Llevaba ya un par de semanas en el nuevo colegio. Todo estaba bien. Estudiar no era lo más divertido pero no tenía otra opción así que se esforzaba por hacerlo lo mejor posible. Debía aprender bien si quería encontrar un buen marido y complacer a su padre.
Una mañana se levanto muy temprano para ir a dejar una carta para su padre al correo. El sol apenas estaba saliendo, había una neblina que no le dejaba ver más que algunas sombras de los objetos que se encontraban enfrente. Los pajaritos cantaban felizmente. Se olía el pan que los panaderos estaban preparando para vender durante el día. En el mercado se escuchaban las voces de los vendedores que preparaban sus puestos.
Susan nunca había imaginado que las calles tendrían tanta vida tan temprano. No entendía como despreciaban a esta gente y les decían que no debían juntarse con ellos, trabajaban más, para ella se ganaban así el respeto de la alta sociedad. A pesar de esto agradecía no tener que levantarse tan temprano para ir a trabajar.
Mientras pensaba en esto una ráfaga de viento soplo fuertemente arrebatándole de las manos la carta. Sin pensarlo dos veces salió corriendo para atraparla. Llego detrás de una de las tiendas. Se detuvo abruptamente, vio a través de la neblina la sombra de una persona. Esta se agacho a recoger la carta. Cuando se acerco para dársela lo vio. Era un chico como tres años mayor que ella, alto, con el cabello café claro al igual que sus ojos. Utilizaba una playera blanca de mangas cortas. Se miraba muy fuerte, por lo que Susan pensó que era militar.
El río ante la pregunta inmediata de la chica.
Era una tienda que vendía objetos relacionados con todo lo que tenía que ver con caballos. El se ofreció a acompañarla a la estación de correo. Se miraba simpático y nada peligroso, así que aceptó. En el camino iban charlando. Él le conto que trabajaba de muchas cosas diferentes. Cuando ella le pregunto porque él le dijo que si haces del trabajo tu mejor amigo te llevara lejos y te dará felicidad. Ella no le creyó, había visto mucha gente trabajar duro y nuca avanzar y mucho menos ser feliz. Si naciste rico, rico será, si naciste pobre, te quedaras pobre . Así pensaba Susan entonces. El solo la escuchaba atentamente y de vez en cuando sonreía. Para cuando ella se dio cuenta ya estaban frente al colegio y era tarde, se había perdido el desayuno. Susan entro rápidamente soltó un adiós casi inentendible y corrió hasta su clase llegando justo a tiempo. Esa noche se quedo pesando en ese chico, si tan solo le hubiera preguntado el nombre.