por la carretera estrecha que descendía entre colinas verdes, hasta que la primera vista del pueblo apareció como una postal desdoblada. Cala del Viento se abría ante los ojos de los recién llegados como un rincón detenido en el tiempo: calles empedradas, casas encaladas con persianas de colores, balcones floridos y un mar azul que parecía estirarse hasta tocar el borde del cielo.
El murmullo de las olas llegaba incluso a través de las ventanillas cerradas, mezclado con el canto lejano de una gaviota y el crujido de la grava bajo las ruedas. Para Darcie Navarra, ese sonido era casi agresivo. Ella estaba acostumbrada al ruido de los motores, al bullicio constante de la ciudad, al aire espeso del tráfico. Este silencio salpicado de naturaleza le parecía sospechoso, casi una burla.
Con los codos en la ventanilla, miró las fachadas irregulares y los toldos rayados que temblaban con la brisa marina. Todo era demasiado... pintoresco. Demasiado perfecto. Y sin embargo, allí estaba. Obligada a pasar el verano lejos de su mundo, de sus amigas, de su rutina, por una decisión arbitraria de su madre que la había arrastrado a este “retiro familiar”. Como si desconectarse significara algo más que aburrirse mortalmente.
Cuando el autobús se detuvo en la plaza central, Darcie fue la última en bajar. Arrastró su maleta por el suelo adoquinado, con la misma cara que pondría si estuviera entrando a una clínica dental. El sol le golpeó la cara con una intensidad inesperada, y entrecerró los ojos. A su alrededor, el pueblo parecía sacado de una guía turística: niños corriendo, ancianas charlando en los portales, olor a pan recién horneado. Todo era tan tranquilo que casi le molestaba.
Y entonces la vio.
Apoyada en una baranda de hierro forjado, con el mar a sus espaldas y el cabello ondeando como si posara para una foto, estaba Daphne Arranda. Llevaba unos vaqueros cortos, una camisa blanca anudada a la cintura y unas gafas de sol que no alcanzaban a esconder el gesto de impaciencia en sus labios. Darcie sintió una punzada de fastidio en el estómago. Por supuesto que ella estaría allí. Como si no fuera suficiente con el calor, el aislamiento y el mar constante, también tenía que lidiar con ella.
Daphne notó la presencia de Darcie al instante, como si la hubiera olido desde lejos. Se quitó las gafas de sol y alzó una ceja.
—Vaya, vaya. Mira quién apareció —dijo con una sonrisa ladeada.
Darcie frunció el ceño.
—Genial —murmuró—. El verano ya es insoportable, y recién empieza.
Se acercó con paso lento, dejando que sus zapatillas pisaran fuerte sobre la piedra del suelo. A medida que se aproximaba, podía sentir la tensión crecer entre ellas como una cuerda que alguien estiraba con violencia. Nunca se habían llevado bien. Desde que se conocieron en una actividad escolar meses atrás, donde sus personalidades chocaron como trenes, sus encuentros eran una guerra fría constante: indirectas, sarcasmos, desafíos silenciosos. Y ahora, el universo decidía colocarlas en el mismo pueblo, el mismo verano.
—¿También obligada por tu familia a desconectarte? —preguntó Daphne, cruzándose de brazos.
—Más o menos. Pensé que habría al menos algo de paz aquí —respondió Darcie, dejándose caer en el banco más cercano. Sus hombros estaban tensos, y trató de disimularlo con un suspiro cansado.
—Mala suerte —Daphne se giró y comenzó a caminar despacio, sin invitarla a seguirla, pero sabiendo que lo haría—. Mi madre alquiló casi toda la pensión para la familia. Si estás aquí, lo más probable es que compartamos más de lo que me gustaría.
Darcie se quedó unos segundos mirando la espalda de Daphne mientras caminaba. Su figura encajaba perfectamente en ese escenario costero: segura, desenvuelta, con esa forma de moverse que parecía decir “todo esto es mío”. Era exactamente el tipo de chica que Darcie había jurado evitar durante todo el verano.
Y sin embargo, se levantó y la siguió.
Caminaron juntas en silencio por las callejuelas del pueblo, donde las paredes estaban cubiertas de bugambilias y los gatos dormían en las sombras. La tensión entre ambas era palpable, aunque nadie que las viera habría imaginado la tormenta de pensamientos que las sacudía por dentro. Darcie sentía que sus palabras estaban afiladas como cuchillas, listas para salir. Pero no lo hizo. No aún.
—¿Y vas a estar aquí todo el verano? —preguntó Darcie, rompiendo el silencio.
—Eso parece. Mis padres quieren que "me reconecte con mis raíces". Lo dijeron así, con esa voz mística —Daphne puso los ojos en blanco—. Lo que significa que voy a pasar los próximos dos meses sirviendo café, ayudando en la pensión y esquivando turistas.
—Maravilloso. Qué plan de ensueño.
Daphne se detuvo y giró apenas el rostro para mirarla por encima del hombro.
—¿Y tú? ¿Vas a pasar los días quejándote o vas a intentar no arruinarlo para los demás?
Darcie apretó la mandíbula. Ese comentario había sido más directo de lo habitual. Pero en vez de explotar, sonrió.
—Tranquila, princesa. Solo vine a tomar el sol y fingir que la gente no me molesta.
Ambas se sostuvieron la mirada durante unos segundos, como si se midieran con precisión. Era ese tipo de tensión que no se alivia, que solo se acumula. Pero había algo más allí. Algo que ninguna de las dos podía nombrar todavía.
Cuando llegaron a la pensión, una mujer mayor salió a recibirlas con un abrazo cálido y olor a lavanda. La fachada de la casa era antigua pero acogedora, con flores colgando de cada balcón y cortinas que se movían con la brisa. La escena era casi irreal.
—Bienvenidas —dijo la mujer—. Darcie, cariño, tú te quedas en la habitación de arriba, junto a la de Daphne. Espero que no les importe compartir el baño.
Las dos se miraron, y por primera vez, una risa se escapó de la garganta de Daphne, suave, inesperada.
—Perfecto —dijo Darcie, con resignación teatral—. Esto solo puede mejorar.
Y subieron juntas las escaleras de madera, con las maletas golpeando los peldaños y los corazones latiendo con un ritmo que aún no sabían cómo nombrar.
Porque aunque no lo sabían aún, ese verano estaba a punto de deshacer todo lo que creían saber de sí mismas… y de la otra.




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