𝑶𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂
Ya me encuentro lista para meterme a la cama a descansar. O eso pensé antes de escuchar que tocaban la puerta de mi cuarto. Papá habla justo después.
—¿Estás despierta, Liv? —pregunta pero yo no respondo—. Podemos hablar mañana antes de irme, supongo —su voz suena algo triste.
Oigo como sus pasos empiezan a alejarse por el pasillo en dirección a la escalera. De pronto, a mi mente viene el recuerdo de lo que me dijo Ana esta mañana durante el descanso. Ella puede algo alocada e incluso despistada, pero, tuvo razón en lo que dijo.
Y la verdad es que no quiero arrepentirme después.
Sin pensarlo más. Me apresuro a abrir la puerta. Espero que papá todavía no haya bajado para cuando salgo de mi habitación. Gracias a Dios todavía no es demasiado tard,e para mí.
Tomo una gran bocanada de aire.
—Estoy despierta —digo al fin.
Papá voltea de inmediato en mi dirección.
Una pequeña sonrisa aparece en su rostro.
—Puedes pasar —encojo mis hombros —. Bueno, si todavía quieres hablar.
—Por supuesto.
Regresa sobre sus pasos e ingresa después de mí a la habitación. Yo me acomodo en mi cama y papá se sienta en la silla que está junto al escritorio en el que suelo hacer las tareas y trabajos que dejan en la escuela. Un silencio incómodo se posa entre ambos. Ninguno de se atreve a iniciar la conversación. Nada más nos dedicamos a mirarnos sin decir una palabra.
Puedo ver que papá está pensando con seriedad lo que sea que quiera decirme. Sin embargo, no ha conseguido encontrar las palabras adecuadas.
Así que trato de ayudarlo.
—Y bien —rompo el silencio— ¿De qué vamos a hablar?
Papá suspira.
—Es que, no es tan sencillo como parece, Liv —dice, pasando una mano por su rostro—. Sé que no soy la persona menos indicada para decirte esto pero…
—Quieres hablar acerca de mamá, ¿cierto? —lo interrumpo.
—Sí. Me contó los problemas que hay entre ustedes.
—¿Y entonces? ¿también vienes a darme un sermón por ser una pésima hija?
—No. Claro que no —me asegura mirándome a los ojos y sujetando con dulcura una de mis manos—. Cariño, yo solo deseo hablar contigo y saber lo que te pasa, nada más —suena sincero—. Sé que la adolescencia algunas veces es una etapa complicada y sientes que los demás están en tu contra o no te entienden —lo miro perpleja porque es justo como me siento. Claro, él también tuvo esa edad después de todo—. Pero espero que sepas que no es así, por el contrario, tu madre y yo te amamos. Es justo por eso que nos preocupamos por ti.
No soy capaz de decir nada. Al menos no de inmediato.
Agacho ligeramente la cabeza. En este momento, no puedo verlo a cara.
—Lo sé —pronunció al fin—. Eso lo sé. Aún así algunas veces siento que no pertenezco a esta familia, que soy diferente y que estoy…
—Sola —papá termina de hablar en mi lugar. Yo asiento—. Ser diferente a nosotros no está mal y te aseguro que no estás sola.
—¿Cómo puedes saber eso sí nunca estás aquí?
Noto como su mirada se entristece y deseo no haber dicho esas palabras. Al mismo tiempo creo que era justo lo que tenía que decir.
—Tienes razón —su voz suena pastosa— ¿Te acuerdas cuando eras niña y te daba miedo montar en bicicleta porque te caíste?
—Sí, lo recuerdo —respondo de inmediato. Es imposible que lo haya olvidado porque me raspé las rodillas—. Pero después aprendí y nunca más me caí.
—Así es —papá sonríe ante el recuerdo—. Dijiste que lo harías y lo hiciste. Estaba tan orgulloso de ti después de eso… aún lo estoy.
—¿De verdad?
—Sí. Nunca he dejado de estar orgulloso de ti —confiesa y por una extraña razón quiero llorar— y quiero que sepas lo estaré.
—¿Aunque sea una pésima hija?
Ambos reímos por mi comentario: —Aunque seas una pésima hija —repite él.
—Papá, ¿Puedo pedirte algo?
—Claro.
—Dame un abrazo.
—Pensé ya que estabas muy grande como para que tu viejo padre te abrace.
Sonrío.
—No lo suficiente —digo al mismo tiempo que lo abrazo.
Papá envuelve sus brazos a mi alrededor con firmeza pero a la vez con dulcura. Hasta ahora sabía lo mucho que lo extrañaba y lo mucho que necesitaba estar así con él.
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Han pasado cerca de dos días desde que papá regresó a trabajar —aunque prometió volver para navidad y año nuevo— y debo confesar que la conversación que tuvimos nos ayudó bastante a ambos. En cuanto a mamá, aún no he sido capaz de hablar con ella.
Supongo que después de todo sí soy una cobarde.
En fin. Ahora mismo acaba de terminar la última clase del día y por supuesto, de la semana. Ana sale del salón junto conmigo.