Era viernes, los vientos sacudían todo a su paso fuertemente, levantando el polvo, balanceando los árboles que cubrían del sol a aquellas dos personas que tenían por rutina sentarse en aquel lugar, sagrado para ellos a descansar el almuerzo después de la mañana de estudios universitarios, allí pasaban las horas, disfrutando de la agradable compañía que representan el uno para el otro, conversando sobre cualquier tema que evitara caer en una conversación pragmática, a Rocío no le gustan las conversaciones pragmáticas, mientras pudiera evadir la realidad, dejar la imaginación volar y situar la conversación en otro plano agradable y feliz donde no se encontraban sus miedos, sus inseguridades, ni ninguna de las mierdas y miserias humanas que inundan la realidad de la cual le gusta escaparse, en esa rutina de sombra, descanso y conversaciones nada pragmáticas la acompañaba Sergio, muchacho inteligente, de su edad que solo le importaba pasar el tiempo y le hablaba de lo que ella quería escuchar, mientras ella pasaba todo el rato embobecida, risueña, con su vista en él, como si en la cara y el cuerpo de Sergio estuviera su historia de ficción.
Ellos se conocían desde hace unos meses, desde que ambos comenzaron sus estudios universitarios, y poco a poco se fueron acercando, él era sociable y le gustaba coquetear bastante y llevarse bien con todos, si son mujeres llevarse mejor; ella fue quedando prendada por la inteligencia, la forma de expresarse, la amabilidad y el cariño con que la trataba, hasta que se encontró totalmente enamorada, ella tenía miedo de confesar su amor, quizás porque no creía posible que pasara nada, quizás por temor a que las cosas cambiaran entre ellos tras una confesión, quizás por miedo a que le pasara algo demasiado bueno en la vida, Quién sabe porque no quería decirle sus sentimientos?
Sergio le llega una oportunidad genial que ha estado esperando de continuar sus estudios en Dinamarca, una muy buena oportunidad que él no iba a rechazar, un millón de ideas nuevas pasan por la mente de Rocío, se alejaría para siempre, no lo vería más o si, ¿quién sabe?, comenzó a pensar si era el momento de decirle sus sentimientos, a pensar seriamente en todo y calcular en su mente todas las posibilidades, y pensaba cada noche con la cabeza en la almohada, cada mañana con el abrir de los ojos y después de cada comida, hasta un día que bajo los árboles cubriéndolos del sol y con el viento golpeando todo desordenadamente, en aquel lugar sagrado para ambos donde habían pasado tanto tiempo, tantos ratos como ese, descansando el almuerzo solo ellos dos, tuvieron una conversación nada pragmática como siempre, como le gustaba a Rocío, cuando Sergio le dio un abrazo y un beso en la mejilla, le dijo: “Ya tengo que irme a recoger las cosas que en unas horas estoy cogiendo el avión, Adiós Rocío, cuídate”. Ella permaneció sin decir nada, se le había acabado el tiempo y solo quedaba mirar desde su asiento y con su beso en la mejilla como se iba su historia de ficción.
Ella fue a su casa sumergida en un mar de ideas, en llanto continuo y una tormenta de pensamientos en su cabeza, tan entrópicos quizás como el aire que siempre golpeaba el lugar sagrado donde pasaban el rato: ¿Para qué decirle si se iba y ya nunca nos veríamos más? ¿Quién sabe qué hubiera pasado si le decía? ¿Quién me puede decir si fui egoísta por no dejarle saber o generosa por quitarle un peso de encima al no contarle lo que siento? ¿Quién sabe si nos volveremos a ver? ¿Quién pudiera decirme alguna de las cosas que quisiera saber y no tuve el valor de averiguar?, atormentada por sus remordimientos y sus pensamientos desoladores, buscando algo para despejar encendió la tele y observó entre lágrimas lo que el azar puso frente a sus sentidos, Silvio Rodríguez cantando esos versos de Oleo de una mujer con sombrero que dicen:
“La cobardía es asunto de los hombres no de los amantes, los amores cobardes no llegan a amores ni a historias se quedan allí, ni el recuerdo los puede salvar ni el mejor orador conjugar”.