La noche siguiente, el río Toso cambió de color. El agua se volvió negra. Los peces muertos comenzaron a flotar. Y en el aire, se percibía un sonido apenas audible: un murmullo constante, como si el río hablara.
Laura escuchó con atención y grabó. Al analizar el audio en su computadora, aisló una voz masculina que repetía:
"Yo no morí. Yo volví. Yo soy el río."
Fue entonces cuando recordaron algo: el cadáver hallado al principio nunca fue identificado. Y ya no estaba en la morgue. Había desaparecido.
Esa misma noche, un anciano fue hallado muerto en la plaza central. Su boca estaba llena de agua y lodo, como si hubiese ahogado… en tierra firme.
En su pecho, grabada con cuchillo, la cruz torcida.
La gente comenzó a irse del pueblo. Otros se atrincheraron. Nadie hablaba. Pero todos sabían que el mal ya no dormía bajo tierra. Caminaba entre ellos.
Y Laura sentía que cada paso la acercaba más a un nombre que no quería pronunciar.
Editado: 01.05.2025