Soy Agua

Capítulo 2

— Victoria, ¿quieres darte prisa? - volví la vista hacia mi prima Isabel, la que me apremiaba para entrar en la cafetería. No me había dado cuenta de que aquella fotografía pegada en el cristal me había absorbido tanto.

— Sí, ya voy. - pasé dentro y me senté frente a ella, en la mesa que estaba junto a la ventana. A ella la gustaba este sitio.

—¿Qué estabas mirando? - instintivamente volví la cabeza hacia el aviso que estaba pegado junto a la puerta.

— Esa chica que ha desaparecido. Solo intentaba recordar si la había visto antes. -

— Da miedo, ¿verdad? -

—¿Qué quieres decir? -

— Pues eso, que te hace sentir insegura. Vives en una ciudad grande pensando que estás a salvo, pero todo es una ilusión. - la camarera llegó en aquel momento para tomar nuestro pedido.

—¿Qué van a tomar? -

— Un café con leche, y un té verde con menta. -

No necesitaba decirle a Isabel lo que me gustaba. Llevábamos casi cuatro años viviendo juntas en un apartamento de alquiler aquí en la ciudad de Santander, y las dos cursábamos carreras en el mismo campo, la sanidad. Ella para ser médico, yo para convertirme en enfermera. La camarera se fue a preparar nuestra orden, y nosotras volvimos a nuestra conversación.

— La seguridad total no existe, eso ya lo sabíamos, Isabel. ¿Cuántos heridos en accidente de coche hemos visto en las prácticas? -

— Muchos. -

—¿Y cuantos tienen la culpa del accidente que los llevó a una cama de hospital? -

— Sí, sí. Conozco las cifras. Uno es el que provoca el accidente, y otro el inocente que paga las consecuencias. -

— Pues eso. Uno no está a salvo en ninguna parte. Pero eso no va a impedir que la gente siga viajando y conduciendo coches. - 

— Odio cuando te pones toda pragmática. -

Nuestro pedido llegó en aquel momento, le agradecimos a la camarera, y nos dispusimos a saborear nuestro pequeño premio. Es lo que tenía estudiar durante horas en casa un sábado, que necesitábamos salir a la calle y desconectar, e ir a la cafetería y tomar un café o un té, nos ayudaba a hacerlo. Cuando salimos de allí, teníamos las pilas cargadas para dedicarle un par de horas más a los libros.

Caminábamos una al lado dela otra, charlando sobre lo que íbamos a hacer para cenar en casa, cuando Isabel recordó que no nos quedaba leche para desayunar.

— Iré a la tienda de la esquina a por un brick de leche. -

— Voy contigo. - Isabel me sonrió, porque la desaparición de aquella chica realmente la asustaba y sabía que yo la acompañaba a la tienda, para que se sintiera más segura.

Por la mañana, me puse las zapatillas de deporte y salí a correr. Me gustaba ir a la playa y trotar sobre la arena húmeda de la orilla. Estudio para enfermera, sé lo que el asfalto duro les hace a las articulaciones de la rodilla.

El sol de marzo no es que calentase demasiado, pero era precioso ver como los rayos de la mañana incidían sobre la superficie del mar. El mar, era curioso todo lo que aquella gran masa de agua le daba a mi vida. Por las mañanas me acompañaba mientras me ejercitaba, por las tardes, cuando paseaba por el paseo marítimo, me traía serenidad, me relajaba. Entendía porque mis padres venían aquí cada verano desde antes de que yo naciera. Por eso en mi partida de nacimiento aparece esta ciudad, porque vine al mundo 20 días antes de lo previsto, justo en el momento en que mi madre huía del calor palentino. Embarazo y verano, mala combinación.

Y por si se lo preguntan, no, no nací en el hospital de esta ciudad, lo hice en un centro de salud a más de 100 kilómetros. Tenía prisa por salir, y fue todo lo lejos que mis padres pudieron llegar cuando anuncié que llegaba al mundo. Para mi padre, fue toda una hazaña conducir desde el teleférico de Fuente De, a algo más de 22 kilómetros infernales entre montañas, hasta llegar a Potes. No había mucho tiempo para llegar a un hospital, sobre todo cuando había otro largo tramo de carretera aún más tortuoso. Palabras de mi padre. Yo he vuelto a recorrer ese camino docenas de veces, y no puedo decir que sea el infierno, sino un pedazo de cielo. El verde y el gris de las rocas se funden en el paisaje más hermoso que haya visto jamás. Pero claro, no era yo la que tenía una mujer embarazada en el asiento trasero del coche, gritando como una loca porque iba a soltar su carga de un momento a otro.

Adoraba toda esta provincia, desde sus montañas a sus costas. Pocos lugares en el mundo tenían ambas cosas a tan pocos minutos de diferencia. El agua estaba un poco fría aún en verano, pero, como decía mi padre, cualquiera se metería en un mar con aguas cálidas. Solo lo más fuertes lo hacen en aguas frías, porque eso les fortalece.

Alguien golpeó mi brazo con su cuerpo, y me detuve para disculparme. Es lo que a veces me pasaba, que iba tan metida en mis pensamientos, que el mundo exterior se difuminaba.

— Lo siento. -  

Pero la persona contra la que choqué no estaba esperando mis disculpas, porque no había sido yo la que provoqué el conato. Cuando su mano se aferró a mi brazo y tiró de mí, supe que el choque había sido provocado. No tuve tiempo de gritar, cuando una mano grande tapó mi boca. Pude ver a otro hombre llegar hasta nosotros, pero no venía a ayudarme, sino que clavó una jeringuilla en mi brazo. Intenté luchar contra ellos, pero lo que fuese que habían metido en mi cuerpo, estaba empezando a hacer efecto. Sentía los párpados pesados y mi cuerpo se estaba quedando sin fuerzas.



#49876 en Novela romántica
#24025 en Fantasía
#5195 en Magia

En el texto hay: reencarnaciones, amor eterno, brujas

Editado: 22.06.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.