—Es hora de despertar, Hamilton — la enfermera que estaba al cuidado de mí y mis tratamientos me empezó a mover, era una rutina de todos los días.
—Umm. ¡No, Grace! Déjame dormir — moví su mano que se encontraba en mi hombro, sacudiéndolo. Me volteé y le di la espalda para seguir durmiendo.
Grace era una señora de aproximadamente treinta años; complexión, ni delgada pero tampoco ancha, de cabello azabache, ojos miel y alta, algunas pecas resaltaban por sus mejillas y la acompañaba una linda sonrisa. Ella ha estado conmigo desde que me instalaron en el hospital de Boston, y se ha convertido como en una segunda madre para mí, y claramente, ella me trataba como si fuera su hija, una que siempre quiso pero que no se le dio la posibilidad de tener. Nos teníamos un cariño muy grande.
—¡No! Nada de dormir, ya son las diez de la mañana y tienes que levantarte a desayunar, también para darte el medicamento, ¿crees que no me di cuenta de que ayer no los tomaste? — jaló la cobija, y renegando, me levanté.
—No quiero desayunar, la comida de aquí es muy mala. Y lo del medicamento, hay una explicación para eso. — puso sus brazos en jarra, levanto la ceja y me fulmino con la mirada.
Después de varios segundos así, nos empezamos a reír y se acercó para abrazarme.
—Ay, niña. No sé qué hare contigo, me temo que le tendré que contar a Kenneth de que no te estas comportando y no obedeces.
—Hago lo que quieras, pero por favor, no le digas a mi hermano, mucho menos a mi mamá. — Me hinque en el piso y junte mis manos en forma de súplica.
—Levántate de ahí, Laia. — me tomó del brazo y me ayudo a levantarme — Esta bien, no les diré nada, pero con la condición de que comas todo lo que vaya a traer.
—Está bien —rodeé los ojos.
Grace salió de la habitación, dijo que en un momento volvería, ya que había ido a la cocina por el desayuno. Sinceramente, la comida del hospital era demasiado mala, a excepción de las gelatinas y natillas que daban de merienda. Después de esperar a la doctora por varios minutos, a lo lejos vi que se acercaba con un carro de metal.
—Te traje un caldo de verduras y papa, y para que no se te atore la comida, he traído un suero—puso una mesita en mis piernas junto a la comida—y no se me olvide que también puse lo que tanto te gusta, una gelatina de fresa.
—Grace, eso no, por favor. Todo, menos eso. La otra vez comí y horas después, lo vacié en el escusado.
—Lo siento, Laia. Yo sé que no está bueno, pero es por tu bien. Así que, provecho.
—Gracias. No te prometo que lo acabare, pero comeré lo que pueda.
Rodó los ojos y me dio un beso en la coronilla. Salió de la habitación dejándome sola sufriendo con esta deliciosa comida — Que se note el sarcasmo —. Solo tenía pensado comer la gelatina, no me importa si se enojaba, de todos modos, siempre lo hacía.
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Ya había terminado de comer—muy a fuerza, ya que ella vino y superviso que me comiera todo. Al parecer no tengo mucha suerte—, y cada que intentaba tragar, un nudo grande se formaba en mi garganta, pareceré exagerada, pero es que realmente la comida del hospital era malísima.
Cheque la hora en mi celular y ya eran las once de la mañana, me levante y deje el plato en la mesita de noche, después tome mi cepillo de dientes, un cambio de ropa y me dirigí a los baños para hacer mis necesidades. Iba en camino, los pacientes se acercaban a saludarme, eran muy buenas personas y aunque algunos me caían mal, regresaba el saludo por educación.
Cuando llegué al baño, me dirigí al lavamanos. Saque la pasta de dientes y le vertí a mi cepillo, me lave bien y con las manos, me eche agua a la boca. Ya al terminar, me dirigí a las regaderas. Me desvestí y deje la ropa sucia a un costado del cubículo, entreabrí la ducha, y dejé que el agua tibia me tranquilizara. Después de mojar bien mi cuerpo, con la esponja me talle bien para quitar la suciedad, aunque no era muy necesario porque ya me había bañado un día antes.
Cuando ya me enjuagué el cuerpo bien, salí de la regadera e ingrese al otro cubículo para ponerme la ropa, me termine de poner todo, solo faltaba la blusa, en eso escuche como alguien entro azotando la puerta y se encierro en uno de los baños, luego todo fue silencio, pero de un momento a otro se empezaron a escuchar algunos sollozos, rápidamente me termine de vestir, tome mis cosas y me acerque a donde se encontraba aquella persona.
Cuando me acerque ya solo se escuchaban quejidos lejanos y mi preocupación llego. Puse mi oreja en la puerta y con mis nudillos toque.
—Hola, ¿todo bien? — no recibí respuesta — si quieres te puedo ayudar en algo.
—Si tanto quieres ayudar, mejor vete. Déjame sola, niña entrometida.
—No me voy a ir de aquí hasta saber que tienes, te escuche entrar y encerrarte, solo quiero saber si estás bien.
—Sí, si estoy bien, ¿okey? Ya te puedes ir.
—Está bien, perdón por insistir.
Hice como si me fuera a ir, pero no lo hice, espere hasta que saliera para así confirmar que era lo que le pasaba. Después de como seis minutos de esperar y esperar, se escuchó como quitaban el seguro hasta que una chica como de diecisiete años se asomó.
— ¿Tú sigues aquí? — rodo los ojos.
—¿Cómo sabes que fui yo?
—Vi tus tenis cuando te acercaste, es obvio—. Rodó los ojos.
—Bueno, si soy yo. Me quede a esperarte para confirmar si ya estabas mejor.
—Pues ya viste que estoy en perfectas condiciones, ya te puedes retirar. — pero que chica más fastidiosa—. No seas entrometida.
—Mira, a mí me dejas de hablar así, solo soy una persona que se preocupa por alguien que parece que ocupa un poco de ayuda. Así que quiero saber si realmente estas bien, pero con ese mal genio se nota que no. Deberías ser un poco más agradecida, por lo menos. Tal vez seré solo una desconocida, pero no cualquier persona se acercaría a preguntar sobre tu estado. —Respire con un poco de dificultad por hablar rápido.