𝐌𝐚𝐫𝐜𝐨𝐬
Sin dar tiempo a que la pelinegra haga uso de su típico sarcasmo, la tomo de la mano y la guío hasta en donde se encuentra reunido el equipo. Por supuesto, tenemos que atravesar la multitud de padres que invade todo el lugar. No es para menos. Hoy se está realizando un evento por parte de la institución en la que trabaja mi padrastro. Es profesor de educación física, si soy más exacto. Y como a mí me gusta venir a estos partidos. Algunas veces, él suele pedirme que lo cubra en su rol de entrenador cuando está muy ocupado.
Cómo hoy, por ejemplo.
La verdad no me molesta para nada. Al contrario. Me gusta poder hacer otra cosa que no sea estudiar para los exámenes de la universidad o ayudar a mi tía con el jardín del instituto del que es directora. Sí. Casi toda mi familia está ligada a la enseñanza. Supongo que debido a ello quise ser diferente y estudiar medicina.
Siento que es una profesión más apropiada para mí.
Como sea. Ese asunto no es importante en este momento. Miro a Olivia de reojo sin que se de cuenta y ¡Dios!, sí que se ve hermosa el día de hoy. Ya la había visto sin ese horrendo uniforme en el cumpleaños de uno de mis amigos, pero… wow. Si que es preciosa. El peinado y el maquillaje que trae hace que las delgadas facciones de su rostro destaquen. Sobre todo sus ojos. De hecho. Eso fue lo primero que me atrajo de ella.
Sin embargo, no puedo evitar que mi vista caiga un poco más abajo, directo a sus labios. Muerdo la punta de mi lengua para evitar hacer lo que estoy pensando hacer. No puedo. No debería mirarla ni mucho menos pensar en ella como lo hago. Pero no puedo evitarlo. Simplemente ha conseguido apoderarse de cada parte de mi ser de una manera tan sobrenatural y aterradora que asusta.
Por no decir que me duele estar cerca de ella y no ser capaz de abrazarla y ni qué decir de besarla.
Dejo de mirarla antes de que el poco autocontrol que tengo desaparezca. Me siento aliviado cuando nos reunimos con los demás. No hace falta llamarlos porque los chicos se amontonan apenas me ven.
—Bien. Todos presten atención —digo en voz alta para que todos puedan escucharme con claridad—. Hoy tendremos un nuevo miembro en el equipo —señalo a la linda pelinegra que me acompaña—. Ella es Olivia y será mi asistente, así que, saludenla como se debe.
—¡Hola, Olivia! —hablan todos al unísono.
Ella se muestra un tanto apenada por la atención que está recibiendo: —hola… y encantada de conocerlos.
Me parece divertida su reacción.
—No tienes porqué ser tan tímida, chica rebelde —susurro para que solo la pelinegra pueda escucharme.
—Ja, ja, si que eres graciosito, Doc. —dice justo antes de darme un rápido codazo en el costado derecho de mi abdomen.
<<Definitivamente no le gustan las bromas>>
Recompongo mi postura antes de que los chicos se den cuenta de lo que pasó. Aún así, el golpe valió la pena por ver la sonrisa que tiene en su rostro. Se hace la dura pero en el fondo le divierte estar conmigo y eso me gusta.
El árbitro anuncia que el partido ya va ha iniciar.
—Ya saben. Vayan a esa cancha a ganar, ¿entendido?
—¡Sí, entrenador! —responden y salen disparados a la zona de juego.
—Si que sabes cómo motivarlos “entrenador” —dice Olivia.
—Por supuesto —ignoró el sarcasmo en su voz—. Por cierto, casi olvido que debo entregarte una cosa.
Me mira con el ceño fruncido cuando le entrego una planilla con los nombres de todos los jugadores y un bolígrafo.
—¿Qué se supone que haga con esto?
—Anotar cada vez que un jugador salga o entre de la cancha… o cuando se marque un gol —le explico y ella se ve igual de confundida—. Es sencillo, ya lo verás.
—¿Por qué tengo que hacerlo?
—Porque eres mi asistente —le recuerdo.
Resopla al escuchar mi respuesta pero no dice nada y yo, contengo mis ganas de reir.
****
El partido ya está en el segundo tiempo. Si el marcador no cambia la victoria es nuestra por dos puntos. Cruzo mis dedos. Me preocupaba que Olivia fuera a aburrirse estando aquí, pero, me alegra ver que no es así. Sin darse cuenta se ha metido por completo en el partido. Incluso me atrevería a decir que está más emocionada que yo.
A unos minutos de acabar el partido, el equipo contrario lanza varias veces el balón directo a la portería; por suerte, el portero consigue evitar que anoten. Para cuando el árbitro suena el silbato indicando que ya es el final. De inmediato corro a abrazar a los chicos y los felicito por el trabajo que hicieron.
De pronto, mis ojos se encuentran con los de la pelinegra y ninguno de los puede evitar sonreír. Sin pensarlo dos veces me alejo de la multitud y regreso a su lado.
—Felicidades —dice, no muy bien estoy frente a ella.
—Gracias —respondo y luego añado: —. Después de todo fue buena haberte invitado.