Sonata de Luna Llena

Capítulo 30

Cuenta una leyenda...

Que una joven mujer quería ser madre.

Cuánto amor sembró en el mundo, pero de su vientre jamás brotaba el fruto.

Maldijo entonces la tierra en la que habitó, escupió sobre la nieve y derramó sangre de sus lágrimas...

Pactando entonces que el día que una mujer quiera dar a luz, daría a luz a su hijo muerto, tres veces.

La joven Luna, era hermosa.

Su oscuridad la fue habitando de tal forma que parte de ella se oscureció, mostraba heridas a plena luz.

Su piel era lo más parecido al hielo, y su cabello se tiñó tal blanco como la nieve.

Contaban entonces que su oscuro deseo de ser madre la consumió.

Al lanzar una maldición, todo se te devuelve.

Quién la observaba a la luz del día la repudiaba, pero en la noche oscura, brillaba con tanta belleza que era incomparable, y su oscuridad era apenas notable.

Una noche, consumida por su dolor, se tiró al abandono sin nada más que una escasa ropa, cubrió su rostro con un velo blanco transparente.

Y en el medio de la nieve se abandonó.

El cielo no tenía más vida que la oscuridad, y deseó de pronto velar por todos los siglos hasta que su hijo fuera concebido.

Congelada y olvidada, su cabello se conformó tal nieve escarchada, su piel, ahora mucho más blanca brilló, sus labios se tiñeron de blanco, y sus ojos brillaron con el color de la noche.

Fue entonces cuando una extraña energía rodeó todo el lugar, cubrió su cuerpo y la elevó a lo más alto del cielo.

Esa noche miles de partículas luminosas brillaron en el cielo, eran estrellas, y una gran y luminosa bola se encendió, habitando en ella un solo ser, y un solo espíritu.

Su nombre era Luna...

Y nunca más se apagó.

Tenía un lado oculto, donde escondidos se encontraban todos aquellos partos que nunca deseó.

Y se bañaba en sangre cuando un hijo más perdía.

Cuando estaba llena, seguía con anhelo su maldita promesa.

3 veces se bañaría con la sangre que derramaría el vientre el cual la haría madre.

Y fueron contados los tres abortos, las tres veces en la que las sábanas se cubrieron de escarlata y la Luna se bañaba en ella.

Cumpliendo entonces su pacto, le concedió un hijo...

Su hijo.

Uno tan eterno como ella y menos maldito.

Cuando bajó a la misma tierra donde escupió, sintió la necesidad de atraerse al vientre que por ella clamaba.

Sintió el dolor que del alma de la madre sollozaba.

La observó entonces, sabiendo que habría válido la vida.

Y que su hijo jamás sería maltratado.

Luna quería ser madre.

Y madre fue...

Brilló sobre el hogar cada noche.

Y al escuchar el llanto de su hermosa criatura, bajó a la tierra bendita, donde su precioso hijo brillaba.

Él la observó con atención, sabiendo entonces que era de ella, y muy en el fondo solo de ella.

Era un hermoso hombre...

Y era su única bendición.

Sin más ataduras a sus penas, su alma se liberó y subió con plenitud a su esfera donde a la más brillante masa de luz se unió.

Luna por fin estaría llena, ya no menguaba ni buscaba ser nueva, ya no buscaba redención.

Cubrió cada noche con su presencia a su adorada salvación.

No importa a donde dirigiera sus pasos, ella lo seguiría desde lo más alto iluminando siempre su camino, y encontrando todo lo necesario para su corazón.

Algún día él habitaría en sus deseos.

Algún día él tomaría su decisión.

Y como su último deseo, le daría a su hijo lo que más anhele su corazón...

Fuera de la eternidad, jamás sería sombra, solo luz y salvación.

Y algún día sería complemento del gran y verdadero único amor.

La leyenda aún no termina.

El hijo de la Luna sigue con vida.

Su preciada amante lo presentaría ante su único y último deseo.

Y el final inaudito del amor siempre lo acompañaría en su corazón.

Hermanos renacen entre los muertos.

Y la muerte jamás será un impedimento para volverse a encontrar.

Porque entre la vida y la muerte sólo existe algo...

Aparte del amor...

La eternidad.

(...)

Sentía una presión en el abdomen, en el pecho, y en todo mi ser.

Los nervios recorrían mi cuerpo con tanto afán que solo quería salir corriendo.

Aún no lograba entender por qué de pronto algo coincidió en los pensamientos de Edmond, lo que me llevaba a pensar que él sí conocía a ese hombre y de que...

¡No lo sé!

¿Qué más podía creer?

En este mundo aprendí a esperar todo lo inesperado, incluso todo lo que jamás creí presenciar.

Las cosas místicas eran parte de mi vida como las uñas de mis dedos.

La opresión en mi pecho solo me hacía pensar que si algo le ocurría a Edmond mi alma estaría en pedazos.

¿Cómo podría soportar no haberlo seguido, no haberlo ayudado?

Me estaba quedando sin uñas de tanto golpear el escritorio que yacía al frente mío.

Mi mirada vagaba perdida en lo que quisiera hacer y lo que realmente estoy haciendo.

Y al escuchar de pronto el reloj marcando la medianoche y los pasos alejarse por las escaleras, supe que ahora estaba en toda mi libertad de huir.

De buscarle...

Pero...

¿Qué me encontraría?

¿Con quién me encontraría?

Me arrastré hasta el gran piano y deslicé mis penas por sus teclas, recordando aquella melodía que toqué junto a él.

— Háblame...

Cerré los ojos y derramando una lágrima me puse de pie.

Me arrastré nuevamente hacia aquella habitación inexplicable.



#4076 en Novela romántica
#414 en Thriller
#201 en Misterio

En el texto hay: pasion, amor, epoca

Editado: 29.04.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.