Sombras del Caos

Capítulo 17: El Silencio del Metal

Las cámaras subterráneas vibraban con un eco constante, el sonido sordo de máquinas trabajando en lo profundo de la tierra. Yuna se movía en silencio entre los cuerpos suspendidos en las cápsulas de estasis, observando a los Eternos con una mirada calculadora. Estos guerreros, creados con el poder de su energía psíquica y la ciencia oscura de los laboratorios subterráneos, eran más que simples soldados. Eran sus armas vivientes, moldeadas para obedecer sin cuestionamientos.

Están listos, —murmuró el psíquico a su lado, su voz tranquila pero con una nota de urgencia—. Pero los Espectros Eones marchan hacia el sur. Si no actuamos ahora, perderemos cualquier ventaja.

Yuna asintió. Había sentido el cambio en el aire mucho antes de que los informes llegaran. Los Espectros, esas antiguas máquinas de guerra, avanzaban sin descanso hacia su territorio, y no se detendrían hasta que todo estuviera bajo su control. No podía permitirse esperar más.

Prepara a los Eternos para la marcha, —ordenó sin titubear—. Nos moveremos hacia el sur y los detendremos antes de que crucen nuestras fronteras.

El psíquico asintió, desapareciendo entre las sombras. Yuna se quedó sola, mirando los cuerpos flotantes dentro de las cápsulas, sus mentes conectadas a la suya a través de un delicado equilibrio de energía psíquica. Sabía que, aunque eran poderosos, no eran invencibles. Cada uno de ellos estaba atado a su poder, y cada pérdida le costaría más de lo que podía permitirse.

El tiempo apremiaba. Los Espectros no esperarían.

La salida del complejo subterráneo fue rápida, casi sin ceremonia. Los Eternos, envueltos en sus armaduras oscuras, marchaban en silencio, avanzando hacia el sur bajo la dirección de Yuna. No había discursos ni palabras de ánimo. Sabían cuál era su misión: destruir a los Espectros antes de que pudieran consolidar su avance.

El paisaje se volvía más hostil a medida que avanzaban. Las tierras desoladas del sur, una vez fértiles, ahora solo eran páramos cubiertos de polvo y cenizas. Las sombras de las tormentas eléctricas se cernían sobre ellos, y el aire estaba cargado de la amenaza de lo que estaba por venir.

Nuestros exploradores confirman que los Espectros Eones están a menos de un día de aquí, —dijo el psíquico, caminando junto a Yuna—. No se detendrán.

Yuna no respondió de inmediato. Su mente ya estaba calculando cada variable. Los Espectros eran una fuerza implacable, pero no indestructible. Sabía que esta batalla no sería como las otras. Este enemigo no conocía la duda, ni el miedo.

No importa lo que busquen, —murmuró finalmente—. No permitiré que se interpongan en mi camino.

La marcha hacia el sur continuó durante horas. El silencio era inquietante, roto solo por el eco de los pasos de los Eternos. Las tierras a su alrededor estaban muertas, pero no vacías. Había algo en el aire, algo que Yuna percibía incluso antes de que los Espectros se hicieran visibles.

De repente, el viento cambió, trayendo consigo un frío antinatural. Yuna lo sintió primero, una presencia oscura que avanzaba hacia ellos.

Ya están aquí, —murmuró el psíquico, cerrando los ojos mientras extendía su percepción más allá de lo visible.

Yuna no necesitaba confirmación. En la distancia, las figuras metálicas de los Espectros Eones comenzaron a emerger. Eran imponentes, sus cuerpos brillando débilmente bajo la luz de los relámpagos. Marchaban en perfecta formación, sus pasos resonando como golpes de martillo sobre la tierra.

No había gritos, no había señales de advertencia. Solo el eco del metal resonando en el aire cargado de tensión.

Que los Eternos avancen, —ordenó Yuna, su voz cortante.

Los Eternos, en perfecta sincronización, comenzaron a moverse hacia adelante. No había necesidad de gritos de guerra. Sabían cuál era su objetivo: destrozar a los Espectros a cualquier precio.

Pero Yuna no era ingenua. Sabía que esta no sería una batalla rápida. El enemigo que enfrentaban no podía ser derrotado con tácticas convencionales. Los Espectros no eran criaturas que podían ser intimidadas o doblegadas por la fuerza bruta.

No podemos atacar de frente, —murmuró, su mente calculando las opciones—. Ellos no son humanos. Necesitamos hacer que su precisión trabaje en su contra.

Giró hacia el psíquico.

¿Qué puntos críticos ves en su formación? —preguntó, sus ojos fijos en los Espectros, que avanzaban con una precisión antinatural.

El psíquico cerró los ojos, enfocándose en la energía que los rodeaba.

Su formación es demasiado perfecta, —dijo—. Si logramos romper sus patrones de movimiento, podremos abrir brechas. Pero hacerlo costará vidas.

Yuna asintió. Sabía que las pérdidas eran inevitables.

Flanqueen sus posiciones, —ordenó, su voz dura como el acero—. Hagan que se desplacen, que pierdan su coordinación. No los enfrenten de frente.

Los Eternos comenzaron a dividirse, atacando desde los flancos. No se trataba de cargar contra el enemigo, sino de obligarlos a moverse, a romper su sincronización. Los Espectros, obligados a alterar su formación perfecta, comenzaron a perder su ritmo.

Pero aunque la estrategia de Yuna estaba funcionando, los Espectros no eran presas fáciles. Sus cuerpos metálicos eran casi indestructibles, y los ataques de los Eternos apenas lograban arañar su superficie. El costo de la batalla se hizo evidente rápidamente. Los Eternos, pese a su fuerza y determinación, comenzaban a caer.




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