Sonata de Luna Llena

Capítulo 23

Alguna vez todo fue perfecto.

Mi madre vivía, mi padre sonreía y yo era amada.

Realmente fui amada.

Por mucho tiempo creí, que mi padre estaba conmigo por responsabilidad de haber perdido a mí madre, siempre lo vi así, nunca vi más de mi pequeña consciencia.

Era muy ingenua para entender que mi padre hacía muchos sacrificios por mí, y que lo había buscado todo para darme la vida que necesitaba.

Nunca guardé rencor, eso jamás.

Pero las niñas de las clases siempre murmuraban.

Por todas partes.

Y el cáncer no era una maldición.

Era una enfermedad que lamentablemente como otras, te va consumiendo hasta que un día...

Hasta que un día dices adiós.

Y más allá de un lamento, es una plenitud de saber a ese ser que amas en paz.

Decía mi madre que toda situación de vida podía ser una maldición o una bendición, solo como tú decidas verle.

Nos enseñó a ver cada mínima cosa, con verdaderos ojos.

"No importa lo que digan esas niñas Cassie, tú eres hermosa, y esto es algo que ellas no pueden tener..."

Y después de dar dos palmadas en mi corazón haciéndome recordarlo para toda la vida, la sentía cerca.

La muerte como toda circunstancia, también era vista como una bendición, o como una maldición.

Y al observar a Edmond, todas las palabras de mi madre cobraban vida.

Él se sentía maldito porque no había logrado amarse, no comprendía el sacrificio al que su madre y su padre se vieron envueltos para tenerle.

Él era todo lo que ellos querían en el mundo, en sus vidas.

Y eso era una gran bendición.

Desencadenó maldiciones.

Nadie puede ser feliz toda una eternidad solitaria en la penumbra del día.

Y sabía entonces que lo nuestro era mucho más que especial.

Él se había abierto a mí tal y como era, no escondía nada, no callaba nada.

Me enamoré de un hombre, un ser con más de cien años. Y sí, aquí estaba, no a sus pies, porque justamente me hacía sentir como una reina, por todo lo alto.

Observarle y perderme por horas eran dos cosas iguales.

Y esa palabra no podía detenerse.

Él era mi bendición.

Y diría como repuesta que yo soy la suya...

Movía sus manos con tanta pasión en el piano, que mi alma se estremecía.

Era tanto...

Explicaba con exactitud, con delicadeza; como todo lo que hacía, era detallista.

Pues ningún detalle se escapaba de sus manos.

Nos reíamos y no se quejaba de que lo hiciera mal tantas veces.

Era paciente, y conmigo mucho más que paciente...

Tomaba mis manos y las besaba para luego volver a explicarme.

Y le amaba, estaba muy segura de hacerlo, pues no era un deseo de amante, era un deseo de eternidad.

Teniéndolo a él no quería más nada, no me faltaba nada.

Él era mi otra mitad...

Y estaba segura de que eso existía.

Él me había enseñado, me había demostrado que era muy real.

Las almas gemelas existen.

Las otras mitades también.

El destino y la magia, colgadas ambas de un mismo hilo, cargadas de amor, de vida, de pasión... Todo en un solo latir, en un solo sentido, un solo corazón. Entrelazados por carne, sangre y electricidad.

Pues el amor es todo lo bonito e inimaginable...

Llevábamos toda la tarde en esto, me perdía en mis pensamientos al observarlo.

Lo mejor de que me enseñara a tocar piano era la manera tan puntual y profunda en la que me explicaba cada mínimo detalle.

Pausaba cada tres minutos al darse cuenta de que lo miraba anonada.

— Cariño...— Dijo con gracia.— Volviste a perderte en tu espacio...

— Es casi imposible no hacerlo.— Negué rápidamente riéndome.

— ¿Tu mente se distrae mucho junto a mí? — La picardía que acompañó a su voz hizo que mi piel se erizara.

Sus ojos grises me recorrieron y un sentimiento de malicia se adueñó de sus ojos.

— ¿Qué haces?

Se levantó sin decirme palabra alguna, y yo allí sentada frente al piano me quedé esperando.

Y había comenzado a poner en práctica todo lo que me había dicho.

Deslicé delicadamente mi mano por el piano y un extraño sonido salió de éste.

Los instrumentos hablaban.

Posé las manos cómo me había indicado y marqué lo que había entendido.

Y realmente sonó tan bonito que me sobresalté emocionada.

Toda hasta que sentí una mano recorrer mi espalda con suma lentitud.

Sin dudarlo me arqueé a su tacto y sonreí.

Al observarle traía un pañuelo en sus manos.

Alcé una ceja dudosa y él sonrió.

— ¿Qué me harás? — La curiosidad hizo mi cuerpo temblar.

Se agachó hasta que sus labios estuvieron en mi oído.

— ¿Confías en mí?

Su voz salió tan ronca que mi cuerpo revoloteó y cerrando mis ojos asentí sin dudarlo.

— Cassandra, ¿Confías en mí?

Sabía lo que estaba haciendo...

Conocía este juego.

— Sí...— Mi voz salió inaudible, y cuando supe que volvería hablar dije lo que él quería escuchar.— Sí, confío en ti, Edmond.

Sin verle supe que estaba sonriendo.

— Relájate.

Y con eso lo sentí despegarse para entonces atar la venda en mis ojos, era de terciopelo, y tan suave como para dormir con ella.

Aún así estaba tan tensa que lo único que se escuchaba era mi respiración entrecortada.

Sus manos se alejaron de mí, y luego sentí su dedo recorrer escasamente mi cuello, apartando el cabello a su paso y toda la línea de mi columna.

Cuando lo hizo me puse recta de manera automática.

Y sentí como su caricia bajaba a mis brazos para entrelazar mi mano y llevarlas juntas al piano.

Sin poder ver nada mis extremidades se tensaban...

Estaba temblorosa.

No por miedo.

Hizo lo mismo con mi otra mano y dejé escapar un suspiro.

Sus labios se posaron en mi cuello, y casi rozando dejó un delicado beso, al mismo tiempo que nuestra manos comenzaron a tocar.



#15533 en Novela romántica
#3462 en Thriller
#1786 en Misterio

En el texto hay: pasion, amor, epoca

Editado: 29.04.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.