Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 8 [editado]

Olivia 

 

El domingo transcurrió con total normalidad, eso significa que el fastidioso de mi hermanito mantuvo la boca cerrada y no le dijo nada a mamá sobre mi escapada de anoche. Ahora mismo estamos disfrutando de una tranquila y rutinaria cena familiar, o al menos eso hacíamos hasta que recibimos una inesperada videollamada por parte de papá. Armando y Catalina, están tan emocionados por ver el rostro de papá en la pantalla de la tablet que sostiene mamá en sus manos, que prácticamente están encima de ella. Por mi parte, permanezco en mi puesto sin dejar de comer la deliciosa lasaña que hay en mi plato. 

—Lamento no haber ido a casa —dice, después de un alegre y escandaloso saludo—. Voy a hacer todo lo posible para compensarlos, lo prometo. 

La lengua me pica justo cuando lo oigo. A duras penas consigo mantener las palabras que amenazan con salir dentro de mi boca. 

—Entonces ¿sí vas a venir? —pregunta Catalina. 

—¡Por supuesto, pequeña!

—¿Cuándo? —ahora es Armando el que pregunta. 

—No estoy muy seguro —admite—. Lo más probable es que sea para el cumpleaños de Kathe. 

En realidad el nombre completo de mamá es Katherine. 

Armando se muestra un poco triste al escuchar la respuesta: —Así que tampoco vas a verme a jugar en el campeonato intercolegial este año. 

Resulta que mi hermanito forma parte del equipo de fútbol de su escuela. Razón por la que todos los años mamá me obliga a ir a ese bendito campeonato. En mi defensa, tengo que decir que no es nada divertido ver un partido de fútbol en pleno sol, sin contar con por lo menos un árbol en el que refugiarte.  

Es una completa tortura. 

Sin embargo, papá, no lo sabe porque nunca ha ido. No que yo recuerde. Siempre está trabajando o haciendo algo más importante que tomarse un tiempo para compartir un momento tan importante con su hijo. 

—Lo lamento. Pero, quiero que sepas que estaré enviando buenas vibras desde acá para que anotes muchos goles.

—Como si eso sirviera de algo —murmuro —según yo— en voz baja. 

—Olivia… —empieza a decir mamá con la clara intención de reprenderme, sin embargo, papá la interrumpe. 

—Ella tiene razón… yo debería estar allí con ustedes apoyando a Nando. 

<<Por lo menos es consciente de eso>>

—Sabemos cómo es tu trabajo —dice mamá, mirando en mi dirección y yo ruedo los ojos—. No te preocupes, cariño. 

—Gracias —me parece escuchar una mezcla de tristeza y culpa en su voz—. Bueno. Ya me tengo que despedir, volveré a llamar tan pronto como pueda —asegura justo antes de terminar la videollamada. 

Mamá deja la tablet a un lado de la mesa. 

Se mantiene en silencio durante unos segundos. Solo me observa con los brazos cruzados. No necesito ser adivina o leer su mente para saber lo que está pensando. Sus ojos y cejas fruncidas ya me lo han dicho todo, incluso antes de que abra la boca. 

—Eso no estuvo bien, Olivia —me hace saber. Tiene esa típica mirada de desaprobación que solo usa conmigo—. Lo sabes ¿verdad? 

—¿Qué cosa? 

—No te hagas la tonta. Sabes perfectamente a qué me refiero —en vista de que no digo nada, continúa hablando—: El trabajo de tu padre no es cualquier cosa que se puede tomar a la ligera. Además de que es algo importante para él.

—Ese es problema, mamá —musito con algo de sorna—. Parece que todo es más importante que pasar tiempo con su familia.

—Eso no es verdad. 

Suelto una sonrisa irónica. 

—Ya pasaron casi seis meses desde que se fue —le recuerdo— ¿acaso eso no te dice nada? 

—¿Sabes que? —dice ella, evadiendo la pregunta que acabo de hacerle—. No pienso seguir teniendo esta conversación. 

<<Claro>>

—Porque no me sorprende —digo, limitándome a terminar lo que queda de mi lasaña. 

 

****

 

—¿Estás enojada conmigo, Liv? —pregunta Ana con cautela apenas me ve aparecer en la escuela.

¿En serio?

Se va y me deja tirada en una fiesta a la que ella misma me invitó, no se tomó la molestia de pensar en cómo yo iba a volver a casa después y ¿aún así tiene el descaro de preguntar si estoy enojada? 

—Para nada

—¡¿De verdad?! —una sonrisa de alivio adorna su cara, lo que, claramente indica que ignoró por completo el sarcasmo en mi voz. 

—¡Claro que estoy enojada! —me cruzo de brazos—. Te fuiste sin mí. 

Ella suelta un suspiro: —Quiero que sepas que no lo hice a propósito —empieza a decir—. Es que… no importa, el punto es que me siento fatal por haber hecho eso —puedo notar que de verdad está arrepentida, además, tengo la sensación de que está ocultando algo. Pero, no estoy segura— ¿me perdonas? 




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