Virginia nunca sería un lugar perfecto.
De hecho no existe un lugar perfecto en alguna parte del país o mundo. Toda historia tiene una mancha, o un borrón; siempre hay un algo que haga de ella imperfecta. En cada lugar hay una historia, en cada persona; no todos tienen una historia extraordinaria e interesante. Simplemente, la tienen.
Podías tener una cantidad de dinero extraordinaria y hasta montañas o ser la persona más poderosa del maldito mundo pero por desgracia el dinero no sirve para lavar las perennes manchas del líquido carmesí que tanto escándalo ocasionaba. La historia no puede ser borrada, ni relegada cuando implicaba ese mítico color rojo con olor a hierro.
Las personas que residían en Virginia solían traer consigo de manera casi perpetua una historia llena de borrones y manchas. No era secreto que las personas que se alojaban en este pueblo tenían un pasado del cual no podían escapar, púes sí salía a la luz, probablemente serían juzgados.
Ellington lo sabía. Ya había escuchado antes alguna de las historias de las personas que vivían en Virginia además ella no era la excepción de la regla.
La chica de cabello carbón esperó en el lobby de la gran estructura victoriana, casi impaciente por su larga espera en éste lugar. Si no hubiese estado antes aquí hubiese opinado—para sí misma—que el sitio daba muy mal rollo. Todo estaba tan impecable y ubicado en lugares con tanta precisión que le sacaba un poco de sus casillas.
Pasaron unos largos minutos antes de que una mujer de mediana edad apareciese para avisarle sí podría pasar adelante.
La mujer de aspecto pulcro y regio, batió con gracia sus caderas. Resonando sus tacones en su andar, con la barbilla en alto y con sus lentes oscuros—Los cuales Ellington le había visto utilizar con anterioridad—que se asemejaban a los ojos rasgados de un felino, llevando un hermoso vestido corto que sacaba a relucir sus largas y delgadas piernas.
Escaneé la ropa de alta costura de la mujer que se aproximaba hacia mí por la inmensa sala, quedando encantada con su vestuario, la hacía ver tan elegante que provocó que cierto tinte de envidia revoloteara en mí.
Con destreza la mujer tomó lugar en frente a Ellington que no se movió ni un poco de donde estaba. —Señorita, el señor Harry le está esperando en su despacho. Por favor venga conmigo. —Pidió la mujer con un acento ruso muy marcado y para nada disimulado.
—Oh, claro. Vamos, no quiero hacerlo esperar.
Mientras ambas féminas caminaban por los silenciosos pasillos, Ellington no pudo evitar pensar en todas las puertas cerradas de la mansión, recordando vagamente en las que al menos una vez había entrado ya hace mucho.
La mujer rusa, le dio acceso a una sala llena estantes gigantes de libros además siendo éste el despacho de Harry.
—Maestro, la señorita Ellington está aquí.
El hombre de cabello lacio se volteó inspeccionando con la mirada la dama de piel morena que observaba su alrededor fingiendo demencia. —Se puede saber… ¿por qué vino vestida así?, aquí hay código de vestimenta, joven. —Increpó el hombre desde su escritorio. —Perdóname, lo he olvidado. Llevo un tiempo sin venir y…—Ellington se detuvo al notar la sonrisa del hombre rubio frente suyo. —Has caído redondita, ¡Es broma!, para empezar jamás hubo esa clase de reglas aquí, cariño.
— ¿Acaso debería reírme de eso?, ni siquiera fue gracioso—Habló Ellington moviendo sus pies al mueble cerca del escritorio, no sin antes ser detenida con el brazo de cierta rusa.
—Está bien Kotenov, déjala. Puedes retirarte—La rusa asintió en silencio y se fue por el mismo camino por el que entró.
— ¿Alguna vez la has visto sonreír?
—Ni una vez, angelito. Es rusa después de todo —Soltó el hombre en el habitáculo.
—Vaya que sí.
Comisaría de Virginia, Roses. 10:00 A.M.
—Han pasado las setenta y dos horas en las que él no ha ido casa o a contactado con alguno de sus amigos, ¿y aun cree que eso no es suficiente para reportarlo como desaparecido?—Insistió el muchacho de ojos caramelo, el oficial no parecía mínimamente interesado en hacer algo respecto. —Mira niño, ese chico que dices—Florian interrumpió la oración pronunciando el nombre de su amigo—Bueno niño, él mismo, Alessandro. Es alguien que ha venido muchas veces aquí por su padre, ese bastardo siempre se mete en problemas, es posible que se haya metido problemas por él o simplemente quiso irse de la ciudad, yo si fuese él, hubiese dejado de ayudar al imbécil que llama padre.
—Usted no lo entiende, le he dicho antes que nunca Alessandro haría eso, y deje de llamarme niño, tengo veinticinco años.
—Agh, nadie de acá va ir a buscar a un adolescente. Todos aquí quieren cerrar un caso sin resolver desde hace dos meses. Ningún oficial querrá ir a buscar un adolescente con evidentes problemas de familia, cuyo paradero puede ser la cama de alguien de no sé dónde. En serio es mejor que te vayas a casa y esperes a que tu amigo regrese o simplemente aceptar que ha abandonado la ciudad—Explicó el oficial antes de salir de contestar el aparato que no dejaba de sonar. —Vete a casa, relájate. Sí llego a saber algo de Alessandro te contactaré. —Bufó el oficial ante la mirada insistente del más joven. Sin más, el hombre regordete se retiró. Por otro lado, el pelirrojo optó quedarse unos segundos. No le haría daño, tratar de pensar en una solución—algo que no se le daba muy bien, Dios, él tenía un coeficiente intelectual más bajo que el de cualquier persona de su edad. Algo que además Rachel, le recordaba siempre—. Ninguna autoridad social le ayudaría a encontrar a su amigo, por ahora.
Editado: 12.09.2021