El sol entra por mi ventana, y la música de mi despertador me avisa que es hora de levantarme. Me estiro, aun sintiendo el peso de la noche anterior en mis hombros, y me arrastro hacia el baño. Un rápido baño caliente me despierta y, después de vestirme con mi uniforme, una camisa blanca de botones con el logo de la escuela al lado y una falda que parece siempre más corta de lo que debería, me pongo las medias blancas, que tienen que llegar hasta las rodillas, como lo exige la regla de la escuela. No me gusta, pero siempre he sido la buena chica que sigue las reglas.
Salgo al comedor, donde toda mi familia ya está. Como siempre, soy la última en llegar. Mi padre, elegante como siempre, ya está vestido con su traje de trabajo. Zarek, mi hermano mayor, se ve tan serio como siempre, en su traje también. Se graduó en administración de empresas y trabaja a la par de mi padre, controlando la empresa familiar. Mi madre, con su vestido formal, lista para su conferencia, no puede dejar de mirar su reloj, como si todo en su vida fuera cuestión de puntualidad. Zayron, el hermano de en medio, se alista para su último año en la universidad, también en administración de empresas. Aunque son tan diferentes, siempre se apoyan en todo. Nunca los he visto discutir de verdad, al menos no de forma seria.
—Vaelis, el chofer te espera para llevarte a la escuela, luego te recogerá para tus clases de idiomas y después te llevará a tus clases de baile. Luego...
—Mamá, ¿puedo salir con Elena hoy después de las clases de baile? —pregunto, tratando de evitar pensar en lo que me espera.
—Tenemos una cena hoy, Vae —responde ella, sin dejar de revisar su teléfono.
—Puedo llegar antes de la cena, mamá. Al salir de clases, puedo ir con Elena sin que José pase por mí.
—Yo puedo pasar por ti cuando esté de camino a casa —interrumpe Zayron, guiñándome el ojo.
Mi madre asiente, pero no sin cierta incomodidad.
Al levantarnos todos de la mesa para irnos, me acerco a mi hermano, me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla.
—Gracias. —Le sonrio con algo de sinceridad, aunque la pesadez me sigue rondando.
—Diviértete, Vae. —Zayron me lanza una sonrisa.
Me dirijo a la puerta, pero al salir siento que algo me pesa más que nunca. Hoy, no tengo a nadie esperando por mí en la entrada. Antes, siempre veía a Connor, mi exnovio, parado allí, con una sonrisa que intentaba hacer que el mundo fuera menos pesado para mí. Pero ya no. Ahora, todos los ojos están sobre mí, susurros a mis espaldas. La gente ya sabe lo que pasó, que Connor me montó los cuernos. La escuela entera se enteró, y ahora todos me miran con lástima, con curiosidad morbosa. A mí no me importa tanto, pero me molesta que me miren como si fuera el centro de un espectáculo al que no quiero asistir.
Entro al edificio, y una sensación de incomodidad me invade. En un lugar como este, lo más importante es cuánto dinero tienen tus padres. Las "amistades" que solía tener eran solo una fachada, todo se trata de la popularidad, de estar cerca de los Montclair. Ahora entiendo que lo único que les importa es mi apellido, mi posición. Las chicas me miran con una sonrisa falsa y las caras de los chicos no tienen ningún interés genuino, solo la esperanza de obtener algo de mi familia. No soy tonta, sé que solo me ven como una herramienta para escalar.
Me siento como una extraña entre ellos, completamente aislada, y todo lo que quiero hacer es salir de ahí. Pero no puedo. Estoy atrapada en un mundo donde el dinero y la imagen lo son todo, y no importa cuánto lo intente, siempre estaré marcada por la familia en la que nací.
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Al salir de la escuela, me siento un poco más ligera. Hoy me he enfrentado a mi inseguridad, pero al menos puedo ver a Elena y hablar con ella. Me acerco a la entrada y encuentro a José, el chofer de la familia, quien me espera en el coche.
—¿Puedo pasar a recoger a Elena en su escuela? —pregunto, y José asiente.
Cuando llegamos al café CEFFET, Elena ya está ahí esperándome. Nos saludamos rápidamente y nos sentamos a la mesa, donde empezamos a ponernos al día, como siempre. El ambiente del lugar es relajado y cómodo, un contraste con la pesadez que siento en mi pecho. Nos reímos, hablamos de la escuela y de todo lo que no podemos compartir con nadie más.
De repente, un chico se acerca a la mesa, sonriendo de forma confiada. Tiene una energía que es difícil de ignorar. Su cabello rubio brilla a la luz suave del café, y sus ojos azules captan mi atención inmediatamente. Es alto, tiene un cuerpo trabajado pero no excesivamente musculoso, como si su físico fuera más el resultado de entrenar por gusto que por obligación. Su sonrisa es amplia y encantadora, como si estuviera acostumbrado a ser el centro de atención.
—Hola, buenas tardes. Bienvenida —dice con una voz profunda y un toque de coquetería en su tono. —Eres muy linda, ¿sabes?
Me sonrojo ligeramente, sorprendida por su confianza.
—Gracias, eres así de coqueto con todas, ¿verdad? —respondo, más para poner distancia que para halagarlo.
—No solo con las más lindas —dice, guiñándome un ojo.
Algo en su actitud es refrescante. Es directo, pero no de una forma molesta, sino más bien encantadora. Me siento un poco intrigada, no solo por su apariencia, sino también por su manera de hablar, como si estuviera en una conversación con alguien que ya conociera de toda la vida, pero sin presionar.
Su presencia, aunque desafiante, tiene algo de divertido. Algo en su energía hace que el lugar, que ya se sentía cómodo antes, se vuelva aún más agradable. No puedo evitar sentirme un poco curiosa por él.