El puerto abandonado se convirtió en un campo de batalla, los disparos resonando en la oscuridad mientras las sombras danzaban a su alrededor. Isabella se movía con rapidez, sus pasos ligeros mientras disparaba hacia Adriano.
Cada bala era un grito de dolor, un susurro de amor roto.
Adriano se movía con agilidad, su figura alta y poderosa deslizándose entre los contenedores oxidados. Sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de odio y tristeza, su rostro endurecido por la rabia.
—¡No puedes escapar de mí, Isabella! —gritó Adriano, su voz resonando en el puerto. —¡No puedes... escapar de lo que me hiciste!
—¡No estoy escapando! —gritó Isabella, sus ojos llenos de lágrimas. —¡Estoy enfrentándote... porque ya no puedo... vivir en el pasado!
Disparó rápidamente, las balas volando hacia donde había escuchado su voz. Impactaron en el metal oxidado, creando chispas que iluminaron la oscuridad por un breve instante.
Pero Adriano ya no estaba allí.
—¿Vivir en el pasado...? —su voz llegó desde su izquierda, su tono burlón y cruel. —¿Es eso... lo que llamas... olvidarme...?
Isabella giró rápidamente, disparando hacia las sombras. Las balas atravesaron la penumbra, pero no hubo ningún grito de dolor, ningún sonido de impacto.
Adriano estaba jugando con ella. Se movía como un fantasma, atacando desde las sombras como si formara parte de ellas.
—¡No te olvidé! —gritó Isabella, su voz temblando. —¡Nunca... te olvidé... porque nunca... dejé de amarte!
Un disparo llegó desde su derecha, rozando su costado mientras el dolor ardía en su piel. Isabella apretó los dientes, su cuerpo temblando mientras se ocultaba tras un contenedor.
—¿Amarme...? —la voz de Adriano estaba llena de desprecio. —¡Si me hubieras amado... habrías luchado por mí!
—¡Pensé... que estabas muerto! —jadeó Isabella, su voz rota. —¡Pensé... que me habías dejado... sola!
—Y así... justificas... tu traición. —dijo Adriano, su tono frío. —Así... justificas... tu amor por Marco.
Isabella sintió cómo su pecho se apretaba. —Él... me salvó... de mi propio dolor...
—¿Y yo...? —gritó Adriano, su voz llena de dolor. —¿Quién... me salvó... cuando tú me abandonaste...?
Isabella cerró los ojos, sus lágrimas cayendo. Sabía que su amor por Adriano estaba teñido de dolor y traición, sabía que sus elecciones lo habían destruido.
Pero no podía permitir... que su pasado la condenara.
—Entonces... ¿quieres matarme... para sanar tu dolor...? —jadeó Isabella, su voz quebrándose.
—No. —dijo Adriano, su tono frío. —Quiero... que sientas... cómo me rompiste.
Antes de que Isabella pudiera reaccionar, Adriano apareció frente a ella, su arma apuntándola directamente al corazón. Isabella sintió cómo su cuerpo se tensaba, sus ojos fijos en los de él.
Por un momento... vio al hombre que una vez amó. Al hombre que la hizo sonreír, al hombre que le prometió amor eterno... al hombre que ahora la odiaba con todo su ser.
—¿Entonces... esto es lo que quieres...? —jadeó Isabella, sus lágrimas cayendo. —¿Quieres... destruirme... para sanar tu corazón roto...?
—Sí. —susurró Adriano, sus ojos llenos de dolor. —Porque tú... me mataste primero.
Apretó el gatillo, el sonido del disparo resonando en el puerto. Isabella reaccionó instintivamente, lanzándose a un lado mientras la bala atravesaba el aire donde había estado su pecho.
Rodó rápidamente, disparando de vuelta mientras su cuerpo se movía con precisión mortal. Las balas volaron hacia Adriano, obligándolo a retroceder mientras se ocultaba detrás de un contenedor.
—¡No puedes... matarme! —gritó Isabella, su voz llena de rabia. —¡No... cuando aún te amo!
—¡Entonces deja... de amarme! —gritó Adriano, su voz llena de desesperación. —¡Deja... de aferrarte... a un amor... que tú misma mataste!
—¡No puedo! —jadeó Isabella, sus lágrimas cayendo. —¡No puedo... dejar de amarte... incluso cuando me destruyes!
Adriano salió de las sombras, su rostro contorsionado por el dolor. —Entonces... te daré una razón... para odiarme.
Antes de que Isabella pudiera reaccionar, Adriano disparó hacia el contenedor sobre su cabeza. La estructura de metal crujió, cayendo hacia ella en una avalancha de acero oxidado.
Isabella gritó, lanzándose hacia un lado mientras el contenedor caía al suelo con un estruendo ensordecedor. Su cuerpo impactó contra el cemento, el dolor recorriendo su espalda mientras su arma caía de su mano.
—No... —jadeó, su visión borrosa mientras intentaba ponerse de pie.
Adriano se acercó lentamente, su mirada fría mientras apuntaba su arma a su cabeza. —Esto... termina ahora.
Isabella lo miró fijamente, sus ojos llenos de amor y odio. —Entonces... mátame.
Adriano apretó los dientes, sus manos temblando. —No... me tientes...
—Mátame. —repitió Isabella, sus lágrimas cayendo. —Porque no puedo... seguir amándote... y odiándote... al mismo tiempo.
Adriano cerró los ojos, su cuerpo temblando. —No... puedo...
—Entonces... perdóname. —susurró Isabella, su voz quebrándose. —Perdóname... o destrúyeme... pero no sigas... atormentándome.
Adriano la miró fijamente, sus ojos llenos de lágrimas. —¿Cómo... puedo perdonarte... cuando aún te amo...?
Isabella sintió cómo su corazón se rompía. —Entonces... quédate. Quédate... y amémonos... o odiémonos... juntos.
Adriano dejó escapar un sollozo, sus hombros temblando mientras su arma caía de sus manos. —No... puedo... vivir sin ti...
—Entonces no lo hagas. —dijo Isabella, sus lágrimas cayendo. —No me dejes... no me destruyas...
Adriano cayó de rodillas frente a ella, sus lágrimas empapando el cemento. Isabella se acercó lentamente, sus manos temblando mientras tocaba su rostro.
—No... puedo... odiarte... —susurró Adriano, sus ojos llenos de amor. —No... cuando aún... te amo.
—Entonces... vive. —dijo Isabella, sus labios temblando. —Vive... y amémonos... en lugar de destruirnos.