Sólo faltaban dos días para mi matrimonio aunque no estaba emocionado, y no era
una situación que se debía malinterpretar: ella era hermosa, inteligente, capaz de
hacer todo por sí misma y muy divertida. Pero yo tenía un problema: miedo. ¿Y de
qué podría tener miedo? Pues de perder mi libertad.
Sólo faltaba un día para mi matrimonio y como la ansiedad me dominaba, ese día
me levanté más temprano de lo usual. Eran las 5:30 de la mañana cuando salí de
casa y me fui al patio para pensar cómo podía disfrutar de mi último día de libertad.
Opte por irme caminando hacia la ciudad, como excusa para distraer mi mente
-cosa que ya he hecho muchas veces a lo largo de mi vida-, por lo que me
sorprendió ver una nueva casa al doblar la esquina; era una casa hecha de madera
roja, muy pequeña y de aspecto siniestro pero lo que más me intrigaba era ese
cartel en la puerta que decía: <<Sólo una noche>>. Quise acercarme para ver quién
vivía allí y matar la curiosidad acerca del porqué de la frase, me acerque a la puerta
golpeándola tres veces con mi puño pero nadie me respondió y pensé que no habría
nadie en casa así que me fui alejando hasta que una leve brisa sopló cerca de mi
cuerpo, dejándome helado frente a la puerta, y escuché una voz femenina que me
susurraba: "Ven a medianoche". En ese momento mi cuerpo vibró en un escalofrío y
volteé bruscamente para saber quién había dicho aquello pero había nadie además
de mí, la casa, el cartel y el frío viento que me helaba la sangre.
Después de un rato merodeando por el lugar, en búsqueda de la mujer bromista que
había hablado en mi oído -porque no podía ser otra cosa, me negaba a creer en
disparates-, me fui de ese lugar ya que era muy tarde y tenía cosas por hacer.
Todavía pensaba en esa casa cuando llegue a mi hogar, vacío y silencioso. Justo
cuando cerraba la puerta, mi teléfono comenzó a sonar. Era una repentina llamada
de un buen y viejo amigo.
—Hola, hombre —dijo en cuanto contesté.
—Hola, hermano ¿Qué tal todo?
—Yo estoy en perfecto estado pero no te voy a preguntar lo mismo, porque sé lo
mal que estás —dijo en son de burla.
—¿Porque lo dices?
—Amigo mío, ¡Vas casarte mañana! Eso lo dice todo y te ofrezco una noche de
locura en el bar, para que no te sientas tan mal cuando veas a Larissa de blanco.
—La verdad no sé… —dije inseguro.
—¡Vamos, amigo…! Es tu última noche de libertad.
—Tienes razón.
Le dije que sí para ver si el alcohol podía hacerme olvidar esa casa, mi inseguridad
acerca del matrimonio y otros asuntos. Acordamos vernos a las ocho treinta en el
bar Pixeles del barrio.
Mi amigo estaba feliz, se le notaba, pero yo no lo estaba y Brandon se dio cuenta de
mi estado de ánimo así que me dijo con tono quejumbroso—: Hermano, hoy es tu
último día de libertad y debes disfrutarlo.
—Te haré caso —repuse con calma—. Solo esta vez.
Pedimos dos botellas de ron y empezamos a beber hasta las once, Brandon ya
estaba borracho y yo casi lo estaba, ambos caminando tambaleantes y risueños.
Entre la inconsciencia del alcohol le conté sobre la casa y él me dijo que debería ir,
que nunca sabría lo que me esperaba por ende le contesté, con demasiada
seguridad a causa de la bebida, que sí. Llegamos a la casa roja casi a medianoche.
Brandon comenzó a tocar la puerta con fuerza pero nadie respondió y entre
balbuceos dijo que nos fuéramos de allí y estuve a punto de aceptar su propuesta
pero en esos dos minutos que transcurrieron con velocidad mientras estábamos
parados como estatuas temblorosas frente a la puerta, se escuchó otro susurro
femenino que nos abrazaba calidamente y decía: <<Bienvenidos a casa>>. Mi
valiente amigo y yo giramos lentamente para observar como la puerta de la casa
estaba abierta de par en par, con la oscuridad invitándonos a entrar; Brandon entró
sin pensarlo y fui detrás de él con toda la valentía que generaba el alcohol.
Me sorprendí mucho cuando entré y observé el iluminado interior, la casa era el
doble de su tamaño por dentro.
Fui lentamente hacia el centro de la sala y detallé que la casa tenía una sala
enorme, una cocina muy moderna a la izquierda y una escalera de caracol a la
derecha que debía llevar al segundo piso; caminé en pasos lentos para buscar a
Brandon en la cocina pero no estaba allí así que subí al segundo piso intentando ser
silencioso. En el segundo piso habían cinco habitaciones y un baño, entré a este
pero tampoco estaba, por lo que me di la tarea de revisar todas las habitaciones. La
primera habitación era muy común: tenía una cama en el medio, un armario al fondo
y una mesa de noche que tenía encima una foto de un hombre rubio; lo ignore y me
fui a la siguiente habitación, que era igual a excepción de la foto del hombre, este
era pelirrojo. Así fue la siguiente, con la foto de un hombre albino, y en la penúltima
habitación fue igual pero con la diferencia de que conocía al hombre de la foto: era
mi amigo, Brandon. No sabía qué hacer ni cómo explicarlo; sólo sabía que esa era
su foto y mi cuerpo actuó por sí solo, saliendo de esa habitación con pasos
temblorosos hasta la última habitación, que intenté abrir rápidamente pero estaba
cerrada con llave.
Luego de pasar lo que parecieron horas forzando la puerta, bajé a la sala y me
senté en el sofá para pensar que iba a hacer así que saqué mi teléfono para revisar
la hora. Era de madrugada, entre las dos y las tres. No sabía que iba hacer, ¡Mi
amigo estaba desaparecido y faltaban siete horas para perder mi libertad para
siempre! Estaba tan sumido en mis cavilaciones que alguien se sentó a mi lado y no
me di cuenta hasta que sentí su respiración, pensaba que era mi amigo así que
voltee rápidamente pero no era él sino una mujer muy bella con largo cabello rubio
platinado, ojos color café y una sonrisa angelical. Me quedé callado un momento
para pensar en lo que iba a decir, porque no llegaba nada especial a mi mente -que
parecía más concentrada en su sonrisa- hasta que recordé a Brandon y decidí
preguntar por él.
—Hola, ¿Sabrá dónde está mi amigo?
Ella no me respondió, solamente se quedó viéndome así que le hice otra pregunta.
—¿Es usted la dueña de la casa?
Tampoco respondió, seguía observándome fijamente con esa sonrisa pequeña de
ángel hasta que me dijo algo desconcertante.
—¿Me acompaña a mi habitación?
No sabía que decir, simplemente asentí con la cabeza mientras me perdía en esos
brillantes orbes cafés. Ella se levantó del sofá y subió al segundo piso con pasos
majestuosos y flexibles; fui detrás de ella, como poseído.
La mujer se dirigió hacia la última habitación y sacó una llave plateada, pequeña e
irregular para abrir la puerta, entró a la habitación mirándome sobre su fino hombro
y lentamente me acerqué hacia la habitación y entré, era igual que las demás
habitaciones pero con el mínimo detalle de que esta no tenía ninguna foto sobre la
mesa de noche. Le hice otra pregunta.
—¿Porque quería que la acompañara hasta acá?
Ella no me respondió. Sólo empezó a reírse mientras se quitaba la ropa con ágiles
movimientos y se acercaba a mí con pasos gatunos. Estaba inmovil, observando su