20 de febrero 9:10 a.m.
A pesar de que ya eran altas horas en la mañana, en el escenario el protagonista seguía bajo el efecto Morfeo, envuelto en mantas en el centro de su cama. Con las cortinas y la puerta de su dormitorio cerradas. Una figura baja abre la puerta, y se adentra en el cuarto intentando hacer el mínimo ruido posible, rodea la cama y se acerca hacia las ventanas.
-Es hora de despertar Ali-. Gritó esta, con una voz chillona digna de una niña de nueve años, al mismo tiempo que abría las cortinas de golpe.
El pobre chico que antes dormía plácidamente, ahora se encontraba en el suelo de la habitación, gracias al susto que le dio la niña. Su habitación era, en su mayoría, color verde hoja; tenía repisas color madera repletas de libros, al lado de la puerta. Aparte de eso, solo habían un escritorio mediano con dos cajones que combinaba con las repisas, un armario grande del mismo color y la cama de plaza y media con cobertor blanco.
-¿Cuántas veces te he dicho que no me despiertes así?- Estaba aún adormilado y con una mano frotándose los ojos en busca de sacar las legañas, no entendía el porque de las acciones de su hermana menor. La niña era como una pequeña copia de él en femenino, tenía, al igual que el, los ojos avellana y el cabello castaño casi negro, su piel era incluso el mismo tono, con la diferencia que sus ojos no estaban escondidos tras unas gafas y que su cabello era largo y estaba atado en una trenza, traía puesto un vestido recto color rojo y unas zapatillas de ballet blancas que ya le era común ver en ella.
-Demasiadas.- Hizo un gesto con la mano restándole importancia .- Pero juro que esto es importante.
-¿Qué podría ser tan importante como para despertarme-, miro un reloj digital posado en el centro de una mesa de noche negra- a las nueve de la mañana un sábado?
-Sigo sin entender como eres el primer puesto con la memoria que tienes.- La niña se golpeó la frente con la palma, y al mismo tiempo se escuchaba un sonido de reclamo del chico.-¿Cuál es la fecha de hoy?
Volvió a ver su reloj. - Veinte de febrero.
-¿Y que tenías que hacer hoy?- le pregunto ya harta de su falta memoria. Alcander la miró confundido mientras buscaba sus lentes con una mano. Cuando por fin los encontró, los sostuvo entre sus manos unos momentos intentando recordar la razón por la que debería estar despierto ese día a esa hora.
-En serio tienes un problema.- La niña se masajeó el puente de la nariz.- Hoy empieza tu trabajo como anfitrión. - Dicho esto se fue de la habitación con una sonrisa en el rostro. A sus nueve años, Catalina sabía que era indispensable en la vida de su hermano mayor.
Alcander por su parte se levantó muy rápido del suelo y recordó de golpe todo lo que tenía que hacer ese día.
Volvió a mirar el reloj y cayó en cuenta que le quedaban veinte minutos. Corrió hacia su armario y se puso lo primero que encontró. Para su suerte, lo primero que encontró fueron una camisa blanca de manga larga y un pantalón crema, perfectos para presentarse a una cara nueva, los zapatos eran unos mocasines negros simples pero formales. Entró al baño se aseo lo más rápido posible y salió de su cuarto.
Decir que su casa era grande era quedarse corto.
Tenía solamente un piso, pero contenía a su vez ocho habitaciones, cada una con cuarto de baño propio y uno extra para visitas y reuniones, la cocina y el comedor eran lo suficientemente amplios para que veinte personas se desplazaran sin problema. Nuestro protagonista recorrió un largo pasillo antes de poder llegar a la sala-comedor. Cruzando otra puerta se encontraba una mujer rubia, de estatura promedio y semblante tranquilo; sus ojos eran color avellana semejantes a los de Alcander, traía una blusa de color rosado simple de manga corta, y unos jeans entallados. La mujer estaba cortando en cubos pequeños distintas frutas, a comparación de su hijo ella estaba alegre y tranquila. Alcander no vaciló un segundo y empezó a ahogar a su madre en preguntas.
-¿Qué estás preparando?¿Crees que le gustará?¿El cuarto está listo?- Siguió preguntando hasta que su madre se harto, y le metió un pedazo de fruta en la boca.
-Primero, buenos días. Y segundo, cariño se que estás preocupado por que todo salga bien, pero debes relajarte- le reclamó al adolescente sin levantar la voz.- A menos que quieras que ella crea que eres un niño sudoroso e inmaduro.- Mientras le hablaba, arreglaba la camisa de su hijo nuevamente.
-No ma'-suspiró-, pero quiero que todo salga perfecto. Es su primer año y debe ser difícil ser la nueva.
-Contigo como anfitrión puedo asegurar que saldrá bien- le sonrió tiernamente a su hijo y lo abrazó. - Ahora ve, y dile a tu hermano que me ayude con el desayuno - se separó del abrazo y le dió una palmada en la espalda.
Alcander suspiró, y se dirigió al cuarto del mencionado. No demoró más de treinta segundos en llegar. Entró sin permiso por la puerta, para entrar en una habitación igual a la suya con la única diferencia que era el color. Azul.
Caminó hacia el bulto que estaba enrollado sobre la cama evitando las almohadas y demás cosas tiradas en el suelo, e hizo lo único que se le ocurría hacer en casos de apuro. Agarró una de las almohadas y golpeó al bulto repetidas veces.