—¿La estás buscando a ella, joven guerrero? – aquella niña me miraba de una extraña manera, como si pudiese ver lo que había dentro de mí.
—¿Eres tú el oráculo? – ella se encogió de hombros, y se acomodó mejor en el taburete que estaba en medio de la habitación, pegado a la pequeña hoguera que ardía allí.
—Así es como me llaman algunos. Otros me llaman vidente, pitonisa, adivina bruja… escoge el que más te guste. –
—¿Cómo te llamas? – ella me sonrió
—Romina, joven guerrero. –
—Mejor entonces si usamos nuestros nombres. –
—Me parece bien, joven guerrero. –
—Me llamo Baren. – ella ladeó su cabeza.
—¿Estás seguro? – aquella pregunta me confundió.
—Pues claro, así es como me pusieron mis padres al nacer. –
—Pero ella te puso otro nombre. – entonces entendí. En el santuario, nuestra ninfa nos llamaba de otra manera, y con el tiempo respondíamos por esos nombres.
—Ella…ella me llamaba Evan. – Romina asintió conforme.
—Exactamente lo que yo venía diciendo. Joven guerrero. – entonces comprendí.
—¿Eso es lo que significa mi nombre?, ¿joven guerrero? – la niña sonrió completamente.
—Así es. Creí que lo sabías. –
—No. Y yo pensando que entendía el griego. –
—Bueno, eso lo tendrás que arreglar en otro momento. Ahora has venido para que te oriente, ¿verdad? – Hora de encontrar respuestas.
—Sí, ella… ella –
—Ssssshhhh. – me hizo callar, cerró los ojos y empezó a respirar profundamente y balancearse. – El hogar de los no vivos has de alcanzar. Lo que está dentro de ti, hasta ella siempre te va a guiar. Llevas contigo lo que la hará regresar. – esperé un rato más, pero no pronunció nada más. Su rítmico balanceo se fue deteniendo.
—¿Eso es todo? – ella parpadeó y me miró extrañada.
—¿Qué más necesitas? –
—No me has dicho dónde debo ir, ni que hacer… -
—¿Ir?, al hogar de los no vivos. ¿Hacer? Pedirle que vuelva. Creo que está bastante claro. –
—¿Y dónde está el hogar de los no vivos?, ¿te refieres a un cementerio?, ¿a cuál de ellos? –
—Un cementerio, podría ser, salvo que ese no es más que un lugar donde los vivos acumulan los cadáveres que dejan atrás los que migran hacia el mundo de los no vivos. ¿nunca has oído hablar del mundo de los espíritus?, ¿el inframundo?, ¿el lugar donde moran las almas de los difuntos? –
—¡Ah!, el cielo o el infierno ¿te refieres a eso? –
—Más o menos. Nadie ha regresado para decirnos como es ¿verdad? – tuve que darle la razón.
—No que yo sepa. Entonces ¿cómo hago para ir a ese lugar? –
—Morirse es la solución más rápida, pero no es la que quieres ¿verdad? – lo sopesé un segundo, si morir significaba que volvería a estar con ella… lo haría. Pero…
—Si lo hago seguramente la decepcionaría. Ella ofreció su vida para que siguiera viviendo. Si ahora malgasto ese regalo, significaría que nunca fui merecedor de ese sacrificio. -
—Pero lo eres. O al menos ella pensó que lo eras. ¿Qué ha cambiado para que no sea así? –
—Yo… solo sé que tengo que recuperarla. –
—Necesitas a la ninfa. –
—No es solo una ninfa, es MI ninfa. –
—Lo mismo que para tus compañeros. –
—No…no sé si para ellos significa lo mismo que para mí. Solo puedo responder por lo que yo siento. –
—¿Y qué es lo que sientes? – preguntó curiosa.
—Que, aunque viviera una eternidad, mi vida no tendría sentido. -
—Eso suena a algo muy… profundo. ¿La amas? –
—Totalmente. –
—Entonces triunfarás en tu tarea. – Alcé la vista esperanzado hacia ella.
—¿De verdad lo crees? – ella sonrió dulcemente. Como una persona no tan joven, que te miraba con unos ojos tan viejos, que parecía que su alma hubiese vivido cientos de vidas.
—Todo el mundo sabe que el amor, es la más poderosa de las fuerzas mágicas. Solo hay otra cosa que puede igualar su poder. – aquello me intrigó.
—¿Y cuál es? – la niña se puso seria.
—El odio. –
—No sé, no parece tan potente como el amor. –
—Todo depende de la intensidad con la que se viva. –
—Dicho así, da miedo. -
—No es para menos. – nos estábamos desviando del tema.
—Bueno, ¿y cómo puedo llegar allí?, sin morirme, claro. – Romina me sonrió.