Domingo, 17 de noviembre de 2005
El niño de ojos verdes corría en círculos tratando de evitar que le atrapasen, entre risas y con su juguete favorito en una de sus manos hacía lo posible para escapar de las garras del “monstruo” que le pisaba los talones, ya que sí lo atrapaba terminaría siendo obligado a peinarse y a sonreír para la cámara.
Ese era la preocupación más grande de Alessandro a los seis años de edad. Éste día era el cumpleaños del pequeño niño y lo celebrarían en la casa de un Florian de catorce años, en ese tiempo era un chico muy odioso y terco. Ni siquiera soportaba los niños pequeños, así que desde que habían llegado los invitados y el resto de los niños, el preadolescente hacía hasta lo imposible por evadirlos, su padre no le había dejado irse a la casa de alguno de sus amigos por lo que tendría que esperar que el día acabase y todos fuesen a sus hogares.
Florian creyó en ese entonces que éste día con ese montón de mocosos ruidosos eran el infierno y el castigo de una vida pasada, sí fuese ello, estaba seguro de que había hecho cosas muy malas para merecer esto.
— ¡Ven aquí o no habrá pastel ni regalos si no te dejas peinar!—Aseveró Reece cuando se dio cuenta que la persecución no se detendría hasta que le pusiese alguna consecuencia al jaleo que estaba armando su hijo.
Alessandro hizo un sonido de protesta y detuvo sus piececitos, sus manos soltaron el juguete de Batman que tanto amaba y esperó a que su papá recuperase el aliento. Dedicándole los mejores pucheros que podría hacer con seis años de edad. Hasta que su madre apareció con una gran sonrisa dibujada en sus preciosas facciones.
Él era en ese tiempo pequeño, inocente e ingenuo como para entender el motivo por el cual la gente le hacía ojos feos a su madre cuando estaba con su padre no obstante estaba bien, ni siquiera a esa edad uno debería comprender el mundo de los adultos, después de todo añoraría su dulce niñez en la actualidad; todos la extrañábamos en ocasiones cuando nuestros ojos percibían la complejidad de las cosas.
Los ojos de la mujer de cabello marrón oscuro irradiaron una felicidad que no podía ser descrita pero sí de algo estaba seguro Alessandro era que destellaban amor, ella lo amaba más de lo que se amaba a sí misma. Sus manos fueron a los costados del niño levantándole en el acto—Angelo mio, che ti è successo ai capelli?—Preguntó la misma mujer manteniendo su sonrisa. —Mamma, non voglio pettinarmi, papà mi tira i capelli e mi fa molto male—Respondió Alessandro señalando a su papá que se acercaba dispuesto a arreglar el nido de pájaros que tenía en la cabeza su hijo.
—No sé qué te decía de mí pero no caigas en sus hechizos, ¡él es un diablillo disfrazado de niño!
Cuando RJ obtuvo la atención de su novia, Alessandro le sacó la lengua.
—Me parece que de nuevo, estas exagerando. Él no ha dicho nada malo de ti, no le enseñé a decir groserías y tampoco a mentir.
— ¿Acaso estas ciega amor?, ese niño ha usado el chantaje y ¡tiene solo seis años!, me preocupa que se vuelva alguna clase de genio malvado, uno muy manipulador. Él sabe que es lindo y lo usa a su favor. —Receló el joven, dándole un vistazo al chiquillo en brazos de su novia.
La mujer se rio de lo infantil que a veces era Reece, ella olvidaba con facilidad la diferencia de edades entre ambos, ya que ellos encajaban tan bien como lo haría una pareja con edades contemporáneas.
—Ya déjalo en paz, su cabello se ve genial—El niño le regaló una sonrisa de oreja a oreja a su mamá—tenemos que recibir a tu suegro.
—Paso.
Reece recibió un jalón de orejas de su novia—Eso no está a discusión, ahora, camina—Exigió la mujer aun con Alessandro en uno de brazos.
El hombre barbudo y una señora de ojos suspicaces analizaron el lugar con su vista, mirando a todos con la cabeza sobre los hombros y casi rozando lo despectivo. Los señores Miceli y abuelos de Alessandro, una familia de italianos que provenían de Roma, con su aptitud que más de un invitado notó, se movieron cual serpientes en la casa de Florian. Manejaban un elevado ego y pensamientos retrógrados acerca de las relaciones y todo aspecto en general de la vida cotidiana o formal.
Geovanna Miceli, no guardaba ninguna clase de semejanza ideológica que tenían sus padres sino fuese por su físico sería difícil saber si compartían lazos sanguíneos o siquiera alguna clase de relación.
Con pasos apresurados Geovanna se acercó a sus padres, sabía que ellos no les agradaban los americanos y les parecía hasta ofensivo que fuesen invitados a un lugar con personas, americanas.
La mirada filosa de su papá se posó sobre ella y luego sobre Reece quien mantuvo una expresión juiciosa, tratando de no mostrar su nerviosismo, la familia de su novia no le agradaba ni un pelo que su única hija estuviese con un americano. El señor Miceli le ofreció la mano a RJ—Es bueno verlo otra vez suegro—Soltó con una sonrisa forzosa la pareja de Geovanna.
—Por favor, llámame solo señor Miceli. No me gusta cómo suena esa palabra con tu acento. —El hombre canoso le lanzó una mirada con evidente desagrado.
La señora Miceli saludó a su hija con cariño, besando su mejilla—actuando contrariamente a como había estado haciendo hace nada—, luego tomó a su nieto en brazos para saludarle como solía hacerlo; dándole mimos y esparciendo besos por toda su cara.
Editado: 12.09.2021