Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 6 [editado]

 

𝑶𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂 

 

Después de treinta minutos llegamos a la casa de Leo. Hay tantas personas en el lugar que me sorprende que aún no salgan desparramados por las ventanas y la puesta. 

<< ¿Con que está es una fiesta de un universitario? >>

Es todo lo que pienso camino a la puerta. Sí. El cumpleañero resultó ser todo un universitario. Bueno. No es que me interese, solo lo menciono porque es evidente que, Ana y yo, seremos las únicas menores de edad —aparte de Leo— en el lugar y, eso me pone de alguna manera nerviosa. 

Sí mamá, se entera de esto… estoy muerta. 

Lo que veo, es un mundo nuevo para mí. Admito que he ido a algunas fiestas con Ana —obviamente—, pero en definitiva esta es la más abrumadora y escandalosa de todas. La música se encuentra a un nivel tan alto que me empezaron a zumbar los oídos apenas puse un pie fuera del auto. A duras penas conseguimos evadir los cuerpos sudorosos de aquellos que se menean al ritmo de Carol G. Al no conocer a nadie, no despego mi vista de la rubia que tengo delante. 

Damos vueltas y más vueltas, pero, no conseguimos ubicar a Leo. Como no conozco a nadie más en este lugar, no es que sea de mucha ayuda, aparte de eso, la iluminación de la casa no colabora, estamos a media luz. No veo la necesidad de tanta oscuridad, me sentiría más cómoda si las luces estuvieran encendidas. 

Al cabo de unos minutos por fin encontramos al susodicho. O mejor dicho. Él nos encontró a nosotras. Como lo había pronosticado, quedé encantado con el atuendo de mi amiga. Al menos eso fue lo que pareció a simple vista. En fin. Después de algunas presentaciones incómodas —para mí—, estamos mirando todo lo que pasa desde un rincón de la enorme sala.  Ahora entiendo porque Ana quería que la acompañara. Su novio se fue con el cumplañearon, según, a comprar más cerveza y hielo. 

Pero ya ha pasado un bueno desde aquello. 

—Voy por algo de tomar —dice la rubia— ¿quieres que te traiga cuando vuelva?

—Cualquier cosa sin alcohol, por favor —respondo, de inmediato.

Una cosa es fugarme, otra muy diferente es que vaya a emborracharme.  

—Anotado. vuelvo enseguida, no te muevas de aquí. 

—¿Tengo otro lugar al que ir? 

Ella abre ligeramente la boca, como si quisiera decir algo, pero no dice nada. En su lugar, solo se da vuelta, en busca de su cerveza y mi bebida. 

Han pasado veinte minutos desde que Ana me dejó sola, se supone que no demoraba ¿entonces, porque rayos se tarda tanto?

<< ¿Dónde rayos estás? >> —le envío un mensaje. 

<<Haciendo la fila para entrar al baño. No tardo >> 

Estoy a punto de responder y advertirle que no se le ocurra regresar sin mi bebida, cuando una voz familiar habla a mis espaldas:— Esto sí que es una sorpresa.  

Volteo de inmediato.

Me quedo con la boca abierta al ver a Marcos, el jardinero de la escuela y futuro doctor también está aquí. Para rematar lleva puesto un suéter rojo. 

<< ¿Qué hace él aquí? >> 

Bueno. Técnicamente yo soy la que no tiene nada que hacer aquí, pero… ¡Dios!  ¿cómo es posible que me reconociera?, yo no consigo ver ni mi propia sombra. 

A lo mejor es que me hace falta visitar a un oculista.   

—Nunca imaginé encontrar a una fiel devota del señor en una fiesta como esta.

—No soy tan devota como piensas —confieso, y, en definitiva, él no se esperaba esa respuesta—. Y ¿no se supone que deberías estar cuidando un jardín o estudiando para algún examen? 

—De hecho debería estar en mi casa ahora mismo — << pues, ya somos dos >> —. Pero, es el cumpleaños de un amigo y pues… tuve que hacer un enorme sacrificio y venir hasta acá. 

Lo miro, incrédula. 

— Pobrecito. Se nota que es un enorme sacrificio —digo, señalando la lata de cerveza que trae en la mano. 

Él suelta un suspiro: — aunque no lo parezca, estoy sufriendo… internamente. 

Contengo la risa al escuchar su comentario. 

— Voy a fingir que te creo. 

—¡Vamos! —dice, tratando de convencerme—Estoy hablando en serio. 

— Claro. Lo que tú digas. 

—¡Dios! ¿Siempre eres así? 

—¿Así como? —cuestiono, cruzando mis brazos.  

Mantengo mi mirada fija en él. Lo poco que puedo ver de su rostro me demuestra que trata de buscar las palabras correctas para responder a mi pregunta, pero, parece que no le llegan. 

—Eso no importa, realmente —pronuncia por fin. Enseguida agrega: — ¿Qué hay de ti? 

—¿Qué pasa conmigo? 

—¿Cómo fue que terminaste en esta fiesta? 

—Una amiga —la única que tengo— me pidió que la acompañara y pues…  tuve que hacer un enorme sacrificio y venir hasta acá. 




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