Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 5 [editado]

 

𝑶𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂 

 

Ya han pasado dos semanas desde que empecé el bendito <<servicio social>>. Confieso que no terminó ser algo tan malo como pensaba. Descubrí que sin nadie merodeando por todos los rincones y pasillos de la escuela, esta, puede resultar ser un lugar bastante agradable. Ni que decir del jardín, si antes me gustaba estar allí ahora me encanta. Podría pasarme horas y horas admirando las flores sentada bajo la sombra abrigadora de un frondoso árbol. 

En fin. Ahora mismo me encuentro en mi habitación disfrutando de un merecido descanso. Como es viernes por la tarde, Ana, decidió venir —a según ella— para hacerme compañía. Sin embargo, yo sé que la única razón por la está aquí es porque no quiere quedarse sola en casa y seguro su novio no está disponible. Resulta que la mamá de Ana es enfermera. Tiene turnos bastantes largos y a veces hasta sin descanso, por lo que, casi no pasa mucho tiempo con ella. Pensándolo bien, eso es lo único que podemos tener en común… que nuestros padres prácticamente viven en el trabajo. 

Despego de la pantalla de mi computadora portátil y la fijo en la rubia que se ha adueñado de toda mi cama. Está entretenida con lo que parece ser una revista de moda. De vez en cuando toma un puñado de masmelos de un tazón transparente que tiene al lado. No entiendo su obsesión por ellos. Bueno. A lo mejor sea porque odio cualquier tipo y eso me impide encontrarle sabor y alegría a la vida, como suele decir ella. Porque insiste en que son deliciosos y que si pudiera viviría en una mansión hecha de masmelos, conociéndola como la conozco no me sorprende que de verdad lo considere siquiera posible. 

—¿Quieres? —me ofrece. 

—No, gracias. 

—Tú te lo pierdes —asegura llevando más masmelos a su boca. Estaba a punto de replicar cuando me interrumpe—: casi olvido decirte algo importante. 

—¿Qué cosa? —pregunto intrigada por su reacción. 

Debería sorprenderme aquel brusco cambio de tema, pero, después de tantos años de amistad estoy más que acostumbrada. 

—El hermano de Leo cumple años mañana y tú vendrás conmigo a la fiesta. 

—Agradezco que siempre me incluyas en tus planes. 

—No hay de que, baby —dice, ignorando por completo el sarcasmo en mi voz—. Asegurate de ponerte algo sexi —menea sus cejas de manera coqueta.

—Yo no he dicho que voy a ir. 

—Claro que iras. 

—¿Por qué estás tan segura?

Ana suelta un suspiro. 

—Porque eres mi mejor amiga, por eso —asegura, como si esa fuera una razón suficiente para que yo acepte acompañarla a esa fiesta—. Además, ya llevas mucho tiempo encerrada en tu cueva.

—Me gusta estar en mi cueva. 

Es lo que digo pero en el fondo creo que ella tiene un poco de razón. Últimamente he pasado mucho tiempo contemplando el color blanco de las cuatros paredes que conforman mi cuarto. Si no fuera por Ana estoy segura que ya no tendría ningún contacto con el mundo exterior. Tal vez, solo tal vez es hora de salir y divertirme. No creo que aquello sea un problema. Estos días me he mantenido alejada de los problemas en la escuela —justo como quiere mamá— y asisto sin falta a la oficina de la hermana Lucía para cumplir con el <<servicio social>> después de clases. 

Así que, técnicamente, no tengo motivos para negarme. 

—¡Vamos, Liv! —insiste, sin saber que internamente he considerado la posibilidad de acompañarla.

—Está bien, iré —digo por fin y la rubia da un brinquito de felicidad en la cama—. Pero solo una hora.

 

***

 

Son cerca de las ocho de la noche y Ana no ha parado de enviarme mensajes. Seguro quiere evitar que tenga oportunidad de cambiar de opinión y decida dejarla plantada. Sin embargo, no hay manera de que eso pase. No cuando estoy casi lista.  Doy los últimos toques a mi atuendo y digo que me veo bien. Mejor de lo esperado de hecho. No llevo puesto nada sexi ni mucho menos provocativo. Tengo puesto un jean oscuro con unos cuantos rotos en las rodillas y una blusa tipo crop top color rojo, al igual que mis tenis. Procedo con mi cabello. Después de debatir mentalmente como peinarlo, decido que lo mejor es dejarlo suelto. Me gusta como el color negro de mi cabello contrasta con el tono grisáceo de mis ojos, soy la única de la familia —hasta el momento—, en heredar los ojos de mi abuela. A lo mejor esa es la verdadera razón por la que los considero la parte favorita de mi rostro. Me permite acordarme de ella, sentir que tengo algo suyo que siempre estará conmigo hasta el día en que muera. 

Sacudo la cabeza y alejo el rastro de la leve melancolía que surgió a raíz de mis recuerdos. Miro fijamente mi reflejo en el espejo del tocador antes de empezar a maquillarme. Lo que para mí quiere decir: aplicar un poco de polvo, rubor y brillo labial. Cuando ya termino, observo nuevamente como lusco y reafirmo que me veo bien, <<lista>> para la fiesta. 

Por supuesto, un atuendo no está completo si no te aplicas perfume ¿cierto? 

Ahora sí es momento de irse.  

—¿A dónde crees que vas tan arreglada, jovencita? —pregunta mamá, cruzándose de brazos apenas me ve bajar las escaleras.




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